LUNES 6.
Hacía ya la tira de tiempo que yo no tenía la oportunidad de
charlar un rato con Lorenzo Linares. Porque llevaba
muchos meses sin verle. Si bien supe de él, hace escasas
fechas, por medio de una información sobre un juicio en el
cual había participado como abogado que es. Abogado que
ofrece mucha confianza a sus defendidos. Lorenzo Linares me
lee todos los días desde hace muchísimo tiempo. Y cuando nos
encontramos, aunque sea de higos a brevas, no tenemos el
menor inconveniente en analizar algunas de mis columnas. Y,
aprovechando también que a ambos nos gusta intercambiar
impresiones sobre lo que leemos, le he hecho el artículo a
un libro que llevo leído varias veces. ‘Se trata de Sombras
y Luces en la España Imperial’. Y le he recomendado, si
acaso le da a Lorenzo por hacerse con él, que se demore en
la página que habla del hampa. Y que compare a aquellos
ladrones con los de cuello blanco. Ah, su autor es Manuel
Fernández Álvarez.
Martes. 7
De la caseta de ‘Las Cañas’ supe yo allá cuando no tenía ni
la más remota idea de venir a vivir en Ceuta. Fue
Guillermo Valero, vendedor de vinos de las Bodegas Terry,
quien, durante nuestras tertulias en los establecimientos de
la Ribera del Marisco, en El Puerto de Santa María, me puso
al tanto de una caseta, regida por un cura, llamado Pedro
Gordillo, que estaba haciendo una obra social estupenda
en esta tierra. ‘Las Cañas’ ha sido desde hace ya bastantes
años, en llegando las fiestas patronales, centro de reunión
de los militantes del Partido Popular. Centro de reunión
donde se han dado cita los miembros del Gobierno del PP y se
han celebrado los éxitos. ‘Las Cañas’ ha sido lugar
apropiado para, entre copas de vino, tapas variadas, música
y pelillos a la mar, hacerle un monumento a la hipocresía.
Nada tan perverso y pervertidor como esta manera de actuar.
La hipocresía ha brillado en esta Feria, y concretamente en
la ‘Las Cañas’, por encima de todas las cosas. De no ser
así, sería imposible admitir el comportamiento de Gordillo:
mantenerse en silencio ante las palabras del alcalde en su
propia casa: “Yo nunca os traicionaré”. Ay, Pedro, de qué ha
valido hacer defensa de tu caso, exponiendo tanto ante una
mayoritaria opinión pública en tu contra, si ahora aceptas
que se rían de ti en un sitio que lleva tu firma desde hace
un montón de años. ¡Qué pena!
Miércoles. 8
Me llama un amigo desde Andalucía. Un amigo de mi niñez. El
cual se lamenta de que este verano no haya ido a nuestro
pueblo aunque solamente fuera un par de días. Este amigo es
de los de verdad. De los que uno no tiene el menor empacho
en festejarlo. Percibo por medio del teléfono que su voz es
opaca. Y se me ocurre preguntarle si le pasa algo. Su
respuesta no se hace esperar: “¿Algo; has dicho que si me
pasa algo? Me pasa de todo… Me pasa que lo que estoy viendo
en nuestra tierra es para echarse a llorar. Al paso que
vamos, Manolo, volveré a vivir otra vez lo que a
nosotros, desgraciadamente, nos tocó vivir en nuestra niñez.
Hambre por doquier y miseria a tutiplén. Lo ocurrido en los
supermercados de Sevilla y Cádiz, acción con la que estoy
total y absolutamente en desacuerdo, me ha hecho recordar
cuando en los años cuarenta del siglo pasado, los llamados
años del miedo, por rebuscar en las fincas de los ricos,
almendra o cualquier otro fruto para poder comer, si te
cogían los guardas de los latifundios te molían a palos o te
entregaban a la Guardia Civil. Si ésta, antes, no te había
descubierto. Y cualquiera era el guapo que se atrevía a
decir que estaba amparado por lo del hurto famélico… ¿Te
acuerdas, Manolo, de la paliza que le dieron al padre
de El Habichuela: aquel niño, al cual una rata le había
comido el lóbulo de la oreja derecha y que jugaba a la
pelota con nosotros?” -Claro, cómo no voy a acordarme… Si
aquella brutal paliza, siendo como era un hombre ya
debilitado por la canina, le aceleró la muerte al padre de
El Habichuela: nuestro amigo. Y todo por coger unas brevas
que estaban por los suelos a merced de los pájaros. En fin,
que no me cupo hacer otra cosa que darle ánimos a mi decaído
amigo. Mientras oía no sé qué en una radio acerca de las
malas nuevas que seguía transmitiendo Cristóbal Montoro:
triste figura de andaluz y de español.
Jueves. 9
Mientras los gobernantes siguen de vacaciones, sin que uno
entienda cómo es posible que les queden ganas de estar
tirados a la bartola, estando España desangrándose en todos
los aspectos, Mario Draghi no descansa. El hombre que
preside el Banco Central Europeo sigue presionando a
Mariano Rajoy para que éste no cese de atentar contra
las personas que ganan menos. Es decir, que ahora le urge a
bajar los salarios mínimos y también tocar las prestaciones
por desempleo. El tal Draghi, que nos tiene a los españoles
metidos entre ceja y ceja, sabe que Rajoy es manejable.
