De Javier Arenas se dice que es el
miembro de su partido que mejor y más saluda a la gente.
Incluso se le reconoce que es el mejor intérprete del abrazo
chillado. Que así se llama en Andalucía al abrazo que se da
chillando un ¡ay! prolongado. Arenas, sin embargo, sustituye
la interjección por un sonoro ¡campeón! que suele ir
acompañado con un abrazo enérgico y rápidas palmadas en la
espalda del saludado. Tableteo subrayado por la mejor de sus
sonrisas.
Parece mentira, pues, que alguien que suele caer tan bien a
mucha gente, entre la que me encuentro, no logre ganar unas
elecciones como mandan los cánones. Es algo que he dicho
tantas veces como para sentir el reconcomio que suele causar
semejante redoble de tambor. Pero es imposible, al menos en
mi caso, escribir de JA y no reconocer que las urnas le
quieren menos que a mí una cámara de televisión.
Javier Arenas está esperando, tras haberse cumplido diez
meses de su fracaso en Sevilla –lo ha sido, mírese por donde
se mire, no lograr la presidencia de la Junta de Andalucía-,
que Mariano Rajoy le haga un hueco en el Gobierno.
Vamos, que lo nombre ministro aunque sea a costa de darle un
disgusto a Fátima Báñez; recomendada por el hombre
más alegre y comunicativo de los populares.
Mientras tanto, es decir, para soportar de la mejor manera
posible las siempre incomodidades ocasionadas por la espera,
el presidente del PP andaluz ha encontrado en los
hermanamientos una terapia que le ayuda a no desesperarse.
Aunque conviene decir, cuanto antes, que los hermanamientos
le han gustado a Javier Arenas desde que tuvo uso de razón.
Y hasta creo que mucho más que a Juan Vivas. Que es
ya decir. Porque éste, si pudiera, dedicaría todo su tiempo
a contarnos el cuento del alfajor.
No hay más que ver la fotografía en la cual aparecen
festejando en Málaga el hermanamiento de los populares de la
tierra con los de Melilla y Ceuta. Las manos entrelazadas de
Arenas, Imbroda, Vivas y otro dirigente
malacitano y sus rostros exultantes, parecen más bien que
están celebrando que España acaba de salir de la crisis
económica y que la cifra de paro se ha reducido a la mínima
expresión.
Pero no; no es eso, desgraciadamente, lo que están
festejando. De lo que están presumiendo es de cómo les ha
sido posible, tras ardua tarea, consolidar lazos entre
Málaga, Ceuta y Melilla. Lo cual se traduce en “una unión
como fuente de enriquecimiento, motor de desarrollo
económico y laboral, e instrumento para solucionar
dificultades de nuestro entorno”, según el presidente de los
populares malagueños, Elías Bendodo. Verdad es que
los voceros gilitontos surgen donde menos se espera. Y en
esta ocasión, le ha tocado a Málaga demostrar que tiene uno
de muchos quilates. Un tonto, quiero decir.
Pero quedaba, como cierre del esperpento, la declaración de
nuestro alcalde. Y éste volvió a arremeter contra
Zapatero. A quien le debe haber vivido ocho años de
mieles. Ah, Ceuta marinera quedó en el olvido. Ahora toca
decir que son tiempos de turbulencia y mar gruesa y que
debemos capear el temporal para llegar a buen puerto. Si
España tuviera que depender del buen gobierno de Arenas y de
Vivas, créanme, yo me iría a vivir allá donde el viento da
la vuelta.
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