El pasado 14 fue un día triste. A
eso de las 13 horas y tras localizarme con el móvil, nada
fácil pues andaba pateando por una ruta de montaña, un
apesadumbrado pero sereno Mustafá Mojtar me contaba que la
pasada madrugada, a eso de las 5, su coche había sido
quemado en Hadú. La realidad es que tras sus valientes
declaraciones publicadas el 3 de agosto en El Pueblo, en la
que denunciaba el deterioro de la convivencia en Ceuta, las
coacciones y amenazas (algunas emitidas con nombres y
apellidos que por el momento vamos a obviar) no han dejado
de llover, in crescendo, sobre Mojtar y su familia. ¿Cuál
fue el “pecado” de Mustafa…?: ¿advertir acaso de que en
Ceuta “se han infiltrado corrientes rigoristas que en nombre
del Islam están manipulando a todos los musulmanes y
calentándoles la cabeza sobre todo a los jóvenes. Algo muy
peligroso”?; o que “las mezquitas son lugares de paz, son
espacios para rezar. Las mezquitas no son en absoluto
lugares para lavar dinero negro, de la droga vamos o para
radicalizar a la comunidad, calentándole la cabeza a los
jóvenes. ¡Las mezquitas son solo para rezar!”.
Mustafa Mojtar está empezando a pagar un duro precio, cuando
en sus declaraciones (de ellas hablamos largo y tendido a lo
largo de la entrevista) solo le movía “El amor por mi
ciudad, Ceuta, mi dolor por la manipulación de la comunidad
musulmana y los intentos por radicalizarla, mi gran
preocupación por el futuro de la convivencia en Ceuta”.
Mojtar se ha encontrado, posiblemente, envuelto en un doble
frente: por un lado, posiblemente, la incomprensión de una
parte de su comunidad; por otro, la eventual venganza de
aquellos que se han visto afectados, en primer lugar el
entorno islamista radical que, “chuia chuia”, se va
apoderando de diferentes resortes desde los que, cuando
proceda, se lanzarán como lobos hambrientos contra la
siempre delicada y frágil convivencia que se vive en Ceuta.
Sin olvidarnos de las mafias que, emboscadas al calor de la
religión, han podido verse aludidas. Mustafá Mojtar ha dado
un corajudo paso adelante que debemos valorar en lo que
vale, no solo la mayoría de los musulmanes sino también
todos los demás. Mustafá Mojtar, este musulmán piadoso y
practicante de los pies a la cabeza que cree en la
tolerancia y defiende la convivencia, debe saber que no está
solo, que la Policía (en cuyas dependencias pasó buena parte
de la mañana del catorce) actuará sin dilación, capturando
tarde o temprano a los terroristas, vamos a llamarlos como
se merecen. Las amenazas que sufre éste ciudadano ni deben
ni pueden quedar impunes. Caiga quien caiga pues, en este
sentido, podría haber alguna sorpresa. Si los culpables
directos son los autores de la quema del vehículo, hay
también un entorno ideológico que no ha dejado de crear un
caldo de cultivo para hacerle la vida imposible a Mojtar y
los suyos.
En Ceuta sobran extremistas: si tienen la nacionalidad
marroquí, expúlseles a su país de origen; si son españoles,
apriétenseles las clavijas. Y de paso, prohíbase el paso a
territorio nacional a presuntos imames sectarios y
radicales, adalides de la violencia, como el tetuaní
Hamdouchi, un peligro andante. Con ésta columna este
escribano del limes expresa su solidaridad activa con
Mustafá Mojtar, poniendo mi pluma a su disposición. Mojtar
tiene datos concretos sobre lo que ha denunciado. Yo
también, con nombres y apellidos insisto. Y, como ya advertí
alguna vez, no me temblará el pulso a la hora de escribir:
“No he de callar por más que con el dedo, ya marcando la
boca ya la frente, silencio avises o amenaces miedo”. Y que
salga el sol por Antequera. Visto.
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