Estamos siguiendo una absurda
estela.
Una estela que difunde un azul más oscuro que el fondo
natural del universo, sin profundizar tanto como ese señor
que bate la barrera del sonido arrojándose desde un globo
estratosférico.
La estela que la Unión Europea deja constantemente a su paso
por nuestro país, depositando señores de ‘negro’ para
vigilar que nuestra economía no se salga de la jaula dorada,
creada artificialmente por las brujas norteamericanas de la
calificación económica, en claras demostraciones de que no
se desmadre ‘su’ dinero.
Esa estela con un tufo, a nueva mafia legal, que para
algunos resulta muy agradable y que no resulta buena, en
pura lógica, para la mayoría de los ciudadanos de clase
media.
Muchos de estos ciudadanos han tenido que descender de
categoría, como cualquier club de fútbol cosido por las
deudas, sin tener arte ni parte en el desbarajuste económico
del país, por culpa de unas sirenas cuyas escamas son
billetes de quinientos euros y que mueven la cola en
espejismos insolidarios.
Realmente, no me gusta escribir de clases sociales porque
contraen una maldita tendencia a la discriminación, dura y
pura.
Las grandes contradicciones de los miembros del Gobierno
estatal producen un efecto narcotizante, como si nos
hubiéramos fumado sendos porros bien cargados, que nos hacen
bailar los ojos de artículo en artículo; de noticias en
noticias…, hasta hacernos dudar de nosotros mismos en unos
intentos psicológicos en que pensamos haber perdido la
razón.
Con esas maneras que tienen los políticos, los que nos
gobiernan este cuatrienio, de expresar en declaraciones
públicas palabras disfrazadas, que son tan falsas como el
beso judaico, creyendo ellos mismos que son verdades… saltan
constantemente en pequeñas explosiones de clarinetes
desafinados cuando son contrastadas con otras declaraciones
de los mismos políticos, los que nos gobiernan este
cuatrienio, en los medios de información extranjeros.
Esos clarinetes dan sonido de fondo a los sainetes que, sin
querer o queriendo, montan por esos escenarios donde se
cuece la alta política marrullera.
No ignoro cómo se lo montan, cocinan y comen ellos mismos.
Por algo ha servido vivir una infancia y una juventud
marcada por el comportamiento no plural de cierta clase, la
que me tocó vivir, preocupada más por su propio ombligo que
por mantener unas esperanzas inservibles de futuro.
Estamos en un país que no es nórdico. Un país de sangre tan
caliente y tan dividida que no consigue olvidar, en parte,
su pasado más cruento: los árabes.
Una parte de la ciudadanía que ve a la mujer como un saco
portador de ‘los valores eternos’ pero que no pueden hacer
uso de ellos.
Una parte de la ciudadanía que, como aquellos señores
feudales del mundo musulmán, no quiere que los restantes
ciudadanos incrementen sus índices de inteligencia,
supuestamente para que no se les suban a las barbas.
Una parte de los habitantes de este país que consideran al
resto de habitantes de este país simples campesinos
obedientes y a sus mujeres prolíficas fábricas parideras de
más campesinos obedientes.
Una parte de los votantes de este país, autodenominados
demócratas pero que están muy lejos de serlo, a los que les
importan un pimiento que no puedan comerlo, precisamente
este pimiento, el resto de votantes y no votantes de este
país.
Así seguimos la estela del demonio, más empedernidamente
aún, cuando todo sube con el maldito IVA y la picaresca de
algunos sinvergüenzas, sin alma ni conciencia de que los
demás se vean abocados al contenedor de basuras.
En fin, la vida sigue, yo también de momento.
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