Cuando escribo es 28 de agosto y,
como siempre que llega este día, desde hace tantos años que
ni mentarlos quiero, me resulta imposible olvidar que murió
Manolete en Linares. Y que la España del Piojo Verde
y el vacilo de Kock, desgarrada por los años de guerra y
sometida a la tiranía de una canina que aumentaba las
angustias del pueblo, lo lloró amargamente.
En aquella España se pedía insistentemente que reinara el
optimismo con el fin de salir del atolladero en que nos
habían metido quienes hicieron posible que los desencuentros
entre partes se resolvieran a tiros. Y hasta se echaba mano
continuamente del patriotismo como remedio para hacer de
España Una, Grande y Libre. Pero ni patriotismo ni optimismo
podían hacer nada frente a la hambruna, los odios, las
persecuciones y las muertes que se producían por inanición.
No por mucho cantar el Cara al sol e ir a misa los domingos
se resolvía el problema de aquella mujer a la que un día le
preguntaron mis padres cómo estaba. Y les dijo: “Mal, muy
mal. No tengo nada. Y estoy pudriéndome. No tengo nada que
hacer excepto esperar a que acudan los sepultureros y me
entierren”. Como ella había cientos y cientos de criaturas
en un pueblo pequeño.
Patriotismo y optimismo es lo que nos vienen pidiendo, desde
hace varios días, los medios afectos al Gobierno presidido
por Mariano Rajoy, como medida principal para
soportar la crisis. Puesto que salir de ella, según está la
situación, es tarea que se me antoja impredecible. Tampoco
sé, cambiando lo que haya que cambiar, es si la crisis
económica dejará en el camino a tantos pobres como muertos o
enfermos dejó la posguerra.
Así, cuando leí el domingo pasado, en un periódico de tirada
nacional, que había llegado “La hora del Patrioptimismo”,
como titular de portada, me eché a temblar. Ya que en cuanto
se nos habla de que “Sólo un país unido y con esperanza
puede superar los grandes retos” –por cierto, los retos se
afrontan, es porque a partir de septiembre el Gobierno va a
continuar cebándose con los que menos tienen. Y, claro, ya
nos están preparando para que nadie pueda morirse de un
sobresalto. Lo cual demuestra que nuestros gobernantes están
sobrados de buenos sentimientos y viven angustiados por lo
que nos pueda pasar por las consecuencias derivadas del más
que inminente rescate. Sobre todo, pobrecita mía, Fátima
Báñez: ministra de Empleo y Seguridad Social.
La señora Báñez, cada vez que abre la boquita de rociera
perpetua, hace posible que la gente crea que los onubenses
están todos cortados por la misma tijera. Y no es así. De
ninguna manera. Y si no ahí está Pedro Rodríguez,
alcalde de Onuba, que no ha necesitado tener los estudios
que su paisana y compañera de partido, para mostrar sentido
común a raudales.
Más que sentido común, Javier Arenas, el mentor de
Fatimita, lo que tiene es una habilidad pasmosa para, tras
perder elecciones tras elecciones, volver a ocupar cargos
importantes. Pues ya mismo lo veremos poniendo orden en el
Gobierno. Y es que por más que los españoles decidiéramos
aferrarnos al Patrioptimismo que se nos pide en ‘La Razón’,
ya se encargarían Montoro y De Guindos,
Cospedal y Soria, Soraya y Fernández
de echar abajo las ilusiones de los españoles. Aunque
siempre nos quedará Vivas.
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