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sociedad - DOMINGO, 26 DE AGOSTO DE 2012


Residentes, voluntarios y trabajadores de Nazareth. archivo.

REPORTAJE / Medallas de la Autonomía
 

“Somos como una familia con la
que colabora toda la ciudad”

Casi medio siglo después de su fundación, la Residencia Nazareth recibe la Medalla de la Autonomía con el mismo objetivo que en sus inicios: ofrecer “aunque sin lujos, la mejor atención posible a los mayores de Ceuta”
 

CEUTA
Cristina Rojo

ceuta
@elpueblodeceuta.com

La residencia Batania, en las inmediaciones del monte Hacho, era allá por los años 60 el único sitio en Ceuta donde se atendía a ancianos que no tenían quienes se ocuparan de ellos. Entre muchas de las personas que colaboraban de manera altruista con el centro, Manuel de la Rubia y Francisco Lería fueron algunos de los que, a pesar de ayudar en lo que podían, vieron allí una necesidad. De su entusiasmo y espíritu solidario, arropado por el de otros muchos ciudadanos y empresas ceutíes fue de donde nació lo que hoy es la Residencia Nazareth, un centro para la atención de personas mayores que se ha convertido en el principal hogar de cientos de personas mayores en la ciudad durante prácticamente medio siglo. En reconocimiento a esta labor, la Asamblea de Ceuta, por unanimidad y sin debate, aprobó el pasado mes de julio que la entidad recibiera una de las dos medallas de la Autonomía que se entregarán con motivo del Día de Ceuta el próximo domingo día 2, una mención que la entidad recibe con la humildad que le caracteriza.

“Este premio es la recompensa de mucho trabajo”, dice el actual gerente de Nazareth, Pedro Arrebola, que trabaja en el centro desde hace dos años y se dedica a gestionar el recinto junto a Francisco Javier Islán García y el vicario de la ciudad, Juan José Mateos, incorporado recientemente a Ceuta y actual comisario de la Pía Unión. Arrebola, en quien ha recaído la responsabilidad de darle “voz” a la institución para este reportaje, afirma que habría que dedicarle el galardón a todos los trabajadores y todas aquellas personas que han colaborado, de alguna forma un otra con la institución a lo largo de los últimos años.

Cada granito cuenta

“Somos como una gran familia”, dice refiriéndose a los trabajadores y los “abuelos”, como llama cariñosamente a todos los residentes, además de las organizaciones que colaboran o han colaborado diariamente con Nazareth. Cruz Roja, Las Hermanas de la Caridad, Cáritas... así como un buen número de entidades privadas y voluntarios mantienen a flote, a pesar de las inclemencias económicas que ha pasado la organización durante los últimos cuarenta años esta entidad que, según explica, no es sino “obra de Dios”. Y es que el espíritu de la orden religiosa de la Pía Unión está en el origen no solo de la Residencia Nazareth, sino también el centro de ‘Amor Fraterno’, o el Colegio de Formación Profesional San José Obrero, ya desaparecido. Todos ellos nacieron más o menos en la misma época con el objetivo de dar servicio a quienes más lo necesitaban, bien ancianos, bien niños con discapacidades.

Desde que en 1968 el Obispo bendijo las instalaciones de Nazartet, aquí se ha dado cobijo ininterrumpidamente a más de medio centenar de ancianos como mínimo al mes, un número que ahora llega a los 80 estando el centro a su capacidad máxima.

Para ellos trabajan en estos momentos 51 empleados, y cuentan además con voluntarios que se acercan varios días a la semana para hacer labores de costura, plancha u otras tareas.

Hoy son menos que en otras épocas, pero igual de necesarios. Durante una época confluyeron incluso dos congregaciones trabajando para la entidad, las Hijas de la Caridad y las hermanas de la orden religiosa ‘Marta y María’, de procedencia guatemalteca que estuvieron trabajando hasta enero de 2011. Ahora Nazareth está a la espera de que llegue alguna otra congregación.

Según explica Pedro Arrebola, pese a las aportaciones de la ciudadanía, no ha sido fácil conseguir que el centro sobreviva durante todos estos años, ya que las aportaciones de los ancianos residentes son totalmente voluntarias y dependen de lo que ellos puedan aportar al centro. Hay quien incluso, no paga nada, porque no tiene ningún tipo de ingreso. A día de hoy, 54 de las plazas de la institución están conveniadas con la Ciudad Autónoma, aunque no siempre ha sido así.

En cualquier caso, y con mayores o menores ingresos al mes, Arrebola tiene clara la filosofía de Nazareth: “Nuestras instalaciones están al básico porque somos una institución de caridad, pero la atención de los abuelos es lo primordial. Ninguno de ellos pasa sin su ducha diaria, una comida de calidad y la atención sanitaria que necesita”.

Así, son muchos los ancianos que, según explica, reflejan una notable “mejoría” cuando llegan después de estar viviendo solos y pasan una temporada en Nazareth. “A nadie le gusta tener que llevar a un familiar a una residencia, es una decisión difícil, pero hay que mirar por la calidad de vida. Prácticamente todos los que vienen, si se arrepienten de algo es de no haber venido antes”, asegura.

El trato que se merecen

A diferencia de cuando un anciano está solo o al cuidado de algún familiar, para el personal de Nazareth es algo “cotidiano” hacer labores como duchar a los mayores, prácticas que para un familiar sin experiencia se pueden convertir en un momento complicado e, incluso, peligroso.

Al final, el trabajo de los profesionales y su dedicación da sus resultados y se refleja en quienes residen allí. “Cuando recibimos visitas siempre nos comentan que la gente aquí parece contenta”, explica el gerente, a quien de vez en cuando se le acerca un residente u otro para preguntarle cualquier cosa o comentar algún asunto.

“Los vínculos que se crean con los abuelos son lo mejor del trabajo”, reconoce, diciendo que lo mejor que tiene estar en Nazareth es “el día a día”.

“Si esto está pasando hoy es, además de por obra de Dios, resultado de quienes en su día idearon este centro”, afirma.

El sábado a mediodía un buen número de ancianos acude a la capilla para asistir a la Misa que se celebra con regularidad. Otros mayores charlan a la sombra del edificio principal. Alguno se sienta contemplativamente, pero todo aquel a quien se le dirige la palabra responde con una afable sonrisa. Entre los edificios que componen la residencia Nazareth uno de ellos acoge en estos momentos a los niños que tuvieron que ser realojados desde el Centro Mediterráneo por el Área de Menores hace ya meses. Sus coloridas zapatillas asoman por la repisa de la ventana, pero no se observa a ninguno de ellos.

A excepción de las cigarras, que dan cuenta de las altas temperaturas de agosto, el ambiente que se respira en el entorno de Nazareth es de pura tranquilidad.

Aprender y Respetar

Hoy, como hace cuarenta años, las necesidades de los ancianos que aquí residen siguen siendo las mismas. “Para ellos la salud es lo primero, y estar aquí atendidos y acompañados es el mejor remedio contra la soledad”, explica Arrebola, entusiasta de pasarse horas escuchando a los ancianos que, “pese a no haber tenido las oportunidades de acceso a la cultura” que tiene la sociedad hoy en día, atesoran cientos de historias que se traducen en sabiduría. La experiencia es un grado, y si hay algo que debemos aprender de los mayores es según el gerente de Nazareth “el respeto”.

“Hay que darse cuenta de que todo lo que tenemos, si hoy es bienestar, viene directamente de lo que ellos trabajaron y todas las penurias por las que han pasado. Escuchando sus vidas te das cuenta de que nos quejamos por tonterías, eso es lo que tenemos que aprender de ellos”, recuerda Arrebola, que se despide amablemente para quedarse charlando con uno de los residentes.
 

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