Hoy es día para hacer referencia
de forma repetitiva a ese “relativismo moral” que nos ha
venido empozoñando el alma y el espíritu, introduciéndose de
forma solapada en nuestras mentes, cómo una especie de virus
letal e indetectable de lenta evolución y del que se ignora
la presencia hasta que no saltan los síntomas mortales y
mortíferos. Y este razonamiento está basado en las quejas y
gemidos ante los recortes en Educación. Lógico, 10.000.000
de pobres españoles tienen recortado techo, cama y comida,
así que aumentar el número de alumnos por aula no es una
tragedia. La tragedia sería que esos mismos alumnos
vivieran, cómo tantos con los que he bregado, en un
asentamiento de chabolas o de casas prefabricadas, con la
luz enganchada del punto más cercano y sin agua corriente,
ratas, chatarra y cucarachas al por mayor. Esos son los que
tienen derecho a quejarse y muy alto, a plena voz, los que
se sientan en pupitres con sus libros de texto, en aulas
limpias, con maestros y el privilegio de recibir educación
no tienen derecho a quejarse de nada.
Desde luego que hay que reconocer el esfuerzo y la
importante función de todos y cada uno de los docentes, y
que es una obligación preservar el sistema educativo pero,
¿la ratio influye decisivamente en el fracaso escolar? Según
el pedagogo y el sociólogo que emita su opinión analítica.
¿Cuando comenzamos a hablar en España de ratio y desde hace
cuantos siglos existen escuelas en España de las que han
salido escritores, poetas, pintores, catedráticos, Premios
Nobel, físicos, químicos, literatos, notarios, jueces,
militares, registradores de la propiedad, comerciantes,
empresarios, conquistadores, hombres ilustres y gobernantes?
¿Influía en el alumnado el que el profesor fuera un cura con
la mala leche de un grajo, las aulas gélidas y oscuras y
volaran las bofetadas? ¿Influía el que las monjas, más malas
que basiliscos, entre reglazo y reglazo te obligara a
recitar la lista de los reyes godos y cómo único libro de
texto se tuviera una Enciclopedia General y cómo material
escolar un lápiz, una goma, una libreta de rayas y un
sacapuntas metálico a compartir? No. No influye. Al menos,
no al nivel que defienden los sindicatos. Nada influye en la
naturaleza humana, en la capacidad del niño y de la niña,
del hombre y de la mujer, para superar obstáculos y salir
más fuertes. ¿No estudiábamos en Granada en los años 70 con
las facultades en huelga, con el abrigo puesto y los
guantes? ¿No nos salían sabañones en las manos porque el
agua caliente era un lujo escaso? ¿Y no salieron de esos
años 70 y 60 y 50, generaciones de “excelentes”? ¿Y
aplicaban en los hogares algo distinto a una especie de
disciplina espartana? Porque la Inteligencia Emocional y su
potenciación, la capacidad de empatía, la resiliciencia, la
asertividad, la terapia Gestalt, el tratar de que nuestros
hijos no fueran cómo nosotros, unos tarados emocionales sino
capaces de expresar sus sentimientos en libertad y desde la
libertad, eso fue a partir de finales de los 80 y principios
de los 90. Y eso es lo malo de los extremos. De la moral
luterana y restrictiva al “destape”. De la disciplina
cuartelera y el castigo al “ser colegas” y a la pérdida de
figuras de autoridad cómo referencia. Y miren el ejemplo de
Francia, un país que ha tenido que rescatar modelos de
conducta que ya se consideraban “caducos y superados” para
tratar de sacar adelante a una parte de su juventud que
estaba casi perdida.
¿Ratio y atención personalizada? ¿Tuvieron Camilo José Cela,
Alberti, García Lorca, Calvo Sotelo, el doctor Barraquer,
Picasso, Joaquín Sorolla, Blasco Ibañez, Salvador Dalí,
María Zambrano y miles que en la Historia han sido ni
ratios, ni apoyos, ni leches? Tuvieron escuelas siniestras,
maestros siniestros, disciplina siniestra y en su mayor
parte padres bastante estrictos. Y cómo consiguieron superar
todas las dificultades y crecer con ellas “fueron”. Y se
sintieron privilegiados, agradecidos y reconocidos por haber
tenido la inmensa fortuna de poder estudiar y aprovecharon
con avidez la oportunidad, sedientos por aprender, porque
habían sido educados para saber que “de los libros sale el
pan”. Y hoy, que el privilegio de aprender es un derecho, se
han deformado hasta tal punto los valores que más de un
alumno piensa que “está haciendo un favor” al recibir lo que
millones de niños del Tercer Mundo, sentados en el suelo
ante la pizarra, consideran una bendición de Dios.
Menos ratio y más educar en principios, menos gemidos y más
hablar claro, para que se entienda. De los libros sale el
pan. Para quien lo quiera.
|