Asistí en silencio ayer a un desahucio. Los medios de
comunicación se concentraron para dar cuenta del mismo, pero
mucho más por un supuesto intento de suicidio que se había
extendido como representación del drama humano de la
desesperación. Un hombre, decían, estaba a punto de
arrojarse al vacío.
Luego resultó que no era tal. El propio cura-párroco de la
Iglesia del Valle, que conocía al protagonista y que le
había ayudado en múltiples ocasiones en un acto de caridad,
desmintió tal posibilidad. Hay que entender que el joven
padre de familia, sin recursos económicos ni ayudas, se
encontraba en una situación límite. Unas circunstancias que
en un “reality show” puede resultar muy atractivo para la
audiencia pero que la vida real supera, en ocasiones como
ésta, a la pura ficción.
Mala prensa tienen los “okupas”, aunque peor habrían de
tenerla aquéllos que, desde las instituciones públicas no
son capaces de desterrar estos lamentables episodios de una
España negra y que, por motivos de la crisis económica, nos
retrotraen a épocas pasadas. Y lo cierto es que la cuestión
no acaba con llamar la atención subiéndose uno a lo más alto
de un campanario y amenazar con tirarse al vacío. Lo
verdaderamente trágico es que haya dispendios, despilfarros,
gastos superfluos, mientras hay gente que no tienen lo más
esencial.
Por ejemplo: ¿Cómo asumimos estas situaciones cuando se
gasta dinero en fiestas? ¿Está el pueblo para fiestas con la
que está cayendo o estamos celebrando la precariedad de ese
33% de pobres que hay en Ceuta?
No vale con rasgarse las vestiduras y mirar para otro lado.
Se requiere afrontar las situaciones y evitar que nadie
protagonice un episodio trágico de su vida por no disponer
de lo más esencial: comida y un techo donde protegerse. Y
mientras esto no suceda, el denominado “estado del
bienestar” será una pantomima y los mensajes políticos de
todo signo, la gran farsa social de un pueblo carente de
valores.
No es de recibo que nadie amenace con suicidarse llevado de
su desesperación por no poder dar de comer a su familia ni
tener donde cobijarla. Los discursos políticos, vacíos de
compromiso real, en muchas ocasiones, poco o nada les dicen
a quienes no tienen para comer y, desde luego, la televisión
o el plasma, no existe para ellos.
Tenemos que construir una sociedad sensible con los más
desfavorecidos, con capacidad de recursos para atender
situaciones extremas y evitar lo superfluo. Conozco casos de
suicidios por la crisis, como el de un empresario de
Castellón arruinado y dueño de una empresa de azulejos. Se
trata del final más trágico que los mercados y las políticas
de unos y otros, han desencadenado para provocar un caos
económico sangriento.
Los discursos sobre la crisis se pueden escenificar de
muchas formas pero la cara amarga, dramática, de la tragedia
personal, de todos aquéllos que se han situado en los
umbrales de la pobreza por las “circunstancias” del momento,
conforman una cadena diabólica en un entramado complejo en
el que se ven envueltos y, lo que es más evidente, no
encuentran salida.
Ahí viene el problema: un panorama negro que no deja
salidas. Una situación límite que muchas veces acaba en
tragedia. De la solidaridad de todos nosotros ha de salir la
luz para esclarecer el horizonte a quienes pierden la
esperanza atribulados por el desconcertante panorama en el
que se ven envueltos.
“La vida puede ser algo maravilloso”, decía un comentarista
que acabó suicidándose también. Y habrá que añadir, que “no
siempre es tan maravillosa”. El final puede resultar
dramático.
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