Comenzó el fútbol sometido los
jugadores a temperaturas que nunca fueron apropiadas para
ningún deportista. El calor produce cansancio a raudales y
nubla las ideas de los futbolistas. Lo cual hace posible que
los conjuntos inferiores se encuentren cómodos refugiándose
en su propio terreno a verlas venir.
Sentado ante el televisor, en cómoda butaca de la salita de
estar, los sudores me asaltan, dado que el aire
acondicionado es contraproducente para mi organismo,
mientras me toca ver el partido Madrid-Valencia. A la siete
de la tarde. Y, claro, me hago a la idea de que pronto el
cansancio hará mella entre los actores.
En el Bernabéu cuesta respirar, debido a que la canícula se
muestra en todo su esplendor. Los jugadores tratan por todos
los medios de medir sus esfuerzos. Muchos de ellos vienen
muy zurrados por haber jugado partidos con sus selecciones y
procuran echar mano de sus recursos técnicos. Así que
deciden correr cuanto menos mejor.
Cristiano Ronaldo, por ejemplo, desecha sus cambios
de ritmo y sus carreras vertiginosas. Confiado, quizá, que
en algún momento se le presente la oportunidad de hacerle un
gol a Alves: portero de agilidad felina pero incapaz
de dominar el juego por alto. Los madridistas no supieron
aprovecharse de esta debilidad.
Ganaba el Madrid, porque bien pronto la voluntad de
Higuaín hizo posible que los locales se adelantaran en
el marcador. Y comenzó el sesteo. Xabi Alonso -tan
sobrevalorado siempre- dejó a Lass solo ante el
peligro en la zona vital del medio terreno, sabedor de que a
éste la prensa madrileña lo tiene metido entre ceja y ceja.
La fobia periodística contra Lass le vendría muy bien a
Soledad Becerril, Defensora del Pueblo, para pedir
justicia. De lo contrario, no sé cómo va justificar el
presupuesto de su cargo. Al que ha llegado como premio a una
marquesa que, según ella, se aburría en la Sevilla
provinciana.
A pesar del calor, que era asfixiante en la capital del
reino, de las trabas que ponía un Valencia replegado con
orden y oficio y atento siempre a sorprender ante cualquier
desliz defensivo de los madridistas y del ritmo de carreta
impuesto por los de Mourinho, todo hacía prever que
el Madrid se iría a los vestuarios, durante el descanso,
ganando por uno a cero.
Pero había algo que suponía una amenaza para el Madrid. Las
faltas lanzadas por Tino Acosta. Verdaderos avisos
para un portero que daba pruebas palpables, una vez más, de
estar fuera de sí cuando se trata de atajar los balones
aéreos. Ya sean enviados desde los costados o de frente. En
tres ocasiones, el portero más sobrevalorado del mundo,
evidenció que estaba hecho un flan. Pero un flan danone.
Entonces, como seguidor del Madrid, y creo que persona
avezada en cuestiones futbolísticas, llegué a la conclusión
siguiente: En cualquier momento, Acosta pondrá el balón en
el sitio justo para que el portero, aspirante al Balón de
Oro, pegue una cantada morrocotuda. Nada nuevo bajo el sol
pero que se niegan a reconocer quienes están caídos de boca
por el chico de Móstoles. Un Casillas que acapara portadas y
elogios a granel: aunque sea un cantamañanas en las salidas
y su juego con los pies mueva a risa. En esta ocasión, y
van…, lo peor no fue el gol que encajó, sino que estuvo en
un tris de partirle la crisma a Pepe. Eso sí, las
vecinas del quinto lo defenderán por su habilidad en el uno
contra uno.
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