Luis de Guindos, ministro
de Economía, pasará a la historia de la política española
como mensajero del miedo. Cada vez que habla, cunde el
pavor. El miedo, como las otras emociones, engendra de modo
automático –sin que la conciencia, la voluntad racional
medie- cambios orgánicos. Cambios, según dicen los que saben
del asunto, que vienen dictados por el sistema nervioso
automático.
Y a partir de entonces, o sea, reo de un canguelo
descomunal, al individuo se le pone la cara descolorida, le
cambia el ritmo respiratorio, le aumentan los latidos
cardiacos, se le acelera el pulso, se dilatan sus vasos
sanguíneos, y si no hace malas digestiones es porque
teniendo la botarga vacía le resulta innecesario que la
sangre le afluya al estómago.
Abriendo la boca De Guindos, muchas personas, innumerables
personas, las más desfavorecidas socialmente, temen
convertirse, en nada y menos, en sombras de otras personas
y, en lo amarillo y flaco, víctimas de un ministro que no
duda en ofrecerle al Eurogrupo reformas incesantes para
cumplir con el objetivo del déficit que le es impuesto por
quienes ríen a mandíbula batiente en esa Nicosia donde se
ordena seguir ampliando el número de injusticias y a la
mayor brevedad.
Cuando habla De Guindos, la gente de medio pelo asume,
inmediatamente, que, para comer, deberá acudir, aunque sea
de manera vergonzante, a los centros de auxilio social. Y
los pobres, que ya son legión, verán reducidas sus raciones
porque cada vez son más los que se unen a su condición de
miserables. Entiéndase como pobreza extrema.
Fechas atrás, al ministro de Economía se le ocurrió decir en
el Parlamento que peligraban las prestaciones si la
situación económica seguía por la misma senda. Ese día, el
miedo hizo estragos en España y el insomnio se apoderó de
parados y pensionistas. Y es que un mensaje así, además de
hacer que la gente pase una noche toledana, puede propiciar
que el susto paralice el corazón de quienes andan ya con el
alma en vilo.
Los españoles están asustados. Los españoles que viven de un
sueldo y los que cobran cuatro perras por su jubilación.
Porque son ellos los que vienen sufriendo los recortes de
una clase política que ha permitido desmanes a granel a los
más ricos; es decir, a los que se han aprovechado de las
circunstancias favorables para llevárselo calentito y,
luego, evadir el capital.
De Guindos sabe mucho de tales desmanes. No en vano ha
formado parte de ese entramado. Recuerden que dirigió la
filial en España del banco de inversión de EEUU que quebró
en 2008: Lehman Brothers. Y además hizo un análisis erróneo
del hecho y, cuando se dio cuenta de ello, estuvo a punto de
flagelarse. Pero no lo hizo. Y se recuperó tan pronto de su
gran metedura de pata que reapareció cual estrella: formando
parte del Gobierno de Rajoy.
Eso sí, su cara es un poema. Calcada está en ella la
tristeza que se le adjudica a un alma en pena. Copia que le
viene que ni pintiparada para desempeñar la labor que tiene
encomendada por Rajoy: ser lo más creíble como mensajero del
miedo. Y a fe que está cumpliendo con creces el cometido. Lo
último que nos ha dicho, desde Chipre, es que habrá más
recortes. Es decir, que los pobres seguirán aumentando a un
ritmo desenfrenado. Aunque por el bien de España. Al menos,
todo hay que decirlo, pasarán a la historia como mártires.
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