Últimamente está resultando demasiado común encontrarse con
personas que no han roto un plato en su vida, se autodefinen
como modelos a seguir. Mediante una crítica áspera y sin
complejos, cuestionan todo lo que les rodea sin parar en
barras, el mundo a su alrededor puede hundirse que ellos
permanecen incólumes, desafían la gravedad para levitar
sobre una pretendida mancha de ignominiosas perfidias.
No son de este mundo terrenal, han descendido desde los
cielos para decirnos sin ambages qué está bien y qué esta
mal. Y no conformes con ello, pueden, porque así son las
cosas, despotricar desde un imaginario púlpito contra todo
lo divino y humano, sin temor, sin límites. Peor aún, hay
quien presta oídos, mientras asiente con la cabeza.
Son predicadores del apocalipsis con excepciones, de la
impureza terrenal frente a la virginal toga en la que se
envuelven. La excepción apocalíptica son ellos mismos, su
sola presencia convierte la inmundicia en perfección lírica.
Lo que me pregunto ante estas situaciones y personas es
¿dónde estaban hasta ayer mismo? ¿cuál es su trayectoria?
¿Acaso han bajado de algún limbo? Las respuestas son
desoladoras, lo único que han cambiado es su discurso y sus
ropajes, ahora hablan con la boca llena, ahora visten de
blanco sin mácula.
Me recuerdan al predicador de la película la leyenda de la
ciudad sin nombre, subidos sobre su caja se trasladan de un
lugar a otro predicando el fin de los días, pontifican sin
rubor y aprovechan cualquier tumulto para colocar cerca su
caja, subir a ella y repetirse hasta decir basta. En la
película a que hago referencia al final el suelo se hunde
bajo sus pies, pero lo que encuentran bajo la superficie es
el toro de la realidad que los persigue y del que han de
huir sin preguntar.
Seguimos fallando por los mismos sitios, seguimos queriendo
oír cantos de sirena que solo nos llevan a la perdición, son
callejones sin salida. La crítica ácida está muy bien, pero
es necesario aportar soluciones, alternativas, de lo
contrario es solo aire que sale por la boca emitiendo un
determinado sonido, carece de rigor, de validez, si no van
seguidos de vías de salida que permitan evaluar el valor y
la seriedad del que las plantea. Por eso creo que debemos
ser muy estrictos a la hora de atender a todo lo que se nos
presenta como verdad absoluta, de esas ya no quedan, todas
las opiniones son válidas, vivimos en un mundo poliédrico en
el que la luz de la verdad incide desde un foco y se refleja
en varias tonalidades y direcciones. Para erigirse en
poseedor de la verdad, en paradigma del buenismo, en líder
espiritual y material de las masas, es necesario algo más
que palabras, hacen falta hechos que avalen esa actitud.
Lo que ocurre es que al bajar al terreno de la realidad, el
suelo está lleno de barro y esas togas blancas se manchan,
se vuelven grises en contacto con ese mundo real al que
tanto cuestionan y dejan de ser santos, dejan de ser
mártires, para convertirse en personas de carne y hueso,
entonces su mensaje deja de tener validez, fuerza, así de
caprichosa es la realidad.
Para los que vivimos pegados al suelo, que somos la mayoría,
es difícil sustraerse a ese mensaje grandilocuente, plagado
de fascinantes ideas, de sueños imposibles y verdades a
medias.
Nuestra mediocre existencia carece de esos estímulos
inmateriales que, bien llevados, conducen a la elevación del
espíritu y a la consecución de grandes metas, pero hay que
permanecer alerta cuando esos discursos solo pretenden
embaucarnos, hacernos insensibles a la realidad y lanzarnos
a un torbellino que nos supera y que solo beneficia al
prestidigitador.
La única receta que se me ocurre es la de estar muy atento,
leer y escuchar con detenimiento y cuidado, observar las
incoherencias y sobre todo cuestionar, cuestionar y
cuestionar todo lo que nos llega, sin atender más razones
que nuestro propio sentido lógico, reivindicar el derecho a
equivocarnos, no aceptar a los lideres que nos obligan a
dejar aparcado nuestro sentido común.
Y desde luego, lo que para mí es una idea básica, huir de
todos aquellos que predican la salvación a cambio de una
aportación, no económica, peor aun, una aportación en forma
de apoyo, porque lo que suele significar es que nos tornamos
cautivos y nos cuesta retroceder, aceptar que nos hemos
equivocado y pedir que nos devuelvan las riendas de nuestra
libertad.
Ser libres significa, entre otras cosas, ser responsables de
nuestros actos y de nuestras decisiones, algo que a veces
puede resultar una pesada carga, pero que es, a fin de
cuentas, lo más hermoso.
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