El mundo tiene hoy un problema
social de violencia extrema. Las barbaries que se han venido
sembrando para garantizar intereses y expandir la dominación
de los poderosos, la continua intimidación con armas
nucleares o de destrucción masiva, la imposición de
movilizaciones, ha generado una espiral de crimen y
fanatismos que sólo pueden frenarse trabajando por el bien
de la especie, sin exclusiones, siendo más justos,
tolerantes, fabricando menos armas y más escuelas.
Hemos de marcar, pues, otro orden de prioridades más
sensibles con la vida de las personas. No es suficiente con
hablar de paz, máxime cuando se siembra terror y se cultiva
la intransigencia o se adoctrina socialmente con el fuego
del odio y la venganza. Por desgracia, hemos convertido esta
siembra violenta que, nos circunda por todos los países, en
algo normal y no lo es, porque al final ese espíritu
violento nos acaba degradando a todos. Por ello, uno puede
expresar un descontento, pero con la condición de
manifestarlo pacíficamente. No son de recibo la destrucción
de bienes, con el despilfarro de dinero que esto supone, y
mucho menos la lesión de personas inocentes, que pueden
toparse con la muerte.
Desde luego, debemos desterrar cuanto antes las actuaciones
y mensajes violentos, a través de la conciencia pública y la
educación. Una cultura de paz no se aviva manifestándose a
pedradas, utilizando la sinrazón y violentando normas
democráticas, promoviendo la traición y desplegando el
rencor. Sin duda, no podemos cerrar los ojos ante este tipo
de hechos antisociales, que lo que buscan es dividir y
generar miedo e incertidumbre.
A diario se producen multitud de comportamientos
antisociables que habría que detener. Los conflictos se
intensifican y generan exclusión social. Las organizaciones
que siembran el terror, que trafican con las personas y con
las drogas, que avivan la violencia de género y la violencia
sexual, en los últimos tiempos también emergen con fuerza y
adquieren un poder global depredador.
Por consiguiente, pienso que todos tenemos el derecho a
vivir una vida libre del drama de la violencia. El buen
juicio para nada necesita de hechos fanáticos. Es hora de
oponerse con rotundidad a todo tipo de salvajismo. A mi
juicio, urge que las personas manifiesten el más radical
rechazo de la violencia, de toda violencia, y que todos los
gobiernos del mundo ejerzan la responsabilidad colectiva
internacional de proteger a los ciudadanos que son víctimas
de hechos verdaderamente crueles. Indudablemente, ante estos
sucesos inhumanos no se puede mirar hacia otro lado.
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