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OPINIÓN - DOMINGO, 5 DE AGOSTO DE 2012

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

Palabra de caballero
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

Llueve intensamente. Hace frío. En el Muelle de abastecimiento de buques de varias nacionalidades, en especial, de EEUU, esperan turno. Manuel, empleado de una de las empresas abastecedoras, acaba de realizar su cambio. Está acostumbrado a soportar esas noches de invierno. Pero su mente está, como siempre, ocupada por su eterno problema. Son muchos años pensando en lo mismo. Es una obsesión. Cada día, cada noche, siempre que llega a su trabajo, mil ideas llegan a su mente. Algunas, producidas por un recuerdo lejano. Pero la esperanza no la pierde. Algo le decía, en lo más hondo de su corazón, que esa noche no sería una noche cualquiera, como todas. Tenía el presentimiento que comenzaría a desvelarse el gran enigma de su vida. Que la providencia pondría en su camino a la persona que iniciaría las gestiones para dar con el paradero de su familia. Desde pequeño, su abuela materna le repetía una y mil veces que sus padres y hermanos se encontraban en Norteamérica. Más concretamente, en Estados Unidos, en Nueva York.

Manuel, el protagonista de esta historia, nació en la Línea de la Concepción y, desde pequeño, su familia se trasladó a Ceuta. Bueno, lo que le quedaba de ella, porque sus padres y dos hermanos se marcharon a América.(Él siempre se refería a América, tratándose de EE.UU). Después regresaron sus padres y, al fallecer su madre, de nuevo, Manuel se quedó con su abuela materna. Él, Manuel, recuerda que en una ocasión volvió su padre con la intención de llevarse a todos, pero por problemas de salud de su abuela, a la que consideraba él como su madre, no pudieron realizar el viaje. Así, al cuidado de su abuela, Manuel, creció, con la mente y la ilusión puesta en el anhelado encuentro con los suyos, sin olvidarse de esa asignatura pendiente en su vida.

Aquella noche, tuvo la suerte de su lado. Un barco que acababa de atracar, fue el principio de su futura felicidad. En el barco ondeaba la bandera de Norteamérica, lo que permitió a Manuel respirar con profundidad. Ya con el personal del barco en tierra, observa a uno de los marineros, que por su aspecto, lo identifica como uno de los “nuestros”.

En efecto, la comunicación con él, portugués, se lleva a cabo sin apenas problemas; aunque él, Manuel, por su larga experiencia de tratar con marinos estadounidenses, “chapurreaba” algo de inglés. Pero con el portugués, es especial, se entendía perfectamente. Relata Manuel al Portugués su historia, que escuchó con mucha atención, prometiéndole que haría todo lo posible para encontrar el paradero de los suyos.

Manuel no había dejado de consultar con todos los marineros de aquellos barcos que llegaban a la factoría. Incluso hizo gestiones con familiares más próximos, sintiéndose siempre defraudado en su empresa. Pero, no por ello, abandonó en su empeño. Parecía que el destino se confabulaba contra que no quería que su problema se resolviera. Pero, aquella noche, tenía el presentimiento que todo iba a cambiar. Que el caballero portugués se cruzó en su camino para que su enigma se viera descubierto. Y, en su despedida de Manuel le dio la palabra de caballero, que él lo descubriría. Una mañana, una carta de América, contenía más que motivos de satisfacción para Manuel. Leyó con nerviosismo y precipitación el remite de la misma. Era un Benito Vidal, su ángel protector, el portugués que había cumplido con su promesa. Rápidamente Manuel abrió, y en su interior, una breve nota: “Compañero Manuel: buscando en la guía telefónica, encontré el nombre de una Sra llamada Anna. E. C., quien me dijo ser esposa de su padre, el cual había fallecido hacía más de tres años… No la pude comprender muy bien y aquí le envió la dirección para que usted se comunique con su familia… Espero que sea usted servido en sus deseos… Muy contento de serle útil, en esta ocasión Salud, Benito”.

Manuel vivió unas horas de entera felicidad y, al mismo tiempo, de incertidumbre. Por su mente aparecieron los recuerdos de su infancia. Pero todo se centraba en forma de establecer contacto con la persona que, según la nota de Don Benito, era su madrastra. Ella podía ayudarla a encontrar a sus hermanos, pues ya sabía que sus padres habían muerto.

La Sra. Anna E. C., no tardó en ponerse en contacto con Manuel, informándole de la situación de su familia: en aquellos momentos, formada por su hermana María y su marido Jonhy, los cuales no tardaron en contactar con él. Recobra ellos a un hermano del que no sabía nada, ya que su padre, Miguel, nunca les habló de la existencia de este hermano, Manuel. También otro llamado Miguel, abandonados por su padres cuando emprendieron sus padres, Miguel y Francisca, la aventura americana. No tardaron María y Johny en ponerse en contacto con Manuel. En principio, mediante cartas con intercambios de fotografías. Y muchas gestiones infructuosas para que toda la familia se reunieran con ellos en esa tierra de promisión. Pero no tuvieron suerte, porque el problema de la inmigración, en aquellos momentos atravesaban un serio problema, donde era casi imposible, pese a las múltiples gestiones que realizaron para verse reunidos (Las leyes norteamericanas hacía imposible que María y Manuel vivieran y disfrutaran de la magnífica ocasión que el Sr. Benito, portugués preclaro, y la Sra. Anna C. –tercera esposa de Miguel- les habían brindado. En tanto se resuelve el problema de la inmigración, surge el proyecto de desplazarse la pareja, María y Johny, a Ceuta. Se programa el encuentro en Tánger. En esta ciudad marroquí se llevará a cabo el mismo. Y hacía allí, habiéndose señalado el día y la hora, se desplazó la pareja, Manuel y Josefa, ésta, esposa de Manuel. Previamente, en su casa, empiezan los preparativos para recibir a los tíos de América. Hay que prepararlo todo para dar una buena imagen a los “tíos de América”. Al menos había que agradecer a María y Jonhy el esfuerzo realizado para venir a conocer a la familia.

Para finalizar esta dramática historia, habría que añadir que Manuel y familia no consiguieron pasaportes para América. Ocurrieron muchas circunstancias que hicieron imposible el traslado. Pero Manuel sí que, junto a su familia, pudieron disfrutar varios días del calor familiar. Y todo, gracias a dos personas maravillosas, Benito y Anna que se hicieron solidarios con Manuel el cual pudo despejar el gran enigma de su vida: ¿qué fueron de sus padres? ¿Por qué lo dejaron abandonados con su abuela?
 

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