Intentar averiguar cómo funciona el mundo de los liberados,
cuántos son, quien los elige, es como subir una montaña,
cuando crees que has llegado, encuentras que detrás hay otra
y otra, sin llegar nunca a saber que hay detrás.
Nadie tiene información clara acerca de su número, la
primera cuestión es cuantos en la empresa privada y cuantos
en la pública, el baile de cifras es incesante, ni el
gobierno ni los propios sindicatos dan pistas, las
estimaciones varían de unas fuentes a otras.
Son elegidos de entre los delegados sindicales, acumulando
las horas sindicales de varios compañeros hasta completar la
jornada laboral, en principio cuarenta horas a la semana,
pero en la práctica se consiente que con menos horas se
liberen, de ahí la posibilidad de disminuir su número sin
atentar contra el Estatuto de los Trabajadores o el Estatuto
de la Función Pública.
Se supone que son elegidos entre el propio grupo de
delegados sindicales previamente elegidos por los
trabajadores en una determinada empresa.
Si hablamos de sus funciones entonces hablamos de
inconcreciones, coordinar las mesas de negociación, informar
a los compañeros de los cambios, defender los derechos que
se vean mermados... durante cuarenta horas a la semana.
La información disponible es escasa, difiere de unas fuentes
a otras y muestra una clara disposición al oscurantismo y la
pregunta que se plantea es porqué.
Los sindicatos se están viendo superados por los
acontecimientos, los movimientos sociales están dejándolos
al margen y su única respuesta consiste en decir que están
siendo demonizados, atacados sin compasión, pedir a los
trabajadores que los dejen a ellos, que son los auténticos
defensores del estado del bienestar, de los derechos
adquiridos, sin darse cuenta que han caído en la
autocomplacencia, han asumido que su papel es irremplazable.
Vemos a diario cómo sus lideres se afanan en decir que la
única solución es pasar a través de ellos, las
movilizaciones a través de SMS o las redes sociales son muy
bonitas pero no sirven para nada, martillean.
Pero en el fondo, el miedo a quedar orillados les empuja a
llamar a la movilización social solo para comprobar que
siguen vivos.
Dejan pasar oportunidades de oro para mostrar su compromiso
con la sociedad en momentos de necesidad, véase la reacción
por la supresión de liberados…nula.
Ahora es cuando deberían ocupar el lugar que legítimamente
les corresponde, haciendo gala de una cualidad que
constantemente piden a los demás: transparencia.
¿Nadie se pregunta cuantos liberados hay en nuestra Ciudad?
¿Nadie cuestiona su utilidad?
Resulta cuando menos llamativo observar como los líderes
sindicales, ante este tipo de cuestiones, se ponen de perfil
y hacen como que miran para otro lado.
Y penoso comprobar cómo un importante resorte del
contrapoder, destinado a equilibrar el fiel de la balanza,
es manipulado desde los distintos gobiernos mediante el pago
de subvenciones, nadie quiere quedar al margen del maná
estatal, y luchan a brazo partido para obtener el máximo de
delegados sindicales, es su principal fuente de ingresos.
Y siguiendo con la lista de preguntas sin respuesta
aparente: ¿Cuántos lideres sindicales están metidos en
política activa?
Pocos, muy pocos, la función sindical tiene de por si el
suficiente calado e importancia cómo para no acaparar más… o
no.
Seguimos confundiendo los objetivos, seguimos pensando que
la culpa es de los demás sin ejercer la autocrítica.
Las posiciones irrenunciables no existen, la sociedad del
bienestar se basa en el desarrollo de un capitalismo que
permita el sostenimiento de las estructuras sociales que nos
hemos dado.
No podemos hablar solo de derechos, las obligaciones van
aparejadas y son para todos.
Echarle la culpa a la globalización, a los mercados, a los
partidos políticos, a los movimientos sociales de carácter
popular, al imperialismo o las multinacionales, está muy
bien, resulta siempre conmovedor y fácil de justificar.
El problema surge cuando la credibilidad del que los acusa
cae en picado y eso es precisamente lo que estamos viendo
con los sindicatos.
Parece más que necesario un profundo cambio en las
estructuras sindicales, comenzando por la autonomía
financiera derivada del cobro a los afiliados de la
correspondiente cuota, durante años el Estado ha protegido a
los sindicatos pagando sus facturas, pero parece llegado el
momento de que, una vez consolidadas las estructuras
sindicales, una vez alcanzada la madurez, sean ellos mismos
los que se financien y no solo por el ahorro que supone,
sino sobre todo para reducir la capacidad de los políticos
para interferir en las decisiones sindicales.
Eso es lo que les conferiría solidez moral y credibilidad,
eso y la transparencia en sus estructuras, y una buena forma
de empezar es explicando a sus conciudadanos la cuestión de
los liberados.
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