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OPINIÓN - SÁBADO, 27 DE OCTUBRE DE 2012

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

Baldomero y El Bar “El Pirulí”

Por Francisco Martínez Racero


Este verano tuve la suerte de hablar durante un buen rato con una persona entrañable cuya conversación supuso para mí toda una revolución interior ya que provocó en mi mente, el retorno de unos recuerdos de mi infancia y adolescencia muy agradables y placenteros; recuerdos que todos tenemos y que son necesarios sacar al exterior de vez en cuando para no olvidar nunca nuestros orígenes y para hacernos crecer como personas.

El encuentro se produjo en la calle Real, a la altura del edificio donde se ubica Telefónica, durante una mañana calurosa de poniente que invitaba al paseo y disfrute de nuestra tierra. Me acuerdo que me llamó la atención como solía hacerlo cuando yo era niño de una manera cariñosa y con voz altiva: ¿chaval cómo estás?¿cómo andas?

Al escuchar ese tono montañés de sus palabras y antes de girar la cabeza, me encontraba inmerso en una reminiscencia del pasado pues se trataba de una voz familiar cuyo tono había olvidado pero que sin lugar a dudas estaba ansioso por poner rostro a la misma; él era Baldomero, o “Mero” para todos los chavales que nos criamos en el Recinto y concretamente en la calle Sevilla y expropietario del entrañable “Bar El Pirulí”.

Baldomero, era y es una persona que venía del norte de nuestro país, trabajador y humilde, cuya capacidad laboral y de sacrificio, nunca dejó de sorprenderme desde que era niño. Su negocio estaba constituido por un bar y una tienda de comestibles unidos en un mismo local, atendido al unísono por él mismo, contando con la ayuda y la logística en cocina de su mujer Aurora, desgraciadamente ya fallecida.

Aún recuerdo a Baldomero ocupándose del bar y de las mujeres en la tienda a un ritmo frenético y llevando mentalmente las cuentas de ambos lados del negocio. A veces, mi madre me mandaba a comprar o a dar el aviso a mi padre los fines de semana para almorzar y veía a Baldomero a menudo, poniendo en funcionamiento una especie de bomba de agua manual que se activaba con el movimiento de una palanca durísima. El me miraba fijamente y esbozando una sonrisa se señalaba el bíceps y me decía: “cuando yo termine, sigues tú y verás cómo llegas a tener tanta fuerza como yo en los brazos cuando crezcas y seas mayor”.

A Baldomero lo encontré en plena forma, parecía que no había pasado el tiempo por él y se lo dije; él se alegró muchísimo de verme y tras preguntarme por mi familia, me contó que como jubilado y viudo se dedicaba a pasear por las mañanas, charlar con sus conocidos, ir al mercado y a echar una mano a sus hijos y nietos en casa. Hablamos muchísimo y me comentó emocionado que mi madre fue una bellísima persona y una mujer buena, que cuando su esposa cayó enferma la visitaba todos los días y se ofreció a traerles la comida para que ella no se preocupara y se recuperara lo antes posible.

Estas palabras me emocionaron, me reconfortaron y me llenaron de tal forma, que hace que recuerde y anhele mucho más a mi madre si cabe, desde su muerte hace ya más de diecinueve años. Nos despedimos, le deseé salud para él y para los suyos y me acordé de sus hijos Alberto y Adela. Por eso desde aquí quisiera agradecer a Baldomero el despertar en mí esos recuerdos de infancia que creí adormecidos, y decirles a sus hijos que disfruten de su padre en todo momento porque personas buenas y transparentes como él, escasean en una sociedad como la nuestra, cada vez más egoísta y parca de valores humanos y sentimientos.
 

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