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OPINIÓN - VIERNES, 26 DE OCTUBRE DE 2012

 
OPINIÓN / LA DIANA

Modelo de virtudes

Por Jauma


Últimamente está resultando demasiado común encontrarse con personas que no han roto un plato en su vida, se autodefinen como modelos a seguir. Mediante una crítica áspera y sin complejos, cuestionan todo lo que les rodea sin parar en barras, el mundo a su alrededor puede hundirse que ellos permanecen incólumes, desafían la gravedad para levitar sobre una pretendida mancha de ignominiosas perfidias.

No son de este mundo terrenal, han descendido desde los cielos para decirnos sin ambages qué está bien y qué esta mal. Y no conformes con ello, pueden, porque así son las cosas, despotricar desde un imaginario púlpito contra todo lo divino y humano, sin temor, sin límites. Peor aún, hay quien presta oídos, mientras asiente con la cabeza.

Son predicadores del apocalipsis con excepciones, de la impureza terrenal frente a la virginal toga en la que se envuelven. La excepción apocalíptica son ellos mismos, su sola presencia convierte la inmundicia en perfección lírica.

Lo que me pregunto ante estas situaciones y personas es ¿dónde estaban hasta ayer mismo? ¿cuál es su trayectoria? ¿Acaso han bajado de algún limbo? Las respuestas son desoladoras, lo único que han cambiado es su discurso y sus ropajes, ahora hablan con la boca llena, ahora visten de blanco sin mácula.

Me recuerdan al predicador de la película la leyenda de la ciudad sin nombre, subidos sobre su caja se trasladan de un lugar a otro predicando el fin de los días, pontifican sin rubor y aprovechan cualquier tumulto para colocar cerca su caja, subir a ella y repetirse hasta decir basta. En la película a que hago referencia al final el suelo se hunde bajo sus pies, pero lo que encuentran bajo la superficie es el toro de la realidad que los persigue y del que han de huir sin preguntar.

Seguimos fallando por los mismos sitios, seguimos queriendo oír cantos de sirena que solo nos llevan a la perdición, son callejones sin salida. La crítica ácida está muy bien, pero es necesario aportar soluciones, alternativas, de lo contrario es solo aire que sale por la boca emitiendo un determinado sonido, carece de rigor, de validez, si no van seguidos de vías de salida que permitan evaluar el valor y la seriedad del que las plantea. Por eso creo que debemos ser muy estrictos a la hora de atender a todo lo que se nos presenta como verdad absoluta, de esas ya no quedan, todas las opiniones son válidas, vivimos en un mundo poliédrico en el que la luz de la verdad incide desde un foco y se refleja en varias tonalidades y direcciones. Para erigirse en poseedor de la verdad, en paradigma del buenismo, en líder espiritual y material de las masas, es necesario algo más que palabras, hacen falta hechos que avalen esa actitud.

Lo que ocurre es que al bajar al terreno de la realidad, el suelo está lleno de barro y esas togas blancas se manchan, se vuelven grises en contacto con ese mundo real al que tanto cuestionan y dejan de ser santos, dejan de ser mártires, para convertirse en personas de carne y hueso, entonces su mensaje deja de tener validez, fuerza, así de caprichosa es la realidad.

Para los que vivimos pegados al suelo, que somos la mayoría, es difícil sustraerse a ese mensaje grandilocuente, plagado de fascinantes ideas, de sueños imposibles y verdades a medias.

Nuestra mediocre existencia carece de esos estímulos inmateriales que, bien llevados, conducen a la elevación del espíritu y a la consecución de grandes metas, pero hay que permanecer alerta cuando esos discursos solo pretenden embaucarnos, hacernos insensibles a la realidad y lanzarnos a un torbellino que nos supera y que solo beneficia al prestidigitador.

La única receta que se me ocurre es la de estar muy atento, leer y escuchar con detenimiento y cuidado, observar las incoherencias y sobre todo cuestionar, cuestionar y cuestionar todo lo que nos llega, sin atender más razones que nuestro propio sentido lógico, reivindicar el derecho a equivocarnos, no aceptar a los lideres que nos obligan a dejar aparcado nuestro sentido común.

Y desde luego, lo que para mí es una idea básica, huir de todos aquellos que predican la salvación a cambio de una aportación, no económica, peor aun, una aportación en forma de apoyo, porque lo que suele significar es que nos tornamos cautivos y nos cuesta retroceder, aceptar que nos hemos equivocado y pedir que nos devuelvan las riendas de nuestra libertad.

Ser libres significa, entre otras cosas, ser responsables de nuestros actos y de nuestras decisiones, algo que a veces puede resultar una pesada carga, pero que es, a fin de cuentas, lo más hermoso.
 

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