A Rajoy se le va el país de
las manos, dijo Alfredo Pérez Rubalcaba en una
entrevista en La 1 de TVE. Entrevista entretenida, porque el
jefe de la oposición es buen dialéctico incluso cuando
miente. Lo cual no quiere decir que carezca de razón al
decirnos que el presidente del Gobierno no está dando la
talla en ningún sentido.
Motivo más que suficiente para que Esperanza Aguirre
haya decidido hacer mutis por el foro. Darse el piro.
Dimitir como presidenta de la Comunidad de Madrid y darse de
baja como diputada. Decisión difícil para una mujer que
estaba –y que sigue estando- en la cresta de la ola y que, a
pesar de sus gloriosas meteduras de pata, es tan admirada
como apreciada en muchos lugares de España. Y, cómo no, ha
sido capaz de ganarse furibundos enemigos. Muchos de
inteligencia bien probada. Que eso sí que tiene mérito.
Esperanza Aguirre ganó fama cuando vivió entre vascos,
durante una temporada, de ser mujer aguerrida, con valor
reconocido. De ella se ha venido destacando, durante 30 años
de vida pública, que, frente a las situaciones penosas, a
los conflictos afectivos, a las rivalidades personales, es
capaz de zanjar, reaccionar y actuar… Determinación que ha
asombrado a muchos hombres de su partido y a sus adversarios
políticos.
Supo bien pronto, por su pertenencia a un viejo tinglado
nobiliario, que estaba obligada a mezclarse con el pueblo
llano. Que necesitaba a toda costa, si quería ser votada a
tutiplén, estar entre las gentes, tocarlas y dejarse tocar.
Compartir fiestas, verbenas y espectáculos con los
ciudadanos y relacionarse con ellos. Sentarse con el pueblo
en las gradas de Las Ventas o disfrutar codo con codo de
cualesquiera celebraciones populares con los asistentes.
Hablar como ellos. Mostrarse apasionada como ellos y hasta
proferir interjecciones a voz en cuello entre la multitud.
Esperanza Aguirre echó mano del casticismo. La llamada
demagogia de siglos pasados. Una forma de actuar que
pusieron de moda los Borbones. Y que la condesa consorte de
Murillo y grande de España consiguió interpretar mejor que
nadie. Pero no por arte de birlibirloque. En absoluto. Ya
que semejante función es, además de compleja, muy dada a que
se le vea bien pronto el plumero de la falsedad a quien la
practica hipócritamente.
Su llaneza, demostrada durante tantísimos años, su modo de
expresarse como mujer, su voluntad, y la forma de acercarse
a los demás, cautivaron a muchas mujeres y acobardaron a
muchos hombres. Quienes comenzaron a percatarse de que La
Espe como la llamaban los madrileños, contaba con olfato,
sutileza y sexto sentido: y no pocos varones creyeron que
estaban ante una bruja moderna.
Su fama de mujer que había acabado con el viejo mito de la
Dama de las Camelias, demostró que ellas, si se lo
proponían, no eran frágiles, ni evanescentes, sino todo lo
contrario: duras ante el dolor, resistentes ante el trabajo,
luchadoras empedernidas y con los ovarios equiparables a los
adminículos de los tíos más tíos. En rigor: un peligro que
los hombres avistaron y les hizo ponerse en guardia. Al cabo
de los años, con tantos éxitos conseguidos y cargos
desempeñados, siendo un referente femenino y principalísimo,
Esperanza se ha ido del primer plano porque no soporta que
la mande un mediocre. Lo demás es secundario.
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