La gente sigue clamando contra la
clase política. Conque no creo yo pecar de disparate si digo
que los políticos, a los ojos de los ciudadanos, han llegado
a transformarse en enemigos públicos. Y es que se han ganado
con creces la fobia que se les tiene.
De nada les vale a los políticos señalarse con el dedo y
acusarse recíprocamente de todo lo malo habido y por haber,
porque el ciudadano piensa que todos tienen razón, que todos
son corruptos, que todos van a lo suyo, y que el deseo de
poder produce los mismos efectos que el poder. Lo cual no
deja de ser una situación preocupante, por no decir algo más
grave.
Es el caso, por ejemplo, de Alfredo Pérez Rubalcaba.
Cuya oposición carece de todo crédito y, por tanto, se
muestra incapaz de sacarle rédito a la desafortunada gestión
que está haciendo Mariano Rajoy. Quien sólo ha
necesitado nueve meses en el cargo para dar pruebas
evidentes de ser un gobernante indeciso, pusilánime,
mentiroso, indolente…
No es extraño, pues, que en la calle se oiga la misma
cantinela: Los políticos se parecen demasiado entre sí, son
todos de la misma estatura y de la misma calaña. Ya sean del
bando que sean. Usan un lenguaje vulgar, son tediosos,
demagógicos y no suscitan ni ilusión ni esperanza.
No hace falta ser sociólogo para asegurar que la decadencia
de la clase política es una realidad. Y no vale decir que es
así porque no deja de ser reflejo de nuestra sociedad. Lo
cual es muletilla en bocas interesadas. Los políticos no
hacen bueno eso de que tienen que vivir entre la mierda,
pero no confundirse con ella. Ni por asomo. Ya que la
corrupción está casi generalizada. Y, desde luego, nos
enteramos casi siempre de los mangazos cuando los son de
millones de euros y no cuando los son de miles.
Los eres de Andalucía y los ladrones que habitan en la
Comunidad Valenciana son pruebas fehacientes de tan sonadas
actuaciones corruptas. Basadas ellas en apropiaciones de
sumas millonarias con impunidad manifiesta. Y que se han ido
descubriendo, simple y llanamente, por grescas particulares
entre los tipos que se prestaban al juego sucio ideado y
consentido por quienes podían hacerlo desde la cúpula del
poder. Es decir, que a la cárcel han ido los Fulanos y
Menganos de tercera fila. Los que salían con los bolsillos
llenos, días tras días, a vivir la borrachera de la
imbecilidad y de los estímulos pagados con el dinero de los
contribuyentes.
El día menos pensado nos desayunaremos con que el haz de luz
de una linterna autorizada ha descubierto cuentas trucadas
en cualquier organismo ceutí. Y nos hablarán de una caja
negra que, durante mucho tiempo, no cesaba de recibir
dineros públicos y que luego, en un amén, regresaban a otra
cuenta particular dispuesta al efecto.
Si ello sucede, todo es posible en los tiempos que corren,
no faltarán quienes se sorprendan y digan una y mil veces
que no dan crédito a lo ocurrido. Y, cómo no, gritarán a los
cuatro vientos que son capaces de meter las manos en el
fuego por los Fulanos y Menganos acusados de llevárselo
calentito. Y hasta puede que tengamos que llevarlos con las
urgencias previstas, en estos casos, al departamento de
quemados con el fin de que salven esas manos que arriesgaron
por tener la fe del carbonero.
Cuidado con las mosquitas muertas, de manos largas y de
conciencias sucias. Sus nombres están en la punta de mi
lengua.
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