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OPINIÓN - DOMINGO, 2 DE SEPTIEMBRE DE 2012

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

Miscelánea semanal

Por Manuel del a Torre


LUNES 27.

Juan José Millas, tan buen escritor como entrevistador perteneciente a Canal Plus, saca a relucir en su último trabajo veraniego en El País, la palabra “percha”, que en periodismo significa que para hablar de una cosa tiene que suceder otra. De modo que como se cumplen 65 años de la muerte de Manuel Rodríguez, ‘Manolete’, mañana martes, hablar de Manolete lo creo indispensable para mí. Yo vi a Manolete salir del hostal donde estaba alojado para ser recogido por su coche y conducirlo hasta la plaza de toros de El Puerto de Santa María. Fue un 15 de agosto de 1943. Toreaba con Miguel del Pino, extraordinario torero de la localidad, y con El Andaluz. Dentro de mi niñez, cuyo consciente comienza a carburar con este hecho, como a Proust le valió su magdalena, yo sigo viendo perfectamente al enorme torero cordobés. Aún tengo grabada su figura en la retina: alta, delgada y de formas airosas, cuya presencia hacia gritar de entusiasmo a las muchas personas que se habían dado cita en los alrededores de su estancia. Creo recordar que mi padre, ante la imposibilidad de que yo pudiera ver bien a Manolete, por la mucha gente arremolinada a su alrededor, me subió a sus hombros. Pasaron tres años y otra vez se me presentó la oportunidad de observar al maestro de maestros del toreo: fue en Córdoba, saliendo de la casa de su madre; una vivienda de planta baja y escalerillas que conducían a la entrada principal y un jardín que daba a la calle situada en la avenida de Cervantes. Los andares de Manolete eran majestuosos. Caminaba despacio, dejándose ver con la naturalidad de los elegidos; es decir, con esa elegancia que va de dentro a fuera. Andaba como toreaba. Así se lo oí decir, muchos años después, a Antonio Chenel, “Antoñete”. La muerte de Manolete en Linares, un 28 de agosto, me privó de verle torear en El Puerto de Santa María, en la corrida tradicional del 31 de agosto de 1947, en la cual estaba anunciado con El Andaluz y Gitanillo de Triana. Manolete había conseguido torear con perfección vertical.

Martes. 28

Los martes suelen ser días en los que me tomo mis copichuelas con amigos y conocidos por los establecimientos de la calle Jáudenes. Hoy, en compañía de Luis Parrilla y de Salvador Durá, he mantenido conversación con Francisco Martín Cabello y Enrique Salido. Inspectores Jefes del Cuerpo Nacional de Policía. Enrique Salido es familia de don Manuel Salido, párroco que fue de la iglesia Mayor Prioral en El Puerto de Santa Maria. Enrique me cuenta que ha estado ausente de la ciudad porque ha padecido una enfermedad que ha conseguido domeñar gracias a la intervención de un magnífico cirujano: Ángel Salvatierra Velázquez. Nacido en El Puerto de Santa María. Mi paisano lleva ejerciendo su magisterio como cirujano en el Hospital Reina Sofía de Córdoba, desde el año 1984. Enrique Salido habla y no acaba de Salvatierra. Por lo tanto, yo no tengo el menor inconveniente en hacerle el artículo a don Ángel, especialista en cirugía torácica, por si alguien, en cualquier momento, necesita ayuda. Una ayuda que puede encontrar en especialista tan celebrado.

Miércoles. 29

Desengáñese usted, De la Torre, si hay algo que me entristece en el amor es la afirmación de que todo lo que hay que hacer para ser amada es ser hermosa. Yo me excluyo de esto porque perdí mi primer concurso de belleza. Me confesó Gertrudis Viola, hace ya bastantes años, en una fiesta donde se entregaban los premios naranja y limón a las personas más destacadas del año en aquella ciudad. Por cierto, a ella le correspondió el naranja y a mí el limón. Nuestra conversación, aquella noche, sirvió para conocernos más. Puesto que ella había oído hablar de mí en todos los medios, pero nunca antes había tenido la oportunidad de charlar conmigo. Así que le pregunté: ¿Cree usted que en esta vida lo tienen más fácil los guapos que los feos? Y GV respondió: “No le quepa a usted la menor duda”. Y me explicó el asunto detalladamente. De esta conversación me he acordado esta noche, nada más acabar el partido Madrid-Barcelona, correspondiente a la Supercopa, oyendo los comentarios, una vez más, de quienes se niegan a reconocer los méritos del mejor defensa que tiene el equipo madridista. Por llamarse Pepe y ser lo más opuesto a un adonis. Un despeje orientado del defensor blanco colocando el balón por delante de Higuaín o de Cristiano Ronaldo en carrera y con todas las ventajas, es un pelotazo. Si lo hace Xabi Alonso, aunque el balón ofrezca dificultades de control al atacante, produce exclamaciones y elogios a granel. Si Valdés hace eso que han dado en llamar uno contra uno, tres o cuatro veces seguidas, apenas si le conceden importancia. Si el actor es Casillas, comentarista y glosadores brincan de entusiasmo y se manifiestan gritando ditirambos a tutiplén. A los feos -y si lo son más que Picio, según escribió de Costinha, jugador portugués, perteneciente al Atlético de Madrid, el director del diario As- se les exige más que a los bien parecidos. Quienes son sobrevalorados a cada paso. Y, además, gozan del privilegio de no reconocérseles los errores. Así cualquiera. ¿Por qué será? Lo siento, pero me niego a emitir cualquier parecer aproximado, por miedo a herir susceptibilidades.

