Me entero de lo tuyo el viernes
por la tarde. Me lo comunica Ángel Muñoz; gerente de
este periódico y sabedor de lo mucho que te apreciaba. Y,
tras los momentos de aflicción que suelen producir noticias
como la tuya, lo primero que recuerdo es cuando hablamos la
primera vez.
Pronto se me viene a la memoria el día en el cual yo estaba
en las instalaciones del Casino de Ceuta charlando en un
corrillo, durante una fiesta a la que habíamos sido
invitados. Te acercaste y me dijiste que, durante cierto
tiempo, habías estado a punto de decirme cuatro cosas bien
dichas… Pero que te alegrabas mucho de no haberte partido de
ligera contra mí.
No pude sino reírme de la manera que me hablaste. Sin
tapujos. Y a partir de ese momento nuestra amistad fue a más
a la par que también me entendía mejor con Pedro, tu
marido. Meses más tarde, ocurrió lo que fue tenido por el
escándalo del año en la ciudad. El cual sufriste sin
aparentar lo más mínimo el daño que pudiera haberte
ocasionado un asunto que apestaba por todos los sitios. Y,
por encima de todo, Conchita, supiste proteger a Pedro e
insuflarle todos los ánimos que necesitaba para soportar la
persecución a la que se vio sometido.
Llegaron las decepciones. Las que tanto daño te hicieron.
Sobre todo las de esos amigos que nunca habían dejado de
adularte y, de la noche a la mañana, te retiraron la
palabra. Y se te juntó todo: la enfermedad con la tristeza
de saber que largaban de ti…
Fue entonces, en aquellos momentos durísimos, cuando surgió
tu nombre una noche cenando en Hotel Parador La Muralla. Y a
mí me faltó tiempo para decir que estabas dando la talla de
mujer fuerte y repleta de sentido común. Y te hice el
artículo merecido. Aquella noche, Conchita, levanté mi copa
y todos los comensales brindamos por ti. Por tu
recuperación. Y a fe que lo merecías. Claro que sí. Por
razones que ahora no vienen al caso enumerar aquí.
Después de aquella noche, volvimos a coincidir varias veces,
y yo te veía dispuesta a salir ilesa de tus padecimientos.
Con ganas de volver a comerte el mundo. De seguir junto a
Pedro y de hablar en las reuniones con ese desparpajo tuyo
que a mí tanto me agradaba. La última vez que nos divertimos
fue en la fiesta que dio Alberto Gallardo. Donde a mí
se me ocurrió darme mi vueltecita al compás del ritmo que
imponía el conjunto de “Siempre Así”.
Te vi disfrutar muchísimo junto a tu amiga Juanita,
la mujer de Pedro, director del Muralla, quienes
siempre supieron apreciar qué clase de persona eras. Y
llegué a pensar que ya estabas fuera de todo peligro. Y que
te esperaban unos años estupendos.
Ay, Conchita, de verdad que lo tuyo me ha cogido por
sorpresa. A pesar de que sea el sino de todos nosotros.
Ahora bien, de ti diré, cuando se encarte, y no porque tú
hayas pasado a esa situación donde todo el mundo parece ser
que es bueno porque sí, que fuiste una mujer íntegra. Que
supiste estar por encima de las circunstancias negativas que
te tocaron lidiar, cuando estabas librando otra batalla. La
más dura de todas las batallas: que era la de salvar tu
vida.
Lo intentaste. Y aún tuviste el arrojo suficiente para
unirte más si cabe a tu marido para poder combatir las
adversidades que se iban acumulando días tras días. Mujer
cabal. Mujer de una pieza. Conchita Iñiguez lo fue. Claro
que sí. Sin duda alguna. Descansa en paz, estimada amiga.
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