Y con él el frio, la lluvia, el viento. Los días se acortan,
las noches se alargan, la luz es más oblicua, menos
transparente, el verano está olvidado.
Y con el invierno en puertas, pero todavía dentro del otoño
los sindicatos plantean una nueva huelga general, una nueva
jornada de lucha obrera en reivindicación de los derechos de
los trabajadores, que les permita alcanzar una posición de
fuerza frente al gobierno de la nación. Además de coincidir
con el debate sobre los presupuestos generales del Estado
para el año que viene, se busca la unidad europea a través
de un movimiento que recorra toda Europa. De momento solo
Portugal, Grecia o Chipre se han adherido a la protesta.
Sin despreciar a nadie, da la sensación de que los
compañeros de viaje no son demasiado recomendables, sus
economías son referentes de lo que no se debe hacer, quizás
la nuestra también lo sea.
Lo que si parece claro es que este nuevo pulso pretende
revitalizar a los mustios sindicatos, para ello el falaz
argumento que estos días se repite es: si quieres tener
derecho a protestar, tienes que acudir a la huelga. Me
resulta triste oírlo y aun más analizarlo con detalle,
triste por su inconsistencia, triste por la impotencia que
refleja, triste porque solo somos cabezas que contar, si son
muchas a los sindicatos les asistirá la razón, si son pocas
es que hay miedo.
No son las cosas así de sencillas, ni mucho menos, en primer
lugar ir o no ir a una determinada convocatoria, no da ni
quita el derecho de protesta. Hay muchas formas de estar en
desacuerdo y otras muchas de expresarlo. No podemos olvidar
que la falta de pulso de los sindicatos deriva precisamente
de su dudosa actuación en otros momentos y tampoco que,
definitivamente han perdido una iniciativa que los
trabajadores les otorgaron libremente y que también
libremente les han retirado, por mucho que nos quieran hacer
ver lo contrario.
La lista de errores cometidos pasa factura a unos sindicatos
viciados, anquilosados y faltos de reflejos, que pretenden
seguir viviendo en un mundo que ya no existe. La falta de
propuestas alternativas, de ejemplos contundentes por su
parte, la incapacidad para entender las verdaderas
necesidades de la gente, es tan manifiesta por evidente que
cuesta entender la ceguera que muestran. Ahora lo que el
país necesita es unidad, cohesión, inspiración, liderazgo,
solidaridad y capacidad de trabajo. Y lo que no necesita es
dispersión, agoreros, vendedores de humo y vividores.
Nuestro pequeño laboratorio ciudadano se encuentra en la
misma situación, a la pequeña escala en que nos movemos es
fácil percibir los diferentes movimientos sociales y
políticos, que no son más que reflejo del sentir general de
nuestros compatriotas. Desde siempre las maniobras políticas
forman parte del juego, y la capacidad de manipulación de
amplios sectores de la población la manera en que esas
maniobras se expresan.
En este caso resulta curioso y sintomático observar cómo, a
pesar de tener la economía tan mal y el nivel de desempleo
disparado, cuando se pretende rentabilizar desde los
sindicatos esta situación el fracaso es rotundo. Ni siquiera
el clientelismo sirve, el poder de convocatoria es mínimo,
la sensación de fracaso acusada. Pero como todos tenemos
justificación para nuestros actos, en este caso no iba a ser
menos y se inicia una escala dialéctica, de dudosa
verosimilitud, que sirve para enmascarar la derrota. No hay
más que leer la prensa, escuchar la radio o ver la
televisión, el calentamiento global ha casi desaparecido de
la actualidad, la emisión de gases invernadero a la
atmosfera ya no es tan importante de repente.
Hay que cambiar el discurso, se habla de los males de la
globalización, de las economías de escala, del crecimiento
del gigante asiático, se nos ha olvidado Kioto. Si antes era
importante la sostenibilidad, ahora es importante tener un
trabajo, si antes los sindicatos reivindicaban sin
conciencia, sin importar el coste para una sociedad opulenta
que podía permitírselo, ahora es esencial mantener el estado
del bienestar, el mismo que ellos han contribuido a hundir
sobrepasando sin pudor los límites de lo razonable.
La productividad no importa, que los trabajadores no cumplan
con su trabajo no es relevante, el beneficio empresarial es
siempre abusivo, consignas antiguas, inoperantes e
imperantes hasta hace bien poco y amparadas en un
sindicalismo sin sentido. La realidad es que entre todos
hemos creado un sistema que no funciona, y entre todos
debemos corregirlo, aceptando que las empresas generan
riqueza, que no son el enemigo, aceptando que los
trabajadores forman la parte más importante del engranaje
productivo, que sus condiciones laborales y sociales tienen
que ser las mejores posibles.
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