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sociedad - MIÉRCOLES, 26 DE SEPTIEMBRE DE 2012


el niño con las heridas. cedida.

REPORTAJE / ENFERMOS SIN FRONTERAS
 

Musa: un niño “milagro” gracias a una cadena de solidaridad

El pequeño, un pastor de 12 años, se electrocutó en una torre de alta tensión en la aldea en la que vive, cerca de Tánger Med, y la ayuda altruista prestada desde Ceuta le ha salvado quizá la vida, aseguran sus rescatadores
 

CEUTA
Tamara Crespo

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Es un niño milagro”, repite una y otra vez el presidente de la ONG ceutí Enfermos sin fronteras, Mohamed Mohamed Alí Chergui, orgulloso de la cadena de solidaridad que ha logrado que Musa, un pequeño de 12 años, salga adelante tras un grave accidente. El chaval, pastor en la aldea de Tatala Tagramt (la del “mercado del martes”), cerca del puerto de Tánger-Med, es un “valiente” que mantiene en todo momento una tierna sonrisa y que, a pesar del dolor que ha tenido que experimentar después de sufrir gravísimas quemaduras por electrocución, “no se ha quejado nunca, ni un momento”, señala Isabel Maldonado, una trabajadora del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) que ha ejercido de ‘hada madrina’ del pequeño.

La triste y a la vez esperanzadora historia de Musa y de su salvación por un grupo de solidarias personas en Ceuta comenzó hace tres meses. El niño, que dejó el colegio, según cuenta su madre, Himo, hace dos años, estaba pastoreando unas cabras cuando ocurrió el accidente. “Su tío -relatan los familiares a EL PUEBLO- pasó por allí y vio las cabras sueltas, así que se extrañó y se puso a buscar a Musa”. El pequeño se había subido a una torre de alta tensión, como otras veces, ya que habitualmente no tenía electricidad, afirma su prima Karima. Su tío le encontró “sostenido por la electricidad, que pasaba por su cuerpecito, pero en el aire, en medio, volando, ni siquiera agarrado a la torre”, relata Alí-Chergui. Musa sufrió graves quemaduras y se tardó más de una hora, dicen, en poder sacarle de la torreta.

Después de pasar 14 días en el hospital de Tetuán al niño le dieron de alta: “A su madre le dijeron que no iban a estar meses curándole, que tenía que llevárselo”, explica la prima. El calvario del pequeño no había hecho más que empezar. Sin saber qué hacer, su madre se acercó a una farmacia y pidió algo para las quemaduras de su niño, que es el anteúltimo de sus seis hijos, de entre 20 y 4 años. “Le dieron una crema que le fue creando una costra de un centímetro de espesor en el bracito y que se había puesto verde”, cuenta Isabel Maldonado, a quien un compañero del CETI que conocía a la familia de Musa le pidió que fuera a verlo. Isabel, que es auxiliar de enfermería, se prestó de forma altruista y, equipada con todo lo necesario para una cura de quemaduras y a bordo de su pequeño vehículo todoterreno, acudió en auxilio del niño.

“El pueblo está en un lugar casi inaccesible”, explica Isabel, que pudo encontrar la casa de Musa gracias a la guía de su acompañante. En Talata Tagramt sólo hay 25 o 26 vecinos y “cada vez son menos, algunos pueblos crecen, pero en ese no quiere vivir nadie”, asegura otro familiar. La vivienda de la familia es la última de la aldea, muy humilde, no tiene agua corriente y de la luz disfrutan desde hace poco, pero está “limpia como los chorros del oro”. “El niño estaba bien cuidado por su madre, pero nadie le había dicho cómo darle la crema ni que tenía que mantener la asepsia ni nada; lo peor de las quemaduras es el riesgo de infección, podría haber sufrido una sepsis”, relata la mujer. “Si no hubiera sido por Isabel, el niño podría haber muerto de una infección”, recalca el presidente de Enfermos sin fronteras.

Isabel se encontró a un niño muy distinto del que es ahora, “flaquito, con muy mal color y ojeroso”, tenía el brazo en carne viva y quemaduras en la rodilla y un omóplato, los puntos por los que la descarga de alta tensión salió de su cuerpo. Enseguida vio que la herida del brazo “necesitaba un cirujano”, pero Isabel tiró de toda su buena fe y profesionalidad y comenzó las curas y los viajes, “un día sí y otro no”, a Marruecos. Las primeras atenciones incluyeron la vacunación del tétanos, y las necesarias dosis de antibióticos y de calmantes, porque hasta entonces el crío había soportado los dolores sin medicación.

