Fechas atrás, poco antes de
ausentarme de está página, durante varios días, los justos
para respirar, asistí a una comida en casa de LF,
suficientes invitados, larga charla de sobremesa, inevitable
obcecación de voces y de temas; así: ¿qué me decís del
escándalo que se ha montado con el vídeo de la concejal de
Los Yébenes, Olvido Hormigos?, las mujeres opinan,
ante el silencio de los hombres, que no nos atrevemos a
decir ni mu. No cabe, ni por asomo, entendimiento entre las
féminas. Nuestra intervención se produce para imponer calma
entre ellas.
La tristeza declarada de Cristiano Ronaldo desata
comentarios para todos los gustos. Descubro que parte de la
prensa ha conseguido que la aversión hacia el portugués haya
aumentado en grandes proporciones. Mi defensa de la estrella
futbolística me deja solo ante unos comensales que no dudan
en ponerlo como chupa de dómine. Había, todo hay que
decirlo, “merengones” y “catalinos” a partes iguales. Mi
defensa de CR, argumentada, me vale la reprimenda general.
Se habla de lo mal que lo está haciendo Mariano Rajoy.
Alguien dice que es un conejo. ¿Así que tú crees que el
presidente del Gobierno es un cobarde? La pregunta
sobrevuela la mesa. Impera el silencio. Aprovechado por uno
de los contertulios para decirnos que a esta casa se viene a
comer y beber, reír y divertirse, y, por supuesto, a
criticar al amigo que no está. Pero que de política no debe
hablarse. Y mucho menos en términos ofensivos.
Ante semejante advertencia, envuelta en buenos modales,
aunque no exenta de imposición, caigo en la cuenta de que me
conviene hablar lo justo y con moderación. Ya que las
palabras del anfitrión han sido claras: aquí no se habla mal
de los míos. De manera que me paso un buen rato sin
participar en el debate de cuantos asuntos van surgiendo. Y,
claro, que yo mantenga la boca cerrada durante un tiempo más
que prudencial comienza a causar extrañeza.
La señora que está sentada frente a mí, con la que he
compartido corrillos en algunas fiestas, reclama mi palabra.
Y le respondo que donde hay maestros no habla aprendiz
alguno. Y ella se deja caer, zumbona: “Vamos, Manolo,
si tú hablas hasta por los codos y a veces hasta nos
convences de lo que dices”. A propósito, continúa hablando
la señora, ¿cómo te llevas, últimamente, con Juan Vivas?
Antes de responder, miro fijamente al anfitrión. A renglón
seguido, le digo si me concede permiso para referirme al
alcalde. No vaya a ser que me amoneste nada más principiar a
hablar de éste. El dueño de la casa, tras pedirle la venia,
accede a ello. Sin mucho interés, la verdad sea dicha.
Y allá que me pongo a recitar las cualidades de nuestro
alcalde. A enumerar sus virtudes. A exponer sus logros como
primera autoridad. A destacar su sentido del deber y su
dedicación plena a la tarea que le han encomendado los
ciudadanos. Lo cubro de ditirambos.
Interviene la señora, para pedirme que pare… Que no me
enrolle… Que lo único que desea saber es cómo me llevo con
Vivas.
El dueño de la casa, sin embargo, que babea de satisfacción,
me ruega que siga hablando del alcalde. Y acaba expresándose
así: “No sabes tú el peso que me has quitado de encima.
Ahora sí sé que eres de los nuestros”. De Antonio García
Gaona no dije ni pío. Cualquiera se atrevía…
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