La residencia Batania, en las inmediaciones del monte Hacho,
era allá por los años 60 el único sitio en Ceuta donde se
atendía a ancianos que no tenían quienes se ocuparan de
ellos. Entre muchas de las personas que colaboraban de
manera altruista con el centro, Manuel de la Rubia y
Francisco Lería fueron algunos de los que, a pesar de ayudar
en lo que podían, vieron allí una necesidad. De su
entusiasmo y espíritu solidario, arropado por el de otros
muchos ciudadanos y empresas ceutíes fue de donde nació lo
que hoy es la Residencia Nazareth, un centro para la
atención de personas mayores que se ha convertido en el
principal hogar de cientos de personas mayores en la ciudad
durante prácticamente medio siglo. En reconocimiento a esta
labor, la Asamblea de Ceuta, por unanimidad y sin debate,
aprobó el pasado mes de julio que la entidad recibiera una
de las dos medallas de la Autonomía que se entregarán con
motivo del Día de Ceuta el próximo domingo día 2, una
mención que la entidad recibe con la humildad que le
caracteriza.
“Este premio es la recompensa de mucho trabajo”, dice el
actual gerente de Nazareth, Pedro Arrebola, que trabaja en
el centro desde hace dos años y se dedica a gestionar el
recinto junto a Francisco Javier Islán García y el vicario
de la ciudad, Juan José Mateos, incorporado recientemente a
Ceuta y actual comisario de la Pía Unión. Arrebola, en quien
ha recaído la responsabilidad de darle “voz” a la
institución para este reportaje, afirma que habría que
dedicarle el galardón a todos los trabajadores y todas
aquellas personas que han colaborado, de alguna forma un
otra con la institución a lo largo de los últimos años.
Cada granito cuenta
“Somos como una gran familia”, dice refiriéndose a los
trabajadores y los “abuelos”, como llama cariñosamente a
todos los residentes, además de las organizaciones que
colaboran o han colaborado diariamente con Nazareth. Cruz
Roja, Las Hermanas de la Caridad, Cáritas... así como un
buen número de entidades privadas y voluntarios mantienen a
flote, a pesar de las inclemencias económicas que ha pasado
la organización durante los últimos cuarenta años esta
entidad que, según explica, no es sino “obra de Dios”. Y es
que el espíritu de la orden religiosa de la Pía Unión está
en el origen no solo de la Residencia Nazareth, sino también
el centro de ‘Amor Fraterno’, o el Colegio de Formación
Profesional San José Obrero, ya desaparecido. Todos ellos
nacieron más o menos en la misma época con el objetivo de
dar servicio a quienes más lo necesitaban, bien ancianos,
bien niños con discapacidades.
Desde que en 1968 el Obispo bendijo las instalaciones de
Nazartet, aquí se ha dado cobijo ininterrumpidamente a más
de medio centenar de ancianos como mínimo al mes, un número
que ahora llega a los 80 estando el centro a su capacidad
máxima.
Para ellos trabajan en estos momentos 51 empleados, y
cuentan además con voluntarios que se acercan varios días a
la semana para hacer labores de costura, plancha u otras
tareas.
Hoy son menos que en otras épocas, pero igual de necesarios.
Durante una época confluyeron incluso dos congregaciones
trabajando para la entidad, las Hijas de la Caridad y las
hermanas de la orden religiosa ‘Marta y María’, de
procedencia guatemalteca que estuvieron trabajando hasta
enero de 2011. Ahora Nazareth está a la espera de que llegue
alguna otra congregación.
Según explica Pedro Arrebola, pese a las aportaciones de la
ciudadanía, no ha sido fácil conseguir que el centro
sobreviva durante todos estos años, ya que las aportaciones
de los ancianos residentes son totalmente voluntarias y
dependen de lo que ellos puedan aportar al centro. Hay quien
incluso, no paga nada, porque no tiene ningún tipo de
ingreso. A día de hoy, 54 de las plazas de la institución
están conveniadas con la Ciudad Autónoma, aunque no siempre
ha sido así.
En cualquier caso, y con mayores o menores ingresos al mes,
Arrebola tiene clara la filosofía de Nazareth: “Nuestras
instalaciones están al básico porque somos una institución
de caridad, pero la atención de los abuelos es lo
primordial. Ninguno de ellos pasa sin su ducha diaria, una
comida de calidad y la atención sanitaria que necesita”.
Así, son muchos los ancianos que, según explica, reflejan
una notable “mejoría” cuando llegan después de estar
viviendo solos y pasan una temporada en Nazareth. “A nadie
le gusta tener que llevar a un familiar a una residencia, es
una decisión difícil, pero hay que mirar por la calidad de
vida. Prácticamente todos los que vienen, si se arrepienten
de algo es de no haber venido antes”, asegura.
El trato que se merecen
A diferencia de cuando un anciano está solo o al cuidado de
algún familiar, para el personal de Nazareth es algo
“cotidiano” hacer labores como duchar a los mayores,
prácticas que para un familiar sin experiencia se pueden
convertir en un momento complicado e, incluso, peligroso.
Al final, el trabajo de los profesionales y su dedicación da
sus resultados y se refleja en quienes residen allí. “Cuando
recibimos visitas siempre nos comentan que la gente aquí
parece contenta”, explica el gerente, a quien de vez en
cuando se le acerca un residente u otro para preguntarle
cualquier cosa o comentar algún asunto.
“Los vínculos que se crean con los abuelos son lo mejor del
trabajo”, reconoce, diciendo que lo mejor que tiene estar en
Nazareth es “el día a día”.
“Si esto está pasando hoy es, además de por obra de Dios,
resultado de quienes en su día idearon este centro”, afirma.
El sábado a mediodía un buen número de ancianos acude a la
capilla para asistir a la Misa que se celebra con
regularidad. Otros mayores charlan a la sombra del edificio
principal. Alguno se sienta contemplativamente, pero todo
aquel a quien se le dirige la palabra responde con una
afable sonrisa. Entre los edificios que componen la
residencia Nazareth uno de ellos acoge en estos momentos a
los niños que tuvieron que ser realojados desde el Centro
Mediterráneo por el Área de Menores hace ya meses. Sus
coloridas zapatillas asoman por la repisa de la ventana,
pero no se observa a ninguno de ellos.
A excepción de las cigarras, que dan cuenta de las altas
temperaturas de agosto, el ambiente que se respira en el
entorno de Nazareth es de pura tranquilidad.
Aprender y Respetar
Hoy, como hace cuarenta años, las necesidades de los
ancianos que aquí residen siguen siendo las mismas. “Para
ellos la salud es lo primero, y estar aquí atendidos y
acompañados es el mejor remedio contra la soledad”, explica
Arrebola, entusiasta de pasarse horas escuchando a los
ancianos que, “pese a no haber tenido las oportunidades de
acceso a la cultura” que tiene la sociedad hoy en día,
atesoran cientos de historias que se traducen en sabiduría.
La experiencia es un grado, y si hay algo que debemos
aprender de los mayores es según el gerente de Nazareth “el
respeto”.
“Hay que darse cuenta de que todo lo que tenemos, si hoy es
bienestar, viene directamente de lo que ellos trabajaron y
todas las penurias por las que han pasado. Escuchando sus
vidas te das cuenta de que nos quejamos por tonterías, eso
es lo que tenemos que aprender de ellos”, recuerda Arrebola,
que se despide amablemente para quedarse charlando con uno
de los residentes.
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