Los martes suelo reunirme con
amigos y comer con ellos con el fin de disfrutar de una
sobremesa más apetitosa que el menú elegido. Charlar a moco
tendido nos agrada sobremanera y nos permite desahogarnos en
todos los sentidos. Cada martes la conversación es diferente
y se nutre de lo que haya sido noticia muy principal en ese
fin de semana o bien en los días posteriores.
Pronto se comienza a comentar lo sucedido el sábado pasado
en el Camp Nou. Y surgen, como no podía ser de otra manera,
visiones distintas de lo acontecido en un espectáculo que no
tiene parangón con ningún otro. Lo primero que se me dice,
por parte de un contertulio, es que se me nota el disfrute
que me produce la mala actuación de Iker Casillas.
Una más y que viene a demostrar que es portero sobrevalorado
y que lleva mucho tiempo dañando a su equipo en todos los
sentidos.
No necesito defenderme de esa acusación porque mi ser
madridista es muy acendrado. Tan puro e intenso que mi mayor
deseo sería que Casillas fuera tan grande como dicen quienes
no entienden ni papa de fútbol y han convertido en mito a un
tío que tiene las mismas cualidades, por poner un ejemplo,
que Alves del Valencia; quien no ha tenido la suerte
de ser internacional con un país que ha contado, en cierto
momento, con unos jugadores excepcionales.
Mis respuestas a los defensores acérrimos de Casillas son
argumentadas con hechos que los contertulios no pueden
rebatir. Y, claro, llega un momento en el cual sus pareceres
se quedan varados en la orilla del desconocimiento. Y sucede
lo que sucede, que no dudan en cambiar de conversación. Y se
me pregunta si sé algo de por qué se van a cambiar los
asientos del Murube en una época donde debe primar el ahorro
de los dineros públicos.
La pregunta lleva su contenido de guasa, mucha guasa, que a
mí no se me pasa por alto. Y no dudo en responder a media
vuelta de manivela: porque alguien está tratando de
justificar los 80.000 euros que se han destinado a
inversiones en el Murube en el 2012. Y hasta puede que se
adelanten los otros 80.000 euros del 2013.
El Alfonso Murube se ha convertido en un negocio. En un
recinto deportivo al que Antonio García Gaona le va a
sacar todo el rendimiento que le ha sido encomendado por
quien más manda en esta ciudad. Y lo hará sin que le tiemble
el pulso. Es decir, con la tranquilidad que suelen demostrar
quienes pertenecen al Opus Dei.
Y, aunque yo no pueda asegurar que el presidente de la FFC
sea miembro de la Obra de Dios, tampoco me extrañaría que
hubiera seguido los consejos de su antecesor en el organismo
federativo.
Lo que no sé, aunque ando tras de saberlo, es si el alcalde
también es de los que han acabado transitando por el camino
indicado por Josemaría Escrivá. Trazas tiene de
haberse aliado con una causa que ha sido tachada de
proselitismo agresivo y difusión de actitudes y vínculos con
grupos de ordeno y mando por cojones.
En fin, que el cambio de los asientos del Murube a mí me
huele a chamusquina. Así que no he tenido el menor
inconveniente en decirles a los participantes de la
sobremesa, de este martes de octubre, que el asunto huele
mal. Vamos, que huele a podrido. Que huele a comisiones y
demás zarandajas que suelen darse entre políticos y miembros
de organismos privados y sin ánimo de lucro. Lo cual ha sido
siempre tachado de comportamiento detestable. Pero ahora,
con la que está cayendo, me sorprende que Aróstegui, nuestro
Lawrence de Arabia, no diga ni pío. Juzguen ustedes.
|