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OPINIÓN - DOMINGO, 7 DE OCTUBRE DE 2012

 
OPINIÓN / BATALLAS

La batalla del Cabo Ecnomo

Por Juan Manuel Sánchez Valderrama


Antes de narrar lo que conocemos de ella, vamos a situarnos en el contexto histórico.

La I Guerra Púnica

Se trata del comienzo de un largo enfrentamiento entre las dos potencias más poderosas de la antigüedad, por un lado el pujante imperio comercial regido por la República Cartaginesa, por otro lado una todavía balbuceante potencia romana. Está en juego el control estratégico del Mediterráneo, y más concretamente uno de sus bastiones principales, la isla de Sicilia, su importancia radica en la presencia de puertos comerciales de gran valor, su control permitía el control de las principales rutas comerciales de la época. Pero más allá de estrategias comerciales, de control marítimo o terrestre lo que estaba en juego era algo mucho más trascendental para ambos contendientes, el ganador se convertiría en potencia hegemónica, el perdedor en su satélite. La guerra se inició en el 264 a C y finalizó en el 241 a C, tras 23 años de intensa lucha, que dejaron a las dos potencias exhaustas, al borde del colapso financiero y militar. Roma sería la vencedora, atrás quedaban intensas batallas en Sicilia, en el mar y en África. La del Cabo Ecnomo fue una de ellas. El mundo ya no sería el mismo…

Los contendientes y sus contingentes bélicos

En la batalla del cabo Ecnomo, se enfrentaron la flota romana y la cartaginesa, era el noveno año de la Primera Guerra Púnica. Sus flotas nos indican el alto nivel de compromiso y la igualdad a la hora de enfrentarse a la batalla en ambos contendientes, los datos los aporta Polibio:

-Flota Cartaginesa: 350 barcos y 150.000 hombres

-Flota Romana: 330 barcos y 140.000 hombres.

Esto implica que la media era de 427 hombres por embarcación, entre tripulación y fuerza de ataque. Es importante destacar, que para la Republica Romana el esfuerzo es colosal, mucho más que para los cartagineses, que basaban todo su poderío en la flota, para Roma sin embargo es algo novedoso, no esperan enfrentarse en el mar puesto que el objetivo de la misión era el de desembarcar en África. El senado, el pueblo de roma y sus ciudades aliadas, se vaciaron para aportar todo tipo de bienes y hombres y nos da una idea del enorme potencial que en época tan temprana Roma poseía, como lo es su firme convicción para derrotar a sus enemigos en su propio terreno. Esta decisión valiente, rayando lo insensato, era el sello distintivo de los mandos romanos, su agresividad y avidez de victoria es legendaria. Roma, destinó ambos cónsules para dicha contienda, algo poco común, lo que indica la importancia que tenía para ellos, así que Lucio Manlio Vulso y Marco Atilio Régulo, serian los responsables, hay que recordar que este último representa la esencia de la heroicidad romana y su capacidad de sacrificio, pero esa es otra historia. Por la parte Cartaginesa, Amilcar Barca (padre de Aníbal) y Hannón comandarían las fuerzas navales de Cartago.

El poder cartaginés y el romano

Régulo miró en derredor, no le gustaba el mar, observó el sostenido vaivén y saltó a bordo, su misión estaba clara, trasladar las tropas a Libia (África) y desde allí atacar a su insidioso enemigo en sus narices, pero para ello primero había que atravesar un mar con todo lo que ello implica. La flota era numerosa, se perdía en la distancia y su colega el cónsul Manlio comandaba, junto con él mismo, la expedición. El mar estaba en calma, de momento, nunca se sabía a ciencia cierta cuanto duraría, solo Neptuno lo podía cambiar y era caprichoso, los sacrificios sin embargo, auguraban una buena travesía.

Se habían dividido formando cuatro grupos, los dos más compactos eran mandados por los cónsules, una parte quedaba como reserva en la retaguardia y en medio una formación de navíos de transporte, si encontraban resistencia antes de llegar a tierra cada uno sabía lo que tenía que hacer y si era preciso el sistema de señales permitiría la comunicación entre ellos. En las proximidades del cabo Ecnomo, próximo a la isla de Sicilia en su costa sur, Régulo pudo comprobar de visu su error de cálculo, no se trataba de una fuerza naval cualquiera, Cartago demostraba su poder enviando una poderosa flota para impedir su traslado y posterior desembarco, sería una batalla naval en toda regla. Régulo se comunicó con su colega mediante señales, su respuesta fue lacónica “vencer o morir”, él por su parte contestó “sea”.

No habían llegado tan lejos para ahora volverse, pero comprendió que no solo estaban en juego sus vidas, el prestigio de Roma, el de su propia gens (su familia), todo, de pronto la apuesta había subido y el rival era formidable, con más experiencia, mejor preparado, más hábil y atacado en sus dominios, la piel se le puso de gallina, sus probabilidades de vencer no eran demasiadas, el desastre podía ser irreparable.

El viento soplaba ligero desde tierra y el mar se ondulaba suavemente, con la frente arrugada y el corazón en un puño Regulo se dispuso para el combate, sus marineros habían practicado una y otra vez toda clase de maniobras, incluso algunos habían participado en algún combate, pero lo que ahora tenían enfrente estaba fuera de su alcance, la tropa también tendría que poner en práctica el corvus, la plataforma móvil que caía sobre la embarcación enemiga y mediante el gancho que le daba nombre la sujetaba firmemente, pero había que tener valor y arrojo para atravesarla hasta la embarcación enemiga, para una vez allí librar un cuerpo a cuerpo en poco espacio, sin posibilidad de retroceso y por si fuera poco en movimiento, era todo un reto sobrevivir a la experiencia. Cuantas más vueltas le daba mayor era su desasosiego. Vencer o morir, no había más alternativa.

De acuerdo con lo previsto formaron una punta de lanza dispuestos a romper la impresionante línea que presentaba el enemigo, entretanto quedaban atrás, en línea, los barcos de transporte y cerrando, una ultima línea de reserva, triarii, por su similitud con el planteamiento terrestre. Los Púnicos por su parte formaban una compacta y extensa línea de combate con dos alas ligeramente cerradas, como si quisieran embolsarlos.

El encuentro decisivo estaba listo para iniciarse.

La punta de lanza romana embistió con fuerza y decisión el frente enemigo y comenzó un enfrentamiento en el que las naves cartaginesas embestían con sus proas reforzadas de metal a las embarcaciones romanas o intentaban pasar por la línea de remos para cortarlos y dejar a su adversario sin posibilidad de maniobra, las velas estaban plegadas durante el combate, solo la fuerza de los remeros y la destreza del timonel permitían el desplazamiento, las flechas volaban entre embarcaciones y los scorpios romanos lanzaban piedras y flechas en una lluvia mortal. Régulo observaba impotente, con la mano apretando fuertemente la empuñadura de su gladius, protegiéndose del furor enemigo, las primeras embarcaciones quedaron atrapadas por el corvus y como en sueños observó al centurión que, con el scutum como única protección, corría por la pasarela y atacaba con decisión a la tropa enemiga, detrás sus hombres le seguían sin dudar, los primeros cayeron como héroes, pero la fuerza de choque terminó dominando la embarcación enemiga para luego incendiarla, volver sobre sus pasos y de nuevo elevar el corvus, los únicos supervivientes púnicos eran los que se lanzaban aterrados a un mar que a la postre sería su tumba. Régulo contempló a la gaviota que sobrevolaba su barco y comprendió que la falta de visión de conjunto era un duro reto, no había ningún promontorio, solo unas alas como aquellas podían contemplar el conjunto en todo su horror.

Si hubiera podido volar como Ícaro, habría visto como las alas cartaginesas se separaban del resto y atacaban con fuerza la formación de barcos de transporte que, indefensas caían una tras otra en tanto la línea de triarii entraba a su vez en combate, en un desesperado intento de evitar su destrucción. Entretanto y contra toda lógica la ruptura de la línea de combate púnica provocó la desbandada de las embarcaciones que viraron a la desesperada huyendo sin rubor. Ante la huida enemiga los barcos romanos retrocedieron para recomponer sus líneas encontrándose de nuevo frente a sus enemigos, que atacaban su retaguardia sin compasión, los dos cónsules volvieron de nuevo a la carga desmadejando el ataque y haciendo que las naves supervivientes desaparecieran del escenario.

Todavía sin poder explicarlo muy bien, Régulo comprendió que habían vencido, ante un enemigo superior en número y destreza, superando todas las expectativas, los hombres, eufóricos, gritaban entusiasmados, Roma había sido capaz de derrotar a Cartago en una batalla en la que partían como perdedores.No era hombre de grandes aspavientos, zanjó la euforia con una leve sonrisa y se dispuso a maniobrar para llegar a tierra, quedaba mucho por hacer. Interiormente estaba exultante, el Senado y el pueblo de Roma pronto le proporcionarían la recompensa más buscada, el Triunfo, los espolones de aquellos barcos adornarían el foro, siguiendo la costumbre.

Las Consecuencias

La contundencia de la victoria no deja lugar a dudas, los cartagineses hundieron 24 barcos romanos pero perdieron 95, 30 hundidos y 65 capturados.Pero lo peor para los intereses púnicos fue que la derrota permitió a los romanos acceder directamente a las costas africanas, que quedaron a su merced. Y Roma no desaprovechaba ninguna ventaja…

Ceuta En El 256 A.c.

Como se desprende del mapa general del Mediterráneo en el que aparecen reflejados los ámbitos de poder de ambos contendientes, el emplazamiento de la actual Ceuta se encontraba en la esfera de Cartago, con Tingis como principal punto de referencia y Lixus como puerto atlántico avanzado. Es el año 319 a.C. cuando Cartago ocuparía la ciudad, que pasaría a formar parte de sus dominios. Su nombre Hepta Adelphoi, se lo dieron los griegos focenses, a quienes los cartagineses se la arrebataron. En el 201 a.C. con la rendición de Cartago al final de la Segunda Guerra Púnica, la ciudad es cedida al Reino de Numidia.
 

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