Sr. Delegado del Gobierno, me dirijo a usted con todo el
respeto, como un trabajador público más, concretamente del
Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, ya que usted
dirige las riendas de la Administración General de Estado y
es el representante del Gobierno de la Nación en esta
pequeña ciudad norteafricana de nuestro querido país. Le
escribo con sinceridad aunque también con cierto dolor
debido a la situación que venimos sufriendo algunos
trabajadores, compañeros y compañeras de fatigas entre los
que me incluyo, así que me he armado de valor para hacer
públicas estas líneas.
Como le iba diciendo, llevo trabajando como interino en el
CETI desde hace 6 años y, a pesar de la ardua tarea que
implica trabajar con un colectivo como el inmigrante, que
llega hasta nuestras costas en una triste y dramática
peregrinación cargando un sinfín de esperanzas y
frustraciones; confieso que he disfrutado con mi trabajo. En
todo este tiempo, he vivido un sinfín de situaciones que van
desde aquellas que colmarían la paciencia del más tranquilo
hasta los dulces momentos de comprobar cómo, quien salió de
este centro indocumentado y con destino incierto, ya tiene
su vida normalizada, con trabajo y documentación, como
cualquier otro ciudadano. En ocasiones, me ha tocado lidiar
con situaciones difíciles como tumultos y motines donde
había que mantener la calma, las cuales en la mayoría de los
casos se han podido desactivar gracias a la profesionalidad
y al buen hacer del equipo técnico del centro. En todo caso,
no exagero si digo que el trabajo de todos ha hecho de este
centro un referente modélico en el ámbito europeo y mundial
en la acogida y la integración de los inmigrantes, siendo
visitado frecuentemente por periodistas, expertos
universitarios, estudiantes e investigadores. Todo esto ha
sido posible gracias a los esfuerzos y sacrificios de una
exigua plantilla (situación hoy felizmente superada), que
siempre ha trabajado al 200% de sus posibilidades, todo con
el objetivo de sacar el trabajo adelante.
Pero, señor Delegado, cual es mi sorpresa cuando hace algo
más de un año, compruebo como un gobierno en el ocaso y en
un contexto preelectoral convoca, de manera apresurada y
chapucera, un proceso selectivo para cubrir las plazas de
este centro en el que los temarios no se ajustan a la
realidad del contenido y funciones de las mismas. Y pensar
que uno ha creído durante todos estos años que era
coordinador de programas y ahora resulta que era “educador”.
De hecho, en un primer momento el temario hacía constantes
referencias al Cuerpo Nacional de Policía, en lo que
constituía un evidente y descarado “corta y pega”, que fue
enmendado con una corrección de errores posterior a un
recurso de reposición planteado por quien esto suscribe.
Compruebo con tristeza como se asigna un valor casi residual
a los más de 5 años trabajados en este centro. Siento
profunda decepción al ver cómo no se establece ni siquiera
una prueba de idioma, algo imprescindible en un centro de
estas características, que en todo caso se encuentra
establecido en la correspondiente relación de puestos de
trabajo y se me exigió en las pruebas de acceso a la plaza
con carácter interino así como en anteriores oposiciones.
Siento una gran indignación cuando veo que las resoluciones
del tribunal calificador son modificadas sin seguir
procedimiento administrativo alguno, a golpe de advertir
errores en las mismas y justo después de la interposición de
un recurso de alzada por mi parte. Impotencia es la mejor
palabra que define mi estado de ánimo ante esta situación y,
sobre todo, teniendo en cuenta que me considero una persona
que cree en aquello de que los principios que rigen el
acceso a la función pública son los de igualdad, mérito y
capacidad. Creo que los trabajadores que hemos dado la cara
durante tantos años por la administración y, en última
instancia, por la ciudadanía, cumpliendo con nuestro deber
merecemos un respecto y no esta tomadura de pelo. No quiero
pensar mal acerca de este proceso y prefiero creer a que se
trata tan sólo de una chapuza pero que no hay mala fe, pero
le confieso que a veces me cuesta. Quid prodest? Sobre todo,
teniendo en cuenta que en el proceso han participado
candidatos que han ostentado altas responsabilidades
públicas o que han sido sorprendentemente beneficiados por
los “fallos” del proceso.
Quiero terminar esta misiva con una anécdota del mundo
jurídico del que provengo y del que me siento muy orgulloso,
que bien ilustra mi percepción de toda esta situación, amén
de abrirme una puerta a la esperanza. Cuentan que allá por
le siglo XVIII, en Postdam, el gran rey Federico II de
Prusia, cabalgaba por los alrededores de su parque de Sans
Souci cuando divisó un molino de viento en el que vivía
Arnaldo “El Molinero” hombre honesto y orgulloso de su
propiedad, adquirida a lo largo de años de tenaz esfuerzo.
Pero bien es sabido que el capricho de los príncipes no
tiene límite y de inmediato quiso comprar a Arnaldo su
molino por lo que el Rey, hizo llamar a éste, quien presto
salió del molino restregándose ambas manos en el delantal
que cubría sus sencillas vestimentas. El Rey entonces dijo:
“Arnaldo, me han dicho que este molino es tuyo. Quiero
comprártelo” “Mucho me temo, Señor” contestó Arnaldo “que el
molino no está en venta”. Puesto que capricho de príncipe y
orgullo de hombre humilde que todo lo que tiene lo ha
conseguido a base de esfuerzo y sacrifico estaban frente a
frente, el conflicto de intereses estaba servido, entonces
el rey gritó: “¡Cómo! ¿Es acaso que no comprendes la gracia
real de que eres objeto? ¡Si lo puedo tomar sin pagártelo!”
A lo que, Arnaldo, con inusitado aplomo y profunda
serenidad, respondió al jerarca: -Sí, señor, pero aún hay
Jueces en Berlín-. Debería preguntarme si todavía quedan
jueces en Madrid.
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