El domingo pasado tuvimos la ocasión de presenciar un circo,
tenía de todo, acróbatas, domadores, cuerda floja,
equilibrismo, escapismo, hombres bala, trapecistas,
tragafuegos, tragasables y por supuesto, como no, payasos,
había de todo, salvo público, a pesar del gran espectáculo,
de los artistas y de toda la parafernalia, resulta que faltó
el público, y sin él, el evento quedó deslucido.
Me preguntaba qué era lo que había fallado, hasta que vi el
precio de las entradas y lo comprendí todo, la cuestión
estaba ahí, el precio era demasiado alto; para pasar a ver y
formar parte del espectáculo había que comulgar con ruedas
de molino. Demasiado caro.
En otro tiempo resultaba más fácil, más económico, pero eran
otros tiempos, ahora para entrar en el juego hace falta
aceptar que los mismos que han creado el problema tienen la
solución y eso cuesta.
La credibilidad de los espectáculos circenses se basa en la
candidez del público, en la aceptación de una realidad a
veces equívoca, a veces increíble, pero en la que la luz de
las candilejas y el ambiente contribuyen a dar verosimilitud
a lo fantástico.
Sin embargo todo ello ha de tener un sentido, un objetivo y
debe ser compartido por todos, o al menos por la mayoría.
Cuando ese difícil equilibrio se rompe, cuesta mucho
desandar el camino; cuando mientras estás embobado pendiente
del espectáculo, alguien de manos hábiles te roba la
cartera, alguien que forma parte del circo, entonces toda tu
candidez se viene abajo, ya no valen las medias luces, ni
los trucos de prestidigitador, ni las gracias de los
payasos, porque todo forma parte de una gran trampa.
Y eso es lo que se trasluce en este caso y es lo que hace
que el espectáculo quede deslucido, sin gracia. La evidente
falta de credibilidad, la sensación de que muchos de los que
participan, lo hacen no ars gratia artis, el arte por el
arte, sino por el interesado deseo de permanecer, impelidos
por la necesidad de ser protagonistas, actores principales
de una parodia caduca y falta de ritmo.
Es entonces cuando un público desencantado, amante del circo
de verdad, del espectáculo basado en la realidad, en el
redoble de tambores, en el funambulista sin red, en el
domador sin silla, prefiere no acudir, no seguir manteniendo
vivo ese fuego más que en su imaginación, porque la realidad
ya no tiene ni fuerza ni empuje.
Todo ello, para desgracia nuestra, significa que aquellas
ilusiones e ideas peregrinas en torno a la ingravidez de los
cuerpos, al enfrentamiento entre fieras y hombres, a la
lucha contra el tiempo, queda sujeto a la cruel realidad.
Así es como veo el espectáculo del domingo, así es como veo
a unos sindicatos faltos de frescura, impregnados en
intereses particulares que dominan sobre los generales.
Bien es cierto que también hay gente que todavía confía, que
cree que el camino porque el nos pretenden llevar es el
correcto, respeto y aprecio a esa gente, pero no a los que
los conducen, aprovechando su confianza, directamente a un
callejón sin salida, el de la desilusión.
El ejemplo de los que viven del trabajo ajeno, del esfuerzo
común, está demasiado presente, su número es cada vez más
reducido, pero se mantienen a base de especulaciones y
medias verdades, con una impunidad carente de pudor.
Para ganarse de nuevo el respeto de aquellos que les
precedieron, aquellos hombres y mujeres que lucharon por un
ideal, respetando a sus compañeros, haciendo cada día
posible el milagro de la libertad, tienen que rehacer parte
del camino, repasar su propia trayectoria personal y ponerse
en la piel de quienes antepusieron su propia comodidad a la
de sus iguales.
Ya no basta con hablar de ricos y pobres, ya no es
suficiente con acusar a los mercados, al capitalismo, es
preciso ir más allá, aportar soluciones, predicar con el
ejemplo.
Los sindicatos han perdido el norte, de eso no me cabe duda,
y cada vez más personas son conscientes de la pérdida de
poder de convocatoria, de su doble lenguaje, de la
connivencia en la han permanecido con los poderes del
momento, de su escasa representación social y de que han
vivido paniaguados y callados como quintos.
Ahora reivindican la calle, demasiado tarde.
Ahora quieren vendernos que ellos son los verdaderos
garantes del estado de bienestar, demasiado tarde.
Quien ha contribuido a hacerlo insostenible, quien no se ha
preocupado lo más mínimo por la evidente falta de
sostenibilidad de ese estado de bienestar, no está ahora
legitimado para convertirse en líder social.
Twiter juamaconjota
|