Llueve intensamente. Hace frío. En
el Muelle de abastecimiento de buques de varias
nacionalidades, en especial, de EEUU, esperan turno. Manuel,
empleado de una de las empresas abastecedoras, acaba de
realizar su cambio. Está acostumbrado a soportar esas noches
de invierno. Pero su mente está, como siempre, ocupada por
su eterno problema. Son muchos años pensando en lo mismo. Es
una obsesión. Cada día, cada noche, siempre que llega a su
trabajo, mil ideas llegan a su mente. Algunas, producidas
por un recuerdo lejano. Pero la esperanza no la pierde. Algo
le decía, en lo más hondo de su corazón, que esa noche no
sería una noche cualquiera, como todas. Tenía el
presentimiento que comenzaría a desvelarse el gran enigma de
su vida. Que la providencia pondría en su camino a la
persona que iniciaría las gestiones para dar con el paradero
de su familia. Desde pequeño, su abuela materna le repetía
una y mil veces que sus padres y hermanos se encontraban en
Norteamérica. Más concretamente, en Estados Unidos, en Nueva
York.
Manuel, el protagonista de esta historia, nació en la Línea
de la Concepción y, desde pequeño, su familia se trasladó a
Ceuta. Bueno, lo que le quedaba de ella, porque sus padres y
dos hermanos se marcharon a América.(Él siempre se refería a
América, tratándose de EE.UU). Después regresaron sus padres
y, al fallecer su madre, de nuevo, Manuel se quedó con su
abuela materna. Él, Manuel, recuerda que en una ocasión
volvió su padre con la intención de llevarse a todos, pero
por problemas de salud de su abuela, a la que consideraba él
como su madre, no pudieron realizar el viaje. Así, al
cuidado de su abuela, Manuel, creció, con la mente y la
ilusión puesta en el anhelado encuentro con los suyos, sin
olvidarse de esa asignatura pendiente en su vida.
Aquella noche, tuvo la suerte de su lado. Un barco que
acababa de atracar, fue el principio de su futura felicidad.
En el barco ondeaba la bandera de Norteamérica, lo que
permitió a Manuel respirar con profundidad. Ya con el
personal del barco en tierra, observa a uno de los
marineros, que por su aspecto, lo identifica como uno de los
“nuestros”.
En efecto, la comunicación con él, portugués, se lleva a
cabo sin apenas problemas; aunque él, Manuel, por su larga
experiencia de tratar con marinos estadounidenses,
“chapurreaba” algo de inglés. Pero con el portugués, es
especial, se entendía perfectamente. Relata Manuel al
Portugués su historia, que escuchó con mucha atención,
prometiéndole que haría todo lo posible para encontrar el
paradero de los suyos.
Manuel no había dejado de consultar con todos los marineros
de aquellos barcos que llegaban a la factoría. Incluso hizo
gestiones con familiares más próximos, sintiéndose siempre
defraudado en su empresa. Pero, no por ello, abandonó en su
empeño. Parecía que el destino se confabulaba contra que no
quería que su problema se resolviera. Pero, aquella noche,
tenía el presentimiento que todo iba a cambiar. Que el
caballero portugués se cruzó en su camino para que su enigma
se viera descubierto. Y, en su despedida de Manuel le dio la
palabra de caballero, que él lo descubriría. Una mañana, una
carta de América, contenía más que motivos de satisfacción
para Manuel. Leyó con nerviosismo y precipitación el remite
de la misma