Cuando yo llegué a Ceuta, hace la
friolera de treinta años, quedé prendado de cómo se
alternaba en la barra del Hotel La Muralla. A pesar de que
todavía se notaba la diferencia entre las clases sociales.
En esa barra, en la cual se imponían las normas de
Alejandro, un profesional de la hostelería con aires de
marqués venido a menos, fui conociendo la Ceuta que
principiaba a darse cuenta de que el ordeno y mando, porque
sí, ya no surtía los efectos deseados. Que España estaba
cambiando con celeridad y, por tanto, en el ambiente flotaba
el mensaje de que quienes no cogieran el paso de la
modernidad estaban destinado a perderse en el anonimato.
En ese hotel, que era el sitio donde todas las novias de la
ciudad querían lucir palmito, viví momentos estupendos y
hasta tuve la oportunidad de codearme con personas que
sufrían lo indecible por el cambio que se estaba produciendo
en España. Y es que a su edad, les resultaba difícil aceptar
la democracia. Lo hacían a regañadientes. Tan de mala gana,
que vivían esperanzados que en cualquier momento pudiera
darse la vuelta a la tortilla.
Muchos años después, con la democracia consolidada, me hice
cliente del Hotel Tryp. Fueron años de reuniones en un
establecimiento donde los políticos llegaban a tomar el
aperitivo y a departir con quienes teníamos algo que decir.
Y a fe que la cafetería del hotel se convirtió en lugar
frecuentado por una clientela variopinta.
En esa cafetería, en la recepción del hotel, en su comedor,
en la cocina, y en todos los sitios ocupados por empleados,
tuve la suerte de hallar a personas que intentaban por todos
los medios atenderme muy bien. A mí y a todos los que
teníamos el buen gusto de ser clientes de un hotel que nació
con mal bajío. Conviene reconocerlo. Por culpa de unos
políticos que casi todo lo que tocan queda disminuido.
El Hotel Tryp vivió un momento esplendoroso. De ello hace ya
varios años. Pero no sé por qué motivo cayó en desgracia y
ahora está en la lista negra de un gobierno que le está
buscando todas las pegas posibles para acabar con su
funcionamiento. Lo cual me apena. Me apena, sobre todo, que
Guillermo Martínez y Kissy Chandiramani digan
que el negocio va mal porque son muchos sus empleados y
además cobran mucho dinero.
Menos mal que tales declaraciones me han dado la
oportunidad, loado sea Dios, de ponerme de parte de Juan
Luis Aróstegui. Que es algo que bien podría ser motivo
de celebración. Quien ha manifestado, como no podía ser de
otra manera, que lo del Tryp es un problema de gestión. Y
resalta los dineros que se lleva la cadena ‘Meliá’ por la
cara. Por la cara, esto lo digo yo, y porque seguramente se
deja caer en cualquier ventanilla de aprovechados.
Al grano: las personas empleadas en el Hotel Tryp, salvo
media docena, ganan mil euros. Y los que ganan seiscientos
más, que pertenecen a la media docena aludida, son capaces
de permanecer 15 horas trabajando, cada dos por tres, y sin
percibir un euro a cuenta de ese tiempo extra currelando.
Por ello, tanto Guillermo Martínez como la señora
Chandiramani no deberían haberse partido de ligeros a la
hora de largar. Porque hacen daño. Tanto daño como pueden
hacerlo el día que decidan declararse favorable a que exista
un monopolio de la prensa. Lo cual es algo que flota en el
ambiente y que no nos cogerá en Babia.
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