Hay muchos más paisajes que los reales, también están los
imaginarios. Yo hoy voy a pintar uno inventado. Un dibujo
que tengo en la cabeza”. Mohamed Jamati, miembro de la
Asociación ceutí de la acuarela, se plantaba con estas
palabras frente al lienzo en blanco, rodeado un montón de
ojos llenos de expectación. Antes de acercarse a la blancura
del soporte, el artista tetuaní se había dirigido por unos
momentos a una audiencia entregada, los setenta
participantes del XV Simposio Nacional de Acuarela que,
desde el pasado viernes, habían llenado las calles de Ceuta
con ilusionados pinceles. Jamati les habló de la acuarela
como una técnica en la que “todos los matices reflejan una
emoción”, un tipo de pintura que es “como una poesía de
color”. Diferente al óleo, donde los materiales son más
tóxicos “nosotros somos más naturales”, el agua hace que
todo fluya. Las miradas de sus compañeros acuarelistas
sonreían, asentían y preguntaban a la vez, esperando a que
el artista se pusiera en marcha.
Entre los presentes se encontraba el cronista oficial de la
ciudad, José Luis Gómez Barceló, quien, aunque afirma que no
sabe pintar, sí conoce bien las características que definen
a Jamati.
“Es un innovador”, explica. “Domina distintas técnicas,
desde el óleo al acrílico, y es uno de los pocos pintores
que juega con la acuarela como un acrílico, pero sin dejar
de un lado la técnica de la acuarela”. Aunque esto suene a
trabalenguas, Barceló añade que esto es puro arte
contemporáneo, un entorno en el que la acuarela todavía no
es predominante. “Utiliza el blanco del propio soporte. Todo
es dinamismo, los trazos, la paleta, las pinceladas son
grandes...”
Así lo ve el cronista. Y la realidad es que en poco menos de
30 minutos, un gran fondo blanco rodeado de expectación se
transforma en algo completamente diferente, cargado de
matices, evocaciones y sombras.
Con su escasa instrumentación repartida en el suelo, a un
lado la paleta, y al otro su caja de colores, Jamati moja el
pincel varias veces. Vuelve a mojar lo empapa en la paleta
desde la que salta en dos grandes trazos al blanco. Dos,
tres, cuatro pinceladas más. Rápidas y concisas, y decide
que ya tiene la base sobre la que comenzar. A partir de ahí
van surgiendo las primeras líneas de su paisaje imaginario,
un entorno que no existe, pero que es marítimo, tal y como
le ha pedido su audiencia antes de comenzar. Aunque todavía
no tiene forma, ya desde esas primeras pinceladas se adivina
el mar, un escenario que se antoja de ocaso y sobre el que
van apareciendo siluetas de un pueblo. Los colegas
acuarelistas observan con ojos bien abiertos, se preguntan
entre ellos y se mandan callar a la vez para prestar la
máxima atención. Señalan sus trazos con el dedo, admiran la
vitalidad sobre el lienzo con la que, en minutos, surge de
la nada el paisaje costero de un atardecer.
Tal y como reconocía alguno de ellos un día antes, venir a
Ceuta, a pintar con amigos y desconocidos, les hace acudir
“ilusionados como niños”. Y eso se observaba ayer en sus
miradas, aunque la mayoría probablemente hace ya tiempo que
pintó su primera cana. Poco importaba nada de esto a los
acuarelistas, en el entorno de las Murallas Reales, en cuyo
centro se había plantado con el lienzo Jamati. Al terminar,
un aplauso fue el primer símbolo de reconocimiento y
gratitud de un evento que estaba a punto de culminar, pero
al que todavía le quedaba una cena sobre la que tratar todo
lo aprendido.
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