El sempiterno tema de las populares e irrenunciables
terrazas de los bares, cafeterías y restaurantes de Ceuta,
sigue siendo un tema que, de manera bastante rechazable,
sigue generando dudas en el sector de la hostelería.
Y no está la cosa para bromas, ni el panorama cómo para
jugar con el pan de hosteleros y empleados. Al revés, si un
sector funciona y es capaz de tirar para adelante, la
administración (tediosa, lenta, monolítica., coñazo,
metijosa y quisquillosa) tiene que plantear como objetivo
ayudar, apoyar, facilitar, incentivar y agradecer el trabajo
de unos empresarios que son capaces de manetenerse a pesar
de la crisis y de los abusivos impuestos.
Pero al parecer se dilatan las licencias, los expedientes
acumulan polvo y telerañas, los hosteleros se quejan de
vivir en una especie de limbo jurídico y la ciudadanía se
tira de los pelos porque, en el reino de las construcciones
ilegales impunes y del “buscarse la vida y el acomodo” según
quien, precisamente se vigila, castiga y penaliza a quienes
son capaces de generar prosperidad. ¿Ejemplo inverso a este
reverso tenebroso? La ciudad de Málaga, su centro histórico
y sus recuperadas y rehabilitadas (que no adecentadas,
porque eran calles sucias y feas pero honestas y decentes)
callejuelas. Hoy un emporio de ganar dinero gracias a las
docenas de terracitas que se suceden de forma inexorable, a
cual más cuidada y decorada, compitiendo en diseño (se dice
design) y en originalidad, así como en oferta gastronómicas
y de copeteo, mucho gin-tonic bares para divorciados y
fiesteros y la animación de ver las aceras cuidadas y llenas
de gente, al 50% población autóctona y al 50% extranjeros
que se pirran por la cultura de terrazas que es ya una
especie de evento cultural que cada vez se ve reflejado con
mayor intensidad en la prensa internacional ¿Qué buscan los
visitantes sino compras, priva y tapas?.
Eso sí, lo mismo se despistan y acaban en algún museo ¿Y que
se hace entonces? llenar de establecimientos con terrazas
los aledaños de las zonas museísticas y de todo aquello que
huela a patrimonio histórico-artístico, porque no solo de
cultura vive el turista, sino que también tiene que
alimentarse la criatura y encontrar su espacio para el ocio,
el relax y el dolce far niente en una terraza, a la
fresquita en verano y con las estufas y los toldos en
invierno.
Puros arquetipos ibéricos, en los que se lleva la tapa, el
montadito y el lingotazo o la caña en el ADN. ¿Y los
aburridos burócratas que pululan entre amasijos de
expedientes nos van a joder la diversión prohibiendo solaz,
esparcimiento y algo de contaminación acústica? Increíble y
muy abyecto de ser así.
¿Es que hemos votado para encontrarnos atrapados entre las
garras de un sistema burocratizado, intervencionista y
policial? ¿Donde los derechos civiles? Y entre ellos el
primero es el de sentarse en la terraza de una heladería o
en la terraza del Charlotte a paladear al aire libre un
batido de helado de fresa con sirope y caperuza de nata
montada que es mi menú favorito para todos los meses del
año.
Pero los hosteleros han de estar muy avisados, porque de
haber tramitado permisos, licencias y demás zarandajas
sacacuartos y no obtener respuesta, cabe la posibilidad de
que la Administración haya echado sentido ético y diga un
rotundo sí afirmativo a todas y cada una de las pretensiones
por medio del instrumento del silencio administrativo, algo
muy cómodo para los burócratas porque les ahorra trabajo y
para lo poco que cobran tampoco es para que se partan la
espalda.
¿Y otra opción? Declarar genéricamente a las terracitas de
Ceuta BIC, Bien de Interés Cultural en su acepción de
exponente de la cultura gastronómica, del ocio, la
diversión, el sano esparcimiento, la solidaridad entre
quienes comparten la misma mesa y la virtud de la caridad en
la persona de quien paga las copas. Calificación BIC y que
las subvencionen, esa es la mejor opción.
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