El universo con todas sus rosas siderales y con toda su
belleza sin fin es un abecedario a descubrir. Aún no se ha
escrito el poema perfecto. Por ello, con buen criterio,
Naciones Unidas ha declarado la “Semana Mundial del
Espacio”, los días comprendidos entre el cuatro y el diez de
octubre, para concelebrar todos junto a todos, las diversas
contribuciones de la ciencia y la tecnología espacial al
mejoramiento de la especie humana. Estoy seguro que muchos
de los problemas actuales tienen solución desde el poético
horizonte del cosmos y, en cualquier caso, siempre nos dona
la más directa lección de unidad diversa, donde esta
pluralidad que se divisa o se intuye, hace piña como norma
suprema del infinito.
Evidentemente, esta unión y esta unidad es lo que
verdaderamente imprime armonía a un espacio jamás pintado
por artista humano. Por tanto, siguiendo esta estela
armónica, el derecho humano no puede ser nunca de odio hacia
otro humano, es la conciliación, la concordia, el
acercamiento de unos y de otros, lo que nos engrandece como
ciudadanos de un mundo creado para ser recreado, no para ser
incendiado, sino para ser vivido con los demás.
Leamos, pues, bien las rosas de un espacio que se nos
presenta misterioso y místico a la vez, evitemos suplantar
el mundo que los otros viven, facilitemos la convivencia de
espacios, socorramos a toda vida para que viva,
autoevaluémonos cada cual consigo mismo y dejemos trazar
nuevos caminos de conformidad para salvar el planeta. Desde
luego, la ciencia y la tecnología del espacio, desde aquel
cuatro de octubre de 1957 que se lanzó al espacio
ultraterrestre el primer satélite artificial de la Tierra y
el diez de octubre de 1967 que entró en vigor el Tratado
sobre los principios que deben regir las actividades de las
naciones en la exploración y utilización de este universo,
ha servido para mejorar los servicios a la ciudadanía,
gestionando mejor sus recursos a través de la exploración
planetaria.
Quizás, hoy más que nunca, la mirada del ser humano esté más
abierta que nunca a esta observación. Y lo admirable de todo
esto, es la constante llamada a valorar la grandeza de este
sorprendente universo, del cual todos formamos parte. Es,
por ello, que también lamentamos los recortes e
incomprensiones a que están sometidas muchas personas
entregadas a la investigación de estas luminosas rosas del
espacio, que tantas veces nos llevan a una reflexión
profunda, sobre nuestro propio sentido en este planeta.
A mi juicio, precisamos de una verdadera ciencia en momentos
de tanta inseguridad. La ciencia que es ciencia, o sea que
toma conciencia de ser ciencia, siempre tranquiliza. De
entrada, querer adentrarse en la inmensidad del espacio,
penetrar en su estructura, recorrer con la mente tanta
maravilla, nos lleva cuando menos a reflexionar. El que
medita siempre llega al fondo de la cuestión y pienso que
una creación de vida, como el universo, ha de dejar perplejo
a cualquier humano. Por consiguiente, este conocimiento debe
ser entendido como una razón más de vida, de apasionarse por
la existencia.
Las mujeres y hombres de ciencia saben bien del asombro de
una mirada hacia el cielo, hacia un reino superior del
espíritu de amplitud liberadora, lo que debe generar una
nueva mentalidad, una actitud reconciliadora con la
naturaleza y con la forma de interpretar ese hábitat. Es
cierto que este medio ambiente nos habla mientras nosotros
no escuchamos, al igual que nos habla el universo y tampoco
prestamos atención. La estupidez humana no ha llegado a
entender que nosotros mismos somos un pedazo del cosmos
hecho realidad pensante.
Indudablemente tenemos más medios para comunicarnos que en
el pasado. Por citar algunos, tenemos los satélites de
teleobservación que se utilizan para vigilar la superficie
terrestre, los océanos y la atmósfera, lo que debiera
servirnos para proteger el entorno mundial. Sin embargo,
este medio natural continua agotando su capital ecológico
con la pérdida de bosques y especies, con la contaminación y
desechos tóxicos, que van a hacer insostenibles la vida y la
misma supervivencia humana. Igual sucede a la hora de querer
observar el universo, cada día se hace más difícil por la
interferencia de ondas, de luces, de contaminantes en
definitiva. De ahí la importancia de la cooperación
internacional en la esfera de cualquier exploración
espacial, lo que conlleva también una responsabilidad de las
naciones
Dicho lo anterior, aplaudo la semana mundial del espacio. Es
el principal evento anual en el mundo relativo al uso (que
no abuso) y a la tecnología espacial. El tema, de este año
2012, reconoce el significativo papel del espacio en nuestro
mundo y asegura, al mismo tiempo, la protección de la
seguridad humana. Al fin y al cabo, nuestra lealtad es para
las especies y el planeta, para el universo y la vida, para
ese cosmos inmenso en el cual nos movemos y del que
dependemos. Nos conviene, en consecuencia, transmitir
conocimientos y educar sobre los beneficios que se reciben
del espacio, mediante un desarrollo económico sostenible.
Sin duda, hace falta más apoyo público a los programas
espaciales. Los jóvenes tienen que participar en la ciencia,
en los espacios de divulgación investigadora, porque una
especie que no enaltece la labor de los científicos tampoco
comprenderá lo que busca.
Ahora bien, este creciente avance de la ciencia a través de
la tecnología, no tiene porque significar el derrumbe de
otras artes más filosóficas, o incluso de la misma religión.
Precisamente, decía Tagore, que “la poesía es el eco de la
melodía del universo en el corazón de los humanos”, y quizás
sea esta acústica íntima la que nos hace personas. O
ciudadanos con alma, igual de grandes y nobles que las rosas
del espacio. La verdad es que muy pocos saben algo, como
ayer y como mañana.
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