Era el mediodía del pasado
miércoles, cuando hojeando El Pueblo de Ceuta vi una esquela
que me impactó tremendamente: Nicolás Jiménez Chacón había
fallecido.
Realmente no me lo podía creer, a pesar de que, desde hace
tiempo yo sabía que su salud estaba delicada.
Lo he sentido de verdad, porque desde hace más de quince
años tuve una buena relación con él, partiendo de las veces
que fui a su clínica y de que era un profesional formidable.
Nunca olvidaré – entonces hacía yo un programa en la Cadena
COPE, a las siete de la tarde -, que un día tuve que pasar
por su consulta con un flemón que me había ocasionado una
muela y que apenas me permitía hablar.
Le dije lo que había y con la profesionalidad que le
caracterizaba me dijo:” no te preocupes que para las siete
de la tarde estarás como nuevo”. Esto estaba sucediendo a
las cinco de la tarde y a las siete, dos horas más tarde, yo
estaba haciendo el programa.
Como no podía ser menos, comenté los avatares de aquellas
tarde y las “buenas manos” de un profesional de lujo, porque
así hay que considerar a Nicolás Jiménez Chacón, un
auténtico señor, en el más amplio de los sentidos de esta
palabra.
En muchas ocasiones hablé con él y en una ocasión, incluso,
le entrevisté para El Pueblo de Ceuta y lo que más me
sorprendió de las explicaciones que me daba sobre su
profesión es que jamás había que hablar de lujos, ni de nada
parecido, sino de salud bucal, algo que repetía una y otra
vez. Así veía él su profesión.
Nadie lo puede dudar, vivía la profesión, no dejaba nada por
“atar”, atendía todos los aspectos y trabajaba como un
número uno, cosa que creo que era, o al menos a mí así me lo
demostró decenas de veces.
Trabajo, seriedad y sencillez eran sus puntos básicos, la
sencillez por encima de todo, desde todos los puntos de
vista, desde su propia vida y desde sus orígenes.
Cientos de veces, cuando yo le comentaba algunos aspectos
actuales sobre el instituto, él me repetía que su abuelo
había sido conserje del propio instituto, y se alegraba de
la labor que, en aquellos tiempos, cuando la vida de los
institutos, como la de otras facetas de la vida, era dura,
él se alegraba del trabajo que, en aquellos años, había
hecho su abuelo.
Ahora mismo, mientras voy escribiendo estas líneas in
memoriam sigo “viendo” a Nicolás Jiménez Chacón y voy
recordando muchos de sus pasos, allí en su clínica, donde
perdí el miedo que siempre había tenido a ir al dentista.
Y es que él me quitó ese miedo con su buen hacer, con sus
formas de trabajar y con el sentido que tenía cuando el
paciente estaba en su consulta.
Y ya que al no haberme enterado de su fallecimiento hasta
muy tarde, no le pude dar ese adiós que tanto se merecía, he
querido, con pena pero de todo corazón, dedicarle esta
columna a una persona joven, que todavía tenía mucho por
hacer, pero que la maldita muerte se lo ha llevado demasiado
pronto, mucho más pronto de lo debido.
Desde aquí, desde estas páginas, pero más aún desde el fondo
de mi corazón, te digo “descansa en paz, Nicolás, porque
seremos muchos los que en repetidas ocasiones nos vamos a
acordar de ti, tú y tu trabajo merecéis, al menos, ese
recuerdo”. Nos ha dejado todo un señor, descansa en paz.
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