Lo que la gente piensa y dice –la
opinión pública- es siempre respetable, pero casi nunca
expresa con rigor sus verdaderos sentimientos. Dice el
filósofo: “La queja del enfermo no es el nombre de su
enfermedad. El cardiaco suele quejarse de todo su cuerpo
menos de su víscera cordial. A lo mejor nos duele la cabeza,
y lo que tienen que curarnos es el hígado. Medicina y
política, cuanto mejores son más se parecen al método
Ollendorf…”.
Cristiano Ronaldo, tras el partido frente al Granada,
decidió airear la tristeza infinita que ha venido mostrando
durante las primeras semanas de esta temporada. Y que no
podía pasar inadvertida para quienes disfrutamos de su
fútbol y somos madridistas desde que vestíamos pantalón
corto. En mi caso, por haber sido profesional de la cosa, no
se me pasaba por alto que el estado de ánimo del portugués
era el más propicio al ensimismamiento y a la pasividad por
estar viviendo momentos de insatisfacción. Su bajo
rendimiento ante Valencia y Getafe evidenciaban, sin duda
alguna, que CR estaba más que mustio. Pero por qué… De qué
estaba enfermo.
Tras la mejoría apreciada frente al Barcelona en la
Supercopa, partidos que son capaces de darles vida a un
muerto, la actitud de RC volvió a las andadas:
ensimismamiento, facciones contraídas, mirada perdida,
muecas y visajes de quien está convencido de que está siendo
maltratado por algunos de sus compañeros que tratan de
quitarle protagonismo alabando sin cesar a otras figuras
azulgrana y propias. Y, claro está, la estrella blanca
entiende que lo hacen para desequilibrarle; dado que saben
que es un tipo emocional y muy dependiente de las muestras
afectuosas.
Tampoco conviene echar en saco roto que el portugués reciba
todos los desaires que algunos de sus compañeros no pueden
hacerle a Mourinho. Y, aunque la cosa viene de atrás,
se ha agravado a medida que ha ido jugando Coentrao.
Cuya cara refleja, también, un desánimo mayor que su
compañero. No hay más que ver las críticas que le hace, con
sus gestos, Casillas, cuando el lateral se despista.
Nada que ver con el buen entendimiento que mantiene, pues
hasta se besan antes de los partidos, con Sergio Ramos.
Cuyo penalti a Iniesta, en el Camp Nou, fue de
juzgado de guardia.
Lo dicho, me obliga a hablar de particularismo. Palabra que
ha vuelto a ponerse de moda y que en el fútbol es moneda de
uso corriente. La esencia del particularismo, en los
deportes de grupo, es que cada uno deja de sentir así mismo
como parte y, en consecuencia, deja de compartir los
sentimientos de los demás. No le importan las necesidades de
los otros y no se solidarizará con ellos. El particularismo
propicia, entre los más débiles o envidiosos, el surgir de
las camarillas. El agrupamiento de varios futbolistas que
ven con malos ojos a los que ellos creen que gozan del favor
de la prensa, de los directivos o del cuerpo técnico. Cuando
ello sucede, los problemas que son resueltos mediante la
cohesión, se agrandan y causan daño al club.
Me parece muy bien que Ronaldo haya aireado su tristeza. En
vez de callársela y seguir jugando con ella a cuesta. Así
podrá ponerse remedio al malestar de una figura indiscutible
y muy necesitada por su equipo. El lamento de CR, por más
que haya servido para que sus enemigos se le tiren al
cuello, ha puesto de manifiesto que Casillas y Ramos,
privilegiados de la prensa, están detrás. Ah, pongan en el
mercado a Casillas y a Ronaldo, y esperen resultados.
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