Sin embargo, Isabel seguía preocupada, “le dije a la familia que le sacaran el pasaporte, que me traía al niño yo para Ceuta, a mi cargo, como fuera, pero no podía dejarle allí”. Primero, el ángel de la guarda de Musa logró también que un médico, hijo de un amigo suyo, el doctor Antonio Arana, se acercara con ella a ver al pequeño y a orientarla sobre cómo tratarle. También implicó a su amiga Kelia, que aunque es trabajadora social de profesión no se dedica a ello pero ha acompañado a Isabel en la ayuda al pequeño.

La cadena solidaria crecía, pero faltaba la ayuda definitiva, el tratamiento médico adecuado, en un quirófano. A Isabel le dijeron que había en Ceuta una ONG “que ayudaba a muchas personas” y tras preguntar y preguntar, “buscando por Hadú” localizó a los miembros de Enfermos sin fronteras en su sede. Ellos son los que consiguieron a su vez la ayuda del Ingesa, de su Hospital Universitario, institución a la que no dejan de agradecer en todo momento esta acción humanitaria.

En el hospital, un médico especializado, “un cirujano joven que llegó hace poco”, se encargó de la cura del niño. “Lo normal es que a los quemados se los lleven para Sevilla, porque allí está la unidad especializada, pero no ha hecho falta, porque este médico sabe mucho de esto”, cuenta Alí-Chergui. Su compañero y secretario de la ONG, Utman Bersabé, reitera con él su agradecimiento al hospital y a todos sus profesionales que han hecho posible que el niño, que lleva doce días hospitalizado y al que pronto darán el alta, se recupere completamente.

Trabajo de la ONG

Alí-Chergui remarca además que su labor no se centra en traer a personas enfermas de Marruecos, donde hay tantas necesidades que eso generaría, relexiona, un “efecto llamada”. “A la mayoría de los muchísimos casos que nos llegan de allí les buscamos solución en Marruecos”, afirman. Después, hay ocasiones en las que son conscientes de que han de recaudar fondos o recabar ayuda específica para el traslado de los enfermos no ya a Ceuta, “sino a veces a hospitales de la península”. Sólo en casos excepcionales, como el de Musa, se opta por pedir ayuda en la ciudad autónoma. La excepcionalidad viene dada, en la situación que se encontraron con este pequeño, en el hecho de que, como demostró la escasa e ineficaz hospitalización en Tetuán del menor, “allí, para los quemados no hay nada de nada”, asevera Alí-Chergui.

“Además, es que yo casi les obligué”, agrega Isabel, quien afirma que Enfermos sin fronteras le otorga el mérito humanitario y ella cree que es de la asociación y del hospital “porque tampoco son buenos tiempos”, reconoce. A Isabel incluso los 10 euros de combustible que tiene que repostar cada vez que va y viene al pueblo de Musa -donde sigue llevando y trayendo a la madre cada día- le suponen un esfuerzo económico, pero no obstante, sabía que no podía “dejar al niño allí”, de modo que la aparición de Enfermos sin fronteras fue para ella como una gran puerta abierta al futuro del pequeño.

Durante la conversación, y cada vez que las miradas se dirigen hacia él, Musa sonríe, sin entender las palabras de quienes relatan y preguntan por su historia, pero comprendiendo el lenguaje universal de la solidaridad humana, el cariño y la generosidad de personas como todas las que, de una u otra manera, forman parte de la cadena que ha curado a este niño. Desde Abdelaziz, que pidió ayuda a Isabel, a Alí-Chergui, pasando por el doctor Arana, Kelia y los responsables y personal del Hospital Universitario..., la cadena desinteresada de quienes no miran hacia otro lado y se implican en la medida de sus posibilidades es la que, junto a la fortaleza del niño, “que es muy bueno”, dicen todos, es la que ha operado el “milagro”.

Ahora, una vez cerradas las heridas, Isabel se propone no dejar de “amadrinar” a Musa, al igual que Enfermos sin fronteras. Todos desean que el niño pueda volver al colegio, “y sacarle del lugar en el que le ocurrió esto, que el pobre puede pasarlo muy mal si vuelve allí”. Para su familia cualquier ayuda es mucho, pues viven de trabajos que el padre hace en el campo, como fabricar carbón vegetal o recolectar trigo. Isabel les ha llevado juguetes e incluso garrafas de 25 litros de agua, “al menos mientras yo vaya por allí no tendrán que bajar a por ella, que está muy lejos de casa”. Quizá con Musa se haga algo más que el milagro de la cura y gracias a estas personas de bien tenga un futuro mejor.
 

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