Sobre todo a raíz de que la señora Merkel les dijera
a sus más íntimos, entre ellos el presidente del BCE, que
Mariano no le ofrecía garantía alguna. Y que había que
apretarles las clavijas a unos hidalgos españoles que iban
escupiendo por un colmillo. De modo que Rajoy, sabedor de
que goza de tan baja estima, como asimismo De Guindos
y Montoro, está dispuesto a aceptar todas las órdenes
que reciba por parte del italiano que se jactó en su momento
de que nos vería llorar a los españoles como a Ballotelli.
Ahora bien, el tal Draghi, italiano de pura cepa, ha
cambiado su discurso, y ya no dice que el Gobierno de España
debió acometer las reformas nada más asumir el poder, lo que
no hizo por intereses electorales en Andalucía, sino que las
reformas debieron hacerse hace dos años. Se nota que la
visita de Rubalcaba a Alemania, fechas atrás, para
entrevistarse con la oposición a la señora Merkel, le ha
sentado a ésta como un tiro. Debemos asumirlo: somos ya
cautivos de los alemanes. ¿Qué español será capaz de
conseguir nuestro rescate? Aunque sea a costa de mandar a la
señora Merkel allá donde el viento da la vuelta.
Viernes. 10
Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda,
desde hace un porrón de años, así como sindicalista y
conductor de andaluces empeñados en propalar que el campo es
para quienes lo trabajan, nunca ha tenido mucha aceptación.
Quizá porque ni su figura ni el gusto por ir siempre
disfrazado como el hombre dispuesto a mover a la risa, le
han favorecido en absoluto. Ni siquiera su cultura ha hecho
posible que, fuera de los suyos, es decir, de sus acérrimos
seguidores, nadie le tenga algo de simpatía como para
dedicarle al menos un ditirambo. Su última jugada ha sido
mandar a los suyos a que asalten dos supermercados. Los
suyos pertenecen al partido Comunista y al Sindicato Andaluz
de Trabajadores. Y, claro, los comentaristas de la derecha
ya han visto la oportunidad de opinar al respecto: “La
acción de Gordillo es el disparo de salida para la larga
carrera de manifestaciones y violencias que están preparadas
para el otoño con el fin de desmontar a Mariano Rajoy
del poder. Y no solo por su política de recortes y reformas,
eso es el pretexto, sino porque todavía un sector de la
izquierda no reconoce otra victoria democrática que la suya
propia. Estamos volviendo a los años treinta del siglo
pasado”. Los asaltos a fincas o a supermercados deben ser
cortados de raíz por los miembros de las Fuerzas y Cuerpos
de Seguridad. Sin duda alguna. Por más que sean revestidos
con fines teóricamente sociales. Y, desde luego, a los
activistas hay que sentarlos ante los jueces. Pero habremos
de atender también El privilegio. Sí, ¡ya está ahí la odiosa
palabra, contra la que se alzaron los hombres de la
Revolución francesa! La palabra que separa, que divide, que
hace distingos entre hombre y hombre, en esos dos aspectos
que tanto afectan a la persona: el trato que reciben de la
Ley y el que les depara el Fisco. La justicia y la hacienda
con normas y criterios distintos, según se trate de un
miembro de las clases privilegiadas o de la masa común,
maltratada, atropellada, como si careciese de personalidad
jurídica. ¿Quiénes son, actualmente, esas clases
privilegiadas? Políticos, banqueros, sindicalistas,
empresarios de alto copete… Entonces, cómo creer al alcalde
de Marinaleda y a su colega, Diego Cañamero (portavoz
del SAT). Que podrían tener toda la razón del mundo con sus
protestas si ellos no llevaran muchos años participando del
festín de las subvenciones millonarias. Por la cara. Así que
lo mejor es que se olvidaran de mencionar El Privilegio.
Porque ellos, sin duda alguna, también forman parte de ese
mundo corrupto que propicia las tensiones sociales.
Sábado. 11
A mí no me sorprende ya casi nada. Y menos en lo tocante al
mundo del fútbol. Deporte al cual le dediqué muchos años,
como profesional, y que un día abandoné hecho a la idea de
no mirar hacia atrás. Por aquello de no caer en el mismo
error de la mujer de Lot. Mi retirada, sin embargo,
no supuso, en ningún momento, que mis conocimientos quedaran
estancados. Así que toda evolución habida en el deporte rey
la fui asumiendo como espectador. Eso sí, no todas las
acepté de igual manera. Por ejemplo: durante mis muchas
temporadas entrenando nunca pude contar, salvo excepción,
con un equipo técnico compuesto por tres personas. Ni tres
ni dos. Y a fe que tenían solera muchos de los equipos
entrenados por mí. Por consiguiente, me he quedado de piedra
cuando he leído que un equipo de Tercera División, de los de
andar por casa, tiene en nómina a un entrenador, a un
segundo entrenador, y también a un preparador físico. Cuando
he reaccionado, ante hecho tan ostentoso, he estado a punto
de dedicarle una columna a quien consintió semejante
desatino. Pero entendí, bien pronto, que no era necesario.
Aunque el asunto merezca, sin duda alguna, que uno le
dedique estas líneas. Y las termine preguntándose: ¿cómo es
posible que un equipo de Tercera División, de los de andar
por casa, se puede permitir el lujo de contar con los
servicios de dos entrenadores y de un preparador físico? La
respuesta no tiene vuelta de hoja: si los técnicos cobran
entre los tres lo que debe cobrar un entrenador en tan
modesta categoría, miel sobre hojuelas. De no ser así, el
club debe apañarse con un solo hombre en el banquillo. Por
más que éste sea el preparador físico. Y, si me apuran un
poco, dos técnicos como máximo. Y ya son muchos.
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