Jueves. 30

Conversación veraniega. De un verano que ya está agonizante. Se habla de fútbol y de cuanto se encarte. Y, claro, sale a relucir el interés de la columna periodística. Y se me permite extenderme en la opinión. Fue en Madrid, cuando apenas si los felices sesenta se habían estrenados, donde descubrí lo mucho que se podía disfrutar leyendo a César González Ruano. Entonces, leía yo compulsivamente a los maestros rusos. Y, quienes se enteraban de mis preferencias literarias, no se explicaban que un amante de los artículos de opinión pudiera aguantar la densa prosa de los escritores surgidos del frío. En el Madrid de 1960, cuando España empezaba a despegar en muchos aspectos, la gente principiaba ya a leer el periódico en el metro, en el autobús y en la barra de la cafetería mientras se desayunaba. Prueba evidente de que la vida comenzaba a exigir más ritmo y, desde luego, a que se comía mucho mejor que diez años atrás. De esa manera, el artículo corto y literario y capaz de crear opinión, ganaba adeptos sin cesar. La columna tiene su medida: apenas quinientas palabras que se leen en un santiamén. Y juega con la ventaja de aportar interpretación al contenido de la información. Una información que el lector de periódicos ha oído ya en radio y televisión. Por lo que, salvo raras excepciones, apenas si la busca en las páginas escritas. Umbral ha sido el mejor intérprete de la columna.

Viernes. 31

Ángel Gómez, Superintendente de la Policía Local, no se cansa de decir que sus superiores pueden estar tranquilos con su lealtad y disciplina. Y no se corta lo más mínimo en propalar que él está siempre sometido a los requerimientos de Juan Vivas y de Yolanda Bel. Hasta el punto de airear que el día que se jubile, si Vivas y Bel desean seguir contando con él, que no duden que lo encontrarán dispuesto a servirles. No me extraña, pues, que el superintendente sea tan apreciado por las dos máximas figuras de la política local. Tampoco conviene echar en saco roto la antigüedad que como militante del PP atesora nuestro hombre. Ángel Gómez pertenece al partido de la derecha española desde hace más de tres décadas. Vamos, desde que conoció a Ricardo Muñoz y éste lo creyó capacitado para hacer que la Policía Local se convirtiera en un organismo moderno. AG ha demostrado tener siete vidas como los gatos. Puesto que ha sido capaz de salir ileso de cuantos expedientes se le abrieron. Por lo que ha ganado fama de ser una de las personas más listas de Ceuta. Y, sobre todo, se le adjudica tener el mejor archivo de la ciudad acerca de vida y milagros de todos los políticos. Con Ángel Gómez, salvo una etapa de nuestras vidas en la que anduvimos distante, suelo llevarme bien. Por tal motivo, le diré lo siguiente: que haga todo lo posible para evitar que sean multados los coches que aparquen en el Campo del 54, mientras juegue allí la ADA Ceuta. No vaya a ser que alguien salga diciendo que la orden parte de quien trata por todos los medios de acabar también con este equipo.

Sábado. 1

Manual del buen alcalde para poder permanecer en el cargo una eternidad. 1) En política, sobra el tiempo para sestear, pero conviene estar muchas horas en el despacho para que la gente cunda que uno ni siquiera tiene vida privada. 2) Los políticos que se convierten en ricos son sospechosos. Lo conveniente, por tanto, es no hacer alardes de ningún tipo. Un alcalde no debe meterse la mano en el bolsillo ni para pagar un café. 3) Momentos de dudas: ¿Cómo es posible que los ciudadanos se crean todo cuantos les digo? 4) Contradecirse por sistema da prestigio. 5) La política no es terreno propicio para la amistad. Habrá que ver si Pedro Gordillo lo confirma. 6) En política siempre hay que elegir entre dos males: yo lo resolví quitándole la subvención a la ADC y dándosela a la FFC. 7) La política es un cobijo de incompetentes. Yo no los tendría ni de botones en cualquier empresa mía. Es lo que pensaba Jesús Gil. 8) Los políticos tienen que vivir entre la mierda, pero no confundirse con ella, José Antonio Rodríguez no lo entendió. 9) Soy excelentísimo señor, pero me gusta que me digan simplemente Juan Vivas. Máxime si el que se dirige a mí es el Superintendente de la Policía Local.
 

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