Es bastante bueno que la gente de
la nación no entienda nuestro sistema bancario y monetario,
porque si lo hicieran creo que habría una revolución antes
de mañana por la mañana. Lo dijo Henry Ford. El gran
hombre de la industria del automóvil en los años veinte del
siglo pasado. Aquellos ‘años felices’ que acabaron en
tragedia.
La tragedia consistió en que los estadounidenses se
levantaron un jueves con la noticia de que la bolsa se había
hundido y había arrastrado a los bancos en su caída. Desde
ese jueves calificado de negro hasta el martes siguiente,
días que propiciaron lo que es conocido como el crack del
29, todo cambió en el país donde decían que hasta el más
pobre tenía la oportunidad de hacerse rico.
Fueron días donde la gente se suicidaba. Millonarios y
especuladores saltaban al vacío desde las alturas de unos
edificios que parecían hechos a propósito. Varios días de
octubre donde las funerarias trabajaban a destajo y las
autoridades europeas se iban encogiendo a medida que se iban
recibiendo las noticias procedentes de la tierra de
promisión. Presidida por un político funesto, llamado
Hoover, dedicado a perseguir a los innumerables parados
que salían a la calle clamando contra su miseria.
De la Gran Depresión podría uno escribir tanto como ha leído
sobre ella. Sobre todo para destacar cómo otro presidente,
Roosevelt, fue capaz de devolverle a la nación
americana el prestigio y puso los medios necesarios para
salir de aquella pavorosa ruina económica. Una crisis
causada por el mundo financiero. Ese mundo del cual, según
Henry Ford, era preferible que la gente no lo entendiera.
Aquella tragedia americana, cambiando lo que haya que
cambiar, es calcada a la que está viviendo Europa
actualmente. De momento, hay ya casi seis millones de
parados españoles. Muchos de ellos, tras agotar todas las
fuentes de ingresos y ayudas familiares, se están viendo
obligados a acudir a los comedores sociales. Cáritas no da
abasto. Menos mal que Amancio Ortega ha hecho de buen
samaritano. Con su regalo millonario a Cáritas. Al mecenas
gallego deberían hacerle los ricos un homenaje. Pues su
gesto no ha hecho sino rebajar en parte la aversión que se
está generando contra las grandes fortunas, contra la clase
política y contra los directivos de Bancos y Cajas. Es
decir, contra todos aquellos tipos que han hecho posible el
desastre que estamos sufriendo. Culpables de la crisis por
habérselo llevado crudo. Y hasta el momento no se tienen
noticias de que alguno haya decido saltar al vacío. Aunque
sea sólo para demostrarnos, con su paripé, que les remuerde
la conciencia por trincones.
Lo que sí está ocurriendo, desgraciadamente, es que los
suicidios de personas pertenecientes a las clases medias
están aumentando en España. Nada que ver, afortunadamente,
con las cifras registradas ya en Grecia. Pero al paso que
vamos, donde los más listos se aprovechan para hacerse ricos
o siéndolo ya, para incrementar sus fortunas, mientras los
que vivían con cierta holgura han perdido sus empleos y
hasta son desalojados de sus viviendas, por impagos, no
saben lo que hacer. Y acaban por caer en las garras de la
desesperanza. Que es peor que la desesperación. Motivo
suficiente para que un día les dé por pensar que no merece
la pena vivir con tanto deshonor ni dando lástima. En un
escenario ruinoso y desolado. Triste sino. España se hunde.
Y está pidiendo a gritos un Roosevelt.
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