Creo haberle oído decir que no le
resulta fácil comunicarse con los demás. Que nunca ha sido
persona propicia a entablar relaciones con nadie. Que le
cuesta un mundo ser agradable. Juan Luis Aróstegui le
achaca a la timidez su forma de ser. Es decir, que ser
vergonzoso desde pequeño le ha ido formando su carácter.
Aburrido hasta extremos insospechados, alguien me dijo un
día de él que era un auténtico muermo. Un tedioso que se
fingía rebelde para poder realizarse. Despotricando contra
unos y otros combatía su apocamiento. Y a fe que mi
interlocutor acertó plenamente al describírmelo. De ello
hace ya bastantes años. Muchos años.
Tímido, indeciso, encogido o medroso, la verdad es que
Aróstegui tuvo unos años en los que iba disfrazado de
mamarrachero que gustaba de meter la pata por locales de
alterne y hasta vivía obsesionado con reventar actos
oficiales y culturales. Yo le conocí en esa época y llegué a
pensar que era una pena que aquel joven, con tanta facilidad
de palabra, acabara perdiéndose.
Para combatir sus miedos, confieso que aquel muchacho hizo
muy bien en buscar sus rincones de seguridad en el
sindicalismo y en la política de partido. Y también le vino
bien para que se le fuera de la cabeza esa manía de querer
ser un remedo de Che Guevara. Como Che Guevara
ofrecía un aspecto lamentable. La verdad sea dicha. Y,
además, movía a risa. Y a mí me daba mucha pena verlo
tontear de aquella manera tan absurda cuando en España
empezaba a tomar cuerpo la democracia.
Tampoco es menos cierto, créanme, que la terapia de política
y sindicalismo, como remedio a su timidez, surtió efectos
positivos tan rápidos para el bolsillo de Aróstegui como
para su popularidad. Su economía fue a más a la par que su
nombre iba sonando fuertemente en los mentideros políticos y
se decía de él que tanto la derecha como la izquierda no se
fiaban ni un pelo del muchacho que, hacía nada y menos, era
un agitador tan iracundo como pueda ser un tímido cuando se
suelta la melena.
En puridad, el actual dirigente de Caballas acertó, y así
hay que reconocérselo, al pasar de anarquista, comunista y
socialista a ser tenido como el mejor consejero de ciertos
empresarios ricos, ricos, ricos, de Ceuta. Consejero y
defensor a ultranza, cómo no, de los intereses de éstos y de
los suyos. O sea, de Aróstegui. Quien ya era concejal. A
partir de entonces se dio cuenta de que su magnifica
oratoria y sus cuatro explicaciones sobre ideas -amén de
contar con la claque de los sindicalistas, una tribuna
periodística y una televisión de andar por casa-, le iban a
reportar copiosos beneficios. Y llegó a la conclusión de que
su timidez quedaba ya como pose con la que lucirse en
momentos adecuados. Soy tan apocado, decía entre
empresarios, que no sé cómo me atrevo a hacer esta gestión a
favor de vuestras empresas. Todo sea por Ceuta.
Actualmente, Aróstegui no se conforma con ser máximo
responsable de Caballas y de tenerle la sesera comida a
Vivas, sino que no deja de alardear de haber formado
tándem principalísimo en el descenso del primer equipo de la
ciudad. Y se jacta, además, de haber influido a favor de
Antonio García Gaona –presidente de la FFC- para que
éste siga recibiendo subvenciones millonarias. Olvidándose
de que hay doce mil parados en Ceuta y más del cuarenta por
ciento de la población viviendo por debajo del umbral de la
pobreza. Aróstegui: más que tímido es un caradura.
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