Está visto que las mafias
distorsionan el funcionamiento de cualquier país. Por
desgracia, abundan como jamás. Con urgencia, por tanto,
todos los países deben propiciar una cultura de la
legalidad, lo que supone acrecentar desde la vigilancia
aduanera hasta el sentido de la honestidad. Quienes
aprovechándose de la pobreza de seres humanos, trafican con
ellos en la prostitución o en talleres clandestinos, deben
ser castigados con el peso de la ley. La justicia ha de ser
ejemplar en este tipo de actuaciones que se producen de
manera repetitiva y continuada, como puede ser el fraude a
las personas, pero también los relativos al fraude fiscal,
que al fin también repercute en el ciudadano.
Ahí está un caso reciente de la mafia china en España, que
ganaba entre doscientos y trescientos millones de euros al
año entre el dinero blanqueado de sus actividades ilícitas y
la evasión de capitales. ¿Dónde están los mecanismos de
control? Se podrán tener todas las comisiones de
investigación que se quieran, pero si no son efectivas,
mejor cerrarlas. Sucede lo mismo, con todas las inspecciones
a realizar en fronteras, si sus actuaciones no son positivas
y contribuyen a restaurar la rectitud, para qué realizarlas.
Esta cultura de la ilegalidad que hace tambalear al mundo en
estos momentos, es fruto de una civilización sin valores.
Desde luego, no hay cultura que no remita a una ética, ni
tampoco una ética sin referencia a una cultura. En el
contexto actual de la globalización se hace necesario un
diálogo sincero basado en la responsabilidad. No se puede
instar a hacer el bien, si luego después, desde las
estructuras del poder, se permite que se trafique con
personas y vidas, o que se forjen fortunas como resultado
del tráfico sexual, de drogas, de armas de fuego ilícitas y
tantos otros conjuntos de delitos transfronterizos.
Sin duda, ha llegado el momento de combatir este tipo de
delincuencia que se enriquece desde la ilegalidad, como
pueden ser las prácticas corruptas que vacían las arcas de
los Estados y arruinan a los ciudadanos. Las estadísticas
apuntan que los sobornos y la extorsión, lejos de decrecer,
aumentan, y habría que hacer algo porque acabasen, puesto
que sus efectos son devastadores y de gran alcance.
Considero, pues, la falta de ética un elemento clave de la
crisis, la economía no puede funcionar si no tiene ese
factor moral que engrandece a la persona. Vivimos unos
tiempos complicados, de uso arbitrario del poder, de la
mentira permanente, en detrimento del bien común. Las mafias
de todo tipo actúan como agentes de la confusión, sin
respeto, de manera turbia, y sin importarles nada más que
sus propios intereses. Realmente nos queda mucho por hacer,
lo primero construir sociedades socialmente responsables y
humanamente solidarias. Recordemos, como dijo Camús, “un
hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a este
mundo”. Y de esa bestia, inexorablemente surgen familias
cultivadas en las más tremendas bestialidades, unidos como
mafias, en las más absurdas irresponsabilidades, viendo
legalidad en lo inhumano e ilegalidad en lo humano.
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