En los años ochenta, dirigía yo
los destinos de un establecimiento al que los ladrones
acudían, cada dos por tres, poco antes del amanecer, y se
llevaban productos por valor de un dinero considerable.
Dejándome, además, una firma: el ladrón –o uno de ellos-
tenía la costumbre de jiñarse junto a la caja registradora.
Tras denunciar el hecho en Comisaría, en una de las
ocasiones, llegaron los funcionarios del Cuerpo Superior
para tomar huellas y hacer ciertas comprobaciones. En lo
tocante a la deposición dejada por los asaltantes, un
policía me dijo que entre los que cometían esos delitos no
era raro que a uno se le descompusiera el vientre. Aquel día
aprendí una cosa más.
Los policías me prometieron que harían todo lo posible para
que alguna patrulla se diera sus vueltas por la plaza del
Teniente Ruiz a esa hora en la cual parecía que los ladrones
descerrajaban la puerta y me ponían el local patas arriba y
hasta lo usaban como excusado. Pero a mí me siguieron
violando el establecimiento. Así que hice mis consiguientes
pesquisas y obtuve respuesta. De modo que una noche, sobre
la una de la mañana, encaminé mis pasos hacia la plaza
Azcarate y me di de bruces con los tipos a los que iba
buscando. A quienes conocía tanto como ellos a mí. Les dije
lo que pensaba y me fui con la música a otra parte.
Al día siguiente, el inspector encargado del caso vino a
verme para comunicarme que no se me ocurriera nunca más
hacer lo que había hecho, ni mucho menos decirles lo que les
había dicho a los ladrones. Comprendí que fue por mi bien.
Pero a mí no me robaron más.
En los años ochenta, debido al auge de la delincuencia y la
criminalidad, un periódico de tirada nacional tituló así un
reportaje: “Vecinos, entre la navaja y la pared”. Porque ya
en Sevilla, ya en Madrid, ya en Barcelona, o bien en Lepe o
en Archidona la delincuencia hacía estragos a pesar de que
la policía había intensificado la vigilancia nocturna. Pero
no bastaba. Y, claro está, allá donde no llegaba la
seguridad pública se formaron patrullas espontáneas para
luchar contra la delincuencia. En Granada hubo patrulleros
civiles, encapuchados, que fueron presentados a la prensa
por el diputado andaluz, Enrique Palma, representante
de Izquierda Unida. Lo que va de ayer a hoy. Muchas fueron
las opiniones al respecto. Pero yo me quedé con estas dos:
“Visto que la policía no puede afrontar ella sola el aumento
de la delincuencia, Comunidad, policía y medios de
comunicación son los tres puntales de este moderno y eficaz
sistema de defensa con el que soñaban, quizá, algunos de los
españoles que fueron alguna vez víctimas”. “Que la justicia
se aplique sin miedo ni falsa generosidad con el Código
Penal o Civil en la mano y no con el criterio personal de un
juez”. También salieron a relucir anuncios humorísticos: Se
venden serpientes de cascabel, para dejarlas dentro del
coche y disuadir a los ladrones. Método infalible. Se venden
a plazos. También tenemos imitaciones preciosas, en piel de
cocodrilo del Nilo, de bolsos de señora, con trescientos
gramos de goma-dos, que explotan al echar el tironero a
correr, sin riesgo alguno para usted. Muy recomendables para
ancianas y personas débiles que, aunque al tironazo se hayan
caído y roto la cadera, se mueren de risa al ver lo que le
ha pasado al tironero. Método fulminante. Gestionamos
licencia de la Guardia Civil en veinticuatro horas. Los
tirones vuelven a ser noticia. Alguien se los debe tomar en
serio.
|