El planteamiento habría de
iniciarse aseverando que, cuando se carece de la suficiente
seguridad ciudadana, el resto de los derechos se van al
garete. No existe el derecho a la libertad si vives con la
ansiedad perenne de que te roben por la calle, asalten tu
negocio o entren en tu vivienda a robar, tampoco existe la
libertad de movimiento si da miedo andar por las calles, ni
el derecho a la propiedad privada si se vive con el miedo a
que te atraquen. La delincuencia es un cáncer purulento del
sistema y hay veces en las que no existen medios humanos ni
técnicos bastantes cómo para salvaguardar en todo momento a
toda la ciudadanía. ¿Un ejemplo? En mi primera jornada en
Ceuta al salir de noche de la redacción en calle
Independencia pedí que avisaran a un taxi para ir al Paseo
de las Palmeras porque “no me cabía en la cabeza” que a las
once de la noche pudiera ir dando un tranquilo paseo sin
riesgo a encontrarme la calle llena de yonkis, de macarras y
de ladrones dispuestos a liarla. En muchas ciudades de
nuestra geografía la inseguridad no es una “sensación” sino
una dura realidad, sobre todo a partir del glorioso
desembarco hace ya algunos años, de todas las mafias del
Este que aquí han plantado sus reales con absoluta
impunidad, paralelamente a las peligrosas maras de
pandilleros sudamericanos, más nuestro producto local que,
en honor a la verdad, es menos agresivo y violento.
Por ello hablar de “inseguridad” en esta vigilada y
acicalada ciudad parece una broma de mal gusto, pero lo
cierto es que ha habido una escalada de escaramuzas de
delitos contra la propiedad por la zona que más hay que
cuidar de esta ciudad, porque es la que atrae al turismo y a
sus dineros, que es el centro histórico. Y, les ruego que no
suelten el repulsivo eufemismo de que los robos han crecido
“por la crisis” porque tanto ustedes como servidora sabe que
los parados no roban, antes se cortan las manos, ni los
pobres roban, antes piden limosnas o se acercan a la
parroquia a que les den el pan y la leche. Ni pobreza ni
desempleo generan delincuencia por más que muchos apunten
para esos horizontes, lo que genera delincuencia son la
marginalidad, la química del cerebro y el tener instinto
para delinquir. Ni a un honrado albañil en paro, ni a una
abuela jubilada pasando calamidades, ni al despedido de una
empresa les da por entrar en una vivienda con una pistola
¿De qué y de donde?. Pero si Ceuta pierde su aureola de
ciudad segura donde puedes ir de noche a la farmacia de
guardia dando un tranquilo paseo, mala cosa, porque los
delincuentes espantan al turismo y disuaden a los
inversores. Si la policía no se adelanta y a fuerza de
patrullar, identificar minuciosamente a elementos que
despierten sus sospechas, vigilar y porculear a los ladrones
que anden por las inmediaciones, son en sí el principal
elemento de disuasión para garantizar una seguridad global
que vaya mucho más allá que la simple sensación subjetiva.
¿Se hacen los suficientes controles de documentación e
identificaciones? Porque eso es lo que resulta más
insoportable a los malhechores ¿Se controla exhaustivamente
la identidad de individuos que tengan aspecto de
pandilleros? Porque si algo odian las pandillas es el
control de documentación y el pasar sus nombres por la
máquina sean mayores o “menores” (por ahora porque van a
rebajar la edad penal a los 16 años me lo confirman mis
fuentes ¡Aleluya! se acabó el mamonéo). Control,
identificaciones, examen de la documentación y el que vaya
con los instintos de delinquir los va perdiendo conforme va
topando con los guapos uniformes azules, que tienen un arte
que no se puede aguantar, por las calles y por las esquinas.
El comercio es un eje fundamental para el desarrollo de
cualquier ciudad, porque genera puestos de trabajo y
ganancias y hay que mimar a todos los empresarios y
comerciantes que junto a hosteleros y autónomos son las
centrales nucleares de nuestra economía.
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