Acabo de ver por televisión el encuentro Barcelona-Real
Madrid. Hay que destacar la deferencia, la atención, la
excelente recepción y buena educación con la que todos los
catalanes asistentes al encuentro han recibido al equipo
visitante, gesto que no podía ser de otra forma habida
cuenta la formación y madurez de esos catalanes que, en
definitiva, han demostrado su respeto, no sólo al equipo
visitante, sino a lo que éste representa dentro de la unidad
del territorio nacional.
Pero esto no es óbice para que, al mismo tiempo, esos
anfitriones reivindiquen, al margen del encuentro, una
independencia de España por los medios legales existentes.
Han entendido que esa reivindicación no hay que mezclarla
con el deporte y la buena educación, por lo que han sabido
actuar con una dignidad que, seguro, les llena de
satisfacción. Han demostrado su preparación para asumir las
vicisitudes inherentes a la independencia a que aspiran.
Eso sí, aunque les faltan más medios administrativos y
financieros que a Escocia y Quebec, tratarán de compensarlo
con la preparación humana, social y moral que han demostrado
tener para, en un futuro, desarrollar su proyecto.
Es cierto que, junto a otros que no estaban en el estadio,
forman sólo una minoría, pero no importa, para muestra vale
un botón, y han demostrado tener base suficiente para ir
cambiando, poco a poco, los hábitos de la mayoría. Y si no,
al tiempo.
El partido ha finalizado con un resultado premonitorio: un
empate; es la equidad entre dos equipos que, casi,
representan a todo un resto de identidad nacional,
respirando juntos un ambiente de solidaridad, respeto mutuo,
comprensión, etc. al margen de las intenciones políticas.
Todo un ejemplo.
Es una pena que ningún periódico de tirada nacional, haya
destacado, en su primera página, semejante comportamiento de
madurez minoritaria, dentro y fuera del estadio.
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