Miguel ángel Santos Guerra, doctor en ciencias de la
educación, catedrático de didáctica y organización en la
Universidad de málaga, ha pasado por todos los nieveles del
sistema educativo, desde el de maestro a la dirección de un
departamento universitario, un vagaje que le sirve para
buscar en el futuro de la enseñanza ese algo más que hace a
un profesor traspasar la barrera de ser un mero instructor.
Una breve conversación telefónica es suficiente para
contagiarse con su espíritu idealista pero de pies bien
arraigados en la realidad, que pinta un futuro mejor si la
sociedad consigue luchar por él. Esta misma mañana, Santos
Guerra ofrece la lección inaugural del curso 2012-2013 en la
Facultad de Educación y Humanidades de la UGR, ‘La
Universidad que aprende’.
Pregunta.- Su lección inaugural de hoy propone una
Universidad que, en vez de enseñar, aprende.
Respuesta.-Sí, porque un cometido importante es enseñar e
investigar, pero una parte no se ha tenido tan presente y es
que esa institución puede aprender. ¿Por qué tiene que
hacerlo? Tiene una responsabilidad de saber si lo que hace
está bien o no, y de ahí vendrá una toma de decisiones para
mejorar y no repetir las rutinas. Por otra parte una
institución en esa actitud humilde de aprendizaje puede
contagiar a los demás ese deseo de aprender. Pienso que una
Universidad en esa disposición de reflexión, análisis y
reconocimiento de sus errores y compromiso con la sociedad
es más feliz y optimista que una entregada a la rutina y la
burocracia.
P.- ¿Qué tiene que aprender la Universidad?
R.- Es importante saber el currículum del aprendizaje; es
decir, en qué contexto estamos,cuáles son las
características psicológicas de los alumnos hoy, que no son
las mismas de cuando fuimos alumnos, ha de saber que el
conocimiento se diversifica de forma incesante mediante la
tecnología...
P.- Cuáles son las dificultades para ese aprendizaje?
R.- Una de ellas es la rutina. Cuando nos planteamos cómo
hacemos algo en un curso pensamos, ‘como siempre, como toda
la vida’. Por otro lado hay mucho individualismo, no hay una
comunidad que enseña y otra que aprende, sino un conjunto de
individuos aislados que dan ‘mi asignatura’ y punto. También
está la meritocriacia, a costa de lo que sea. Quiero
subrayar como muy importante el pesimismo, el fatalismo.
P.-¿Qué propone hacer contra él?, en este momento está
por todas partes...
R.- Acabo de leer un libro muy bonito sobre las
organizaciones optimistas llamado ‘La rebelión de las
moscas’. Creo que es muy importante que esa institución
cultive ese pensamiento optimista porque es lo que le puede
poner en el camino de la mejora. Para mi, el hecho de que
haya dificultades no significa que no sea posible cambiar,
sino que como hay dificultades, hay que ser inteligentes y
ser capaz de superarlas. Incluso cuando hay limitaciones
pueden ser para aprender. El mensaje fundamental es
positivo, diciendo que se puede cambiar.
P.- ¿Qué consejo daría para implantar estos ideales en la
coyuntura actual?
R.- Los problemas están ahí, pero ante ellos puede haber
muchas actitudes. Hay quien ante la dificultad se estimula y
quien se encoge y se hunde. Ir a contracorriente es más
difícil que seguir al resto, pero solo a los peces muertos
los arrastra la corriente. Será importante, por ejemplo,
exigir mejoras. Para ello hace falta valentía, creatividad,
perseverancia... las cosas hay que buscarlas y luchar por
ellas. Yo les brindo a menudo a los profesores y estudiantes
un slogan que a mi me ha servido mucho en la vida y que es
‘que mi universidad sea mejor porque yo estoy trabajado en
ella’. Es decir, no solo con la política se puede cambiar
esto, dentro de un mismo ministerio y con el mismo sueldo,
hay un profesor separado veinte centímetros por un tabique
de otro que es maravilloso. Todo es igual para los dos, pero
uno está entusiasmado y entusiasma y el otro está
desesperado y desespera.
P.- Habría mucho que cambiar, pero ¿por dónde empezaría a
mejorar nuestro sistema universitario?
R.- En la formación de los profesores. Muchos pueden ser
excelentes profesionales, pero no saben enseñar lo que
saben. Hay que buscar la capacidad de despertar amor por el
conocimiento de la asignatura que se imparte y eso hay que
saber hacerlo.
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