Toca hablar del fin de semana
pasado. En el cual ha destacado una España ardiendo por
varios sitios. Siniestra situación que, aunque suele ser ya
tragedia habitual de cada verano, siempre deja víctimas y
pérdidas cuantiosas. Y, desde luego, nunca se priva el fuego
de demostrarnos que hay autoridades incompetentes.
Antonio Gala, que es más atrevido y se puede permitir
esos lujos, las llamaría gilipollas.
El ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente,
Miguel Arias Cañete, que estaba de guardia, dado que
los demás ministros estaban tendidos a la bartola, aprovechó
ésta para sentarse a la vera del rey Juan Carlos en
el Parco Real de la Plaza de Toros de El Puerto de Santa
María. Con motivo de una corrida goyesca que forma parte de
los actos conmemorativos que se vienen celebrando en honor
de la Pepa… Ya sabemos que el ministro no está para apagar
fuegos pero sí para dedicarles unas palabras a quienes se
estaban -y se están- jugando la vida en los montes. Pero
bastante tenía el hombre dedicándole toda la atención del
mundo al Rey.
Cañete, gran terraniente andaluz, y capaz de reírse de su
sombra, seguramente se lo pasó en grande durante el almuerzo
que les había preparado Carlos Herrera en “Ca’Antoñín”,
como gran contador de chistes que es. No olvidemos que a Su
Majestad le gusta un chiste más que comer los platos de un
Herrera que está convencido de que sus recetas culinarias
son tan prodigiosas como para que la aristocracia lo tenga
siempre presente en todas sus conversaciones.
Almorzar en El Puerto de Santa María, haciendo tiempo para
luego acudir a los toros, es un placer. ¿Qué será, pues, si
encima uno comparte sobremesa con dos personas tan graciosas
como el ministro Cañete y el fabuloso periodista de Onda
Cero? Tan agudo como inteligente y tan sobrado de
ocurrencias como para que los radioyentes lo esperen todos
los días con la esperanza de que sus palabras sigan siendo
la mejor terapia para olvidarse de la ruina económica que se
ha instalado en Andalucía.
Una ruina económica que se vio reflejada en la Plaza de
Toros de El Puerto de Santa María. La cual registró media
entrada. Y ello, a pesar de las muchas entradas que fueron
regaladas para que el Rey, más que recibir los aplausos de
los tendidos, no se hubiera visto obligado a saludar a cada
una de las personas allí presentes, por caber todas ellas en
media docena de taxis.
Media entrada en la Plaza de Toros más emblemática de
Andalucía la Baja. Plaza taurina por los cuatro costados y
cuya historia, desde tiempo inmemorial, durante el mes de
agosto, es de éxitos de taquilla y de visitantes recorriendo
las calles de la ciudad desde prima mañana hasta el
anochecer. Un espectáculo que hace del Puerto la cita
obligada de la canícula. Cita a la que acuden las figuras
del toreo. Convencidas de que un triunfo allí vale un
Potosí.
Los andaluces, sometidos a la dictadura de un paro que está
haciendo estragos en todas las familias, vieron la llegada
del Rey y de Cañete como un hecho dispendioso. Inaceptable
el avión militar y el pueblo sometido a fuertes medidas de
seguridad. Eso sí, como florero, grácil y pinturero, un
afamado periodista que aprovechó la ocasión para hacerle el
artículo a un restaurante: “Ca’Antoñín”. Se nota que Herrera
habla catalán como un papagayo.
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