El joven subsahariano cuyo cadáver se halló el pasado
viernes en aguas próximas a Punta Almina reposa desde ayer
en el cementerio de Santa Catalina, en un nicho más sin
nombre. Al funeral del inmigrante acudió un puñado de
personas, los operarios de la funeraria y del cementerio,
varios periodistas y, como oficiante, el párroco de la
iglesia del Valle.
Una nueva lápida sin nombre guarda desde ayer en Santa
Catalina una trágica historia que ninguna de las personas
asistentes al sepelio conocen y que nadie podrá contar. Una
vez más, el cementerio católico de Ceuta acogió los restos
mortales de un inmigrante, un joven subsahariano cuyo
cadáver fue rescatado el pasado viernes por la Guardia Civil
cerca de Punta Almina. Ningún familiar, ningún ser querido
ni conocido, pudo asistir al capítulo final de esta vida
truncada por el deseo de alcanzar el sueño de un país mejor
para vivir.
Eran las 12.30 horas cuando la furgoneta del servicio
funerario llegaba con los restos mortales del inmigrante
desconocido. Los operarios colocaban el ataúd en el suelo
para que el párroco Cristóbal Flor, de la iglesia del Valle,
oficiara el responso. “Pidamos al Padre de la Misericordia
que lo reciba en la vida eterna”, pidió. Acto seguido, el
cura elevó otra plegaria: “Se haga siempre la voluntad del
Señor”, para pasar al rezo de un Padre Nuestro.
Como únicos testigos de las palabras del padre Flor apenas
diez personas, los propios empleados de la funeraria,
trabajadores del camposanto y varios periodistas.
El oficiante terminó el breve funeral con el recuerdo a la
muerte de Jesús: “Se trata de un gesto humano pero
evocador”, destacó que la ceremonia, para agregar que sirve
a los cristianos para “recordar cómo los amigos de Jesús le
colocaron en su lugar de descanso”. “Pero este no será su
lugar definitivo”, concluyó Flor en referencia a la
resurrección.
Acto seguido, los empleados de la funeraria y del camposanto
subieron los doce peldaños de metal de la escalera y
colocaron el ataúd en un nicho que quedó sellado con una
tapa de madera con silicona en la que no había ninguna
referencia, ni un número ni una letra, ni un nombre. Sólo
doce escalones entre un sueño y su tumba.
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