El conejo, que es animal muy
español y que siempre abundó en nuestros campos, pasa por
ser miedoso y asustadizo. Amén de ser tenido por animal
tímido y astuto. Como de piel y carne apreciadas.
Según un amigo, con quien a veces mantengo conversaciones
interesantes, Juan Luis Aróstegui presume de ser
tímido, lo cual no obsta para considerarse tan sagaz y hábil
como para conseguir cuanto se propone de Juan Vivas.
Por lo tanto, tras oír a mi amigo, lo primero que hago es
atribuirle al líder de Caballas la cualidad del conejo.
Espero que ello no sea entendido como un ataque a la persona
y si al hecho de comportarse ésta como un magnífico mamífero
roedor. Que no es poca cosa.
Mi amigo me pone al tanto de cómo Vivas le ha servido a
Aróstegui como terapia para paliar en parte ese miedo
escénico que antes tenía a hablar en público y a mostrarse
siempre dispuesto a llevarle la contraria a las ideas de los
demás. Porque antes de conocer a Vivas, Aróstegui se ponía
una máscara para asustar al enemigo. Una máscara de
guerrillero: iba vestido de Che Guevara y procuraba
reventar cualquier acto público donde tuvieran que decir
algo los franquistas. Ya que él consideraba a todos los
ceutíes participantes en política, a finales de los setenta
y principios de los ochenta, residuos del peor franquismo.
Fue conocer a Vivas, siendo éste funcionario muy principal,
y dejar de beber Juan Luis. Ya que la bebida, continúa
hablando mi amigo, también le servía como estimulante para
poder ir poniendo el mingo a base de disparatar en sitios
públicos y haciendo posible que la bronca surgiera en
cualquier momento.
Lo que no entiendo es qué vio en Juan Vivas para cambiar
tanto…, le digo a mi interlocutor.
Muy fácil, Manolo, Aróstegui se prendó de Vivas la
primera vez que le oyó hablar en público. Ya que él tenía
asumido que Vivas era aún más tímido que él, aunque menos
astuto. Puesto que de sobra es conocido el mucho trabajo que
le ha costado siempre a nuestro hombre reconocer que alguien
le aventaje en algo.
Así, no dudó en preguntarse: “si éste, es decir, Vivas, que
se sonroja por cualquier nimiedad y suda cuando le toca
hablar ante la gente, está superando ese trance sin usar
disfraces ni tampoco echando mano de la botella, por qué
razón no voy yo a prescindir de máscaras, disfraces y
estimulantes variados. Y, claro, se puso manos a la obra.
Lo más inmediato fue conocer a Vivas de cabo a rabo. Pero
antes hubo de dejarse ver por garitos y, sobre todo, no
armar más alborotos ni en la Plaza Vieja, ni en la del
Teniente Ruiz, ni en otros lugares conocidos. Tras el
conocimiento, llegaron, como no podía ser de otra manera,
sus extraordinarias relaciones con el gran funcionario,
siendo él consejero de Economía y Hacienda. Unas relaciones
para enmarcarlas. Las que han seguido prevaleciendo. Hasta
el punto de que se llaman por teléfono todos los días y a
cualquier hora. Aunque siguen la máxima de Joselito y
Belmonte: hacen el paripé de llevarse muy mal (Mohamed
Alí ni se entera).
Sin embargo, hay un problema: Aróstegui, que defiende a
ultranza las religiones, por considerar que son buenas todas
las personas religiosas –uf-, sigue proclamando su ateísmo.
Lo cual le complica pertenecer al Opus Dei… Mi amigo imagina
cada cosa.
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