Antes de narrar lo que conocemos de ella, vamos a situarnos
en el contexto histórico.
La I Guerra Púnica
Se trata del comienzo de un largo enfrentamiento entre las
dos potencias más poderosas de la antigüedad, por un lado el
pujante imperio comercial regido por la República
Cartaginesa, por otro lado una todavía balbuceante potencia
romana. Está en juego el control estratégico del
Mediterráneo, y más concretamente uno de sus bastiones
principales, la isla de Sicilia, su importancia radica en la
presencia de puertos comerciales de gran valor, su control
permitía el control de las principales rutas comerciales de
la época. Pero más allá de estrategias comerciales, de
control marítimo o terrestre lo que estaba en juego era algo
mucho más trascendental para ambos contendientes, el ganador
se convertiría en potencia hegemónica, el perdedor en su
satélite. La guerra se inició en el 264 a C y finalizó en el
241 a C, tras 23 años de intensa lucha, que dejaron a las
dos potencias exhaustas, al borde del colapso financiero y
militar. Roma sería la vencedora, atrás quedaban intensas
batallas en Sicilia, en el mar y en África. La del Cabo
Ecnomo fue una de ellas. El mundo ya no sería el mismo…
Los contendientes y sus contingentes bélicos
En la batalla del cabo Ecnomo, se enfrentaron la flota
romana y la cartaginesa, era el noveno año de la Primera
Guerra Púnica. Sus flotas nos indican el alto nivel de
compromiso y la igualdad a la hora de enfrentarse a la
batalla en ambos contendientes, los datos los aporta
Polibio:
-Flota Cartaginesa: 350 barcos y 150.000 hombres
-Flota Romana: 330 barcos y 140.000 hombres.
Esto implica que la media era de 427 hombres por
embarcación, entre tripulación y fuerza de ataque. Es
importante destacar, que para la Republica Romana el
esfuerzo es colosal, mucho más que para los cartagineses,
que basaban todo su poderío en la flota, para Roma sin
embargo es algo novedoso, no esperan enfrentarse en el mar
puesto que el objetivo de la misión era el de desembarcar en
África. El senado, el pueblo de roma y sus ciudades aliadas,
se vaciaron para aportar todo tipo de bienes y hombres y nos
da una idea del enorme potencial que en época tan temprana
Roma poseía, como lo es su firme convicción para derrotar a
sus enemigos en su propio terreno. Esta decisión valiente,
rayando lo insensato, era el sello distintivo de los mandos
romanos, su agresividad y avidez de victoria es legendaria.
Roma, destinó ambos cónsules para dicha contienda, algo poco
común, lo que indica la importancia que tenía para ellos,
así que Lucio Manlio Vulso y Marco Atilio Régulo, serian los
responsables, hay que recordar que este último representa la
esencia de la heroicidad romana y su capacidad de
sacrificio, pero esa es otra historia. Por la parte
Cartaginesa, Amilcar Barca (padre de Aníbal) y Hannón
comandarían las fuerzas navales de Cartago.
El poder cartaginés y el romano
Régulo miró en derredor, no le gustaba el mar, observó el
sostenido vaivén y saltó a bordo, su misión estaba clara,
trasladar las tropas a Libia (África) y desde allí atacar a
su insidioso enemigo en sus narices, pero para ello primero
había que atravesar un mar con todo lo que ello implica. La
flota era numerosa, se perdía en la distancia y su colega el
cónsul Manlio comandaba, junto con él mismo, la expedición.
El mar estaba en calma, de momento, nunca se sabía a ciencia
cierta cuanto duraría, solo Neptuno lo podía cambiar y era
caprichoso, los sacrificios sin embargo, auguraban una buena
travesía.
Se habían dividido formando cuatro grupos, los dos más
compactos eran mandados por los cónsules, una parte quedaba
como reserva en la retaguardia y en medio una formación de
navíos de transporte, si encontraban resistencia antes de
llegar a tierra cada uno sabía lo que tenía que hacer y si
era preciso el sistema de señales permitiría la comunicación
entre ellos. En las proximidades del cabo Ecnomo, próximo a
la isla de Sicilia en su costa sur, Régulo pudo comprobar de
visu su error de cálculo, no se trataba de una fuerza naval
cualquiera, Cartago demostraba su poder enviando una
poderosa flota para impedir su traslado y posterior
desembarco, sería una batalla naval en toda regla. Régulo se
comunicó con su colega mediante señales, su respuesta fue
lacónica “vencer o morir”, él por su parte contestó “sea”.
No habían llegado tan lejos para ahora volverse, pero
comprendió que no solo estaban en juego sus vidas, el
prestigio de Roma, el de su propia gens (su familia), todo,
de pronto la apuesta había subido y el rival era formidable,
con más experiencia, mejor preparado, más hábil y atacado en
sus dominios, la piel se le puso de gallina, sus
probabilidades de vencer no eran demasiadas, el desastre
podía ser irreparable.
El viento soplaba ligero desde tierra y el mar se ondulaba
suavemente, con la frente arrugada y el corazón en un puño
Regulo se dispuso para el combate, sus marineros habían
practicado una y otra vez toda clase de maniobras, incluso
algunos habían participado en algún combate, pero lo que
ahora tenían enfrente estaba fuera de su alcance, la tropa
también tendría que poner en práctica el corvus, la
plataforma móvil que caía sobre la embarcación enemiga y
mediante el gancho que le daba nombre la sujetaba
firmemente, pero había que tener valor y arrojo para
atravesarla hasta la embarcación enemiga, para una vez allí
librar un cuerpo a cuerpo en poco espacio, sin posibilidad
de retroceso y por si fuera poco en movimiento, era todo un
reto sobrevivir a la experiencia. Cuantas más vueltas le
daba mayor era su desasosiego. Vencer o morir, no había más
alternativa.
De acuerdo con lo previsto formaron una punta de lanza
dispuestos a romper la impresionante línea que presentaba el
enemigo, entretanto quedaban atrás, en línea, los barcos de
transporte y cerrando, una ultima línea de reserva, triarii,
por su similitud con el planteamiento terrestre. Los Púnicos
por su parte formaban una compacta y extensa línea de
combate con dos alas ligeramente cerradas, como si quisieran
embolsarlos.
El encuentro decisivo estaba listo para iniciarse.
La punta de lanza romana embistió con fuerza y decisión el
frente enemigo y comenzó un enfrentamiento en el que las
naves cartaginesas embestían con sus proas reforzadas de
metal a las embarcaciones romanas o intentaban pasar por la
línea de remos para cortarlos y dejar a su adversario sin
posibilidad de maniobra, las velas estaban plegadas durante
el combate, solo la fuerza de los remeros y la destreza del
timonel permitían el desplazamiento, las flechas volaban
entre embarcaciones y los scorpios romanos lanzaban piedras
y flechas en una lluvia mortal. Régulo observaba impotente,
con la mano apretando fuertemente la empuñadura de su
gladius, protegiéndose del furor enemigo, las primeras
embarcaciones quedaron atrapadas por el corvus y como en
sueños observó al centurión que, con el scutum como única
protección, corría por la pasarela y atacaba con decisión a
la tropa enemiga, detrás sus hombres le seguían sin dudar,
los primeros cayeron como héroes, pero la fuerza de choque
terminó dominando la embarcación enemiga para luego
incendiarla, volver sobre sus pasos y de nuevo elevar el
corvus, los únicos supervivientes púnicos eran los que se
lanzaban aterrados a un mar que a la postre sería su tumba.
Régulo contempló a la gaviota que sobrevolaba su barco y
comprendió que la falta de visión de conjunto era un duro
reto, no había ningún promontorio, solo unas alas como
aquellas podían contemplar el conjunto en todo su horror.
Si hubiera podido volar como Ícaro, habría visto como las
alas cartaginesas se separaban del resto y atacaban con
fuerza la formación de barcos de transporte que, indefensas
caían una tras otra en tanto la línea de triarii entraba a
su vez en combate, en un desesperado intento de evitar su
destrucción. Entretanto y contra toda lógica la ruptura de
la línea de combate púnica provocó la desbandada de las
embarcaciones que viraron a la desesperada huyendo sin
rubor. Ante la huida enemiga los barcos romanos
retrocedieron para recomponer sus líneas encontrándose de
nuevo frente a sus enemigos, que atacaban su retaguardia sin
compasión, los dos cónsules volvieron de nuevo a la carga
desmadejando el ataque y haciendo que las naves
supervivientes desaparecieran del escenario.
Todavía sin poder explicarlo muy bien, Régulo comprendió que
habían vencido, ante un enemigo superior en número y
destreza, superando todas las expectativas, los hombres,
eufóricos, gritaban entusiasmados, Roma había sido capaz de
derrotar a Cartago en una batalla en la que partían como
perdedores.No era hombre de grandes aspavientos, zanjó la
euforia con una leve sonrisa y se dispuso a maniobrar para
llegar a tierra, quedaba mucho por hacer. Interiormente
estaba exultante, el Senado y el pueblo de Roma pronto le
proporcionarían la recompensa más buscada, el Triunfo, los
espolones de aquellos barcos adornarían el foro, siguiendo
la costumbre.
Las Consecuencias
La contundencia de la victoria no deja lugar a dudas, los
cartagineses hundieron 24 barcos romanos pero perdieron 95,
30 hundidos y 65 capturados.Pero lo peor para los intereses
púnicos fue que la derrota permitió a los romanos acceder
directamente a las costas africanas, que quedaron a su
merced. Y Roma no desaprovechaba ninguna ventaja…
Ceuta En El 256 A.c.
Como se desprende del mapa general del Mediterráneo en el
que aparecen reflejados los ámbitos de poder de ambos
contendientes, el emplazamiento de la actual Ceuta se
encontraba en la esfera de Cartago, con Tingis como
principal punto de referencia y Lixus como puerto atlántico
avanzado. Es el año 319 a.C. cuando Cartago ocuparía la
ciudad, que pasaría a formar parte de sus dominios. Su
nombre Hepta Adelphoi, se lo dieron los griegos focenses, a
quienes los cartagineses se la arrebataron. En el 201 a.C.
con la rendición de Cartago al final de la Segunda Guerra
Púnica, la ciudad es cedida al Reino de Numidia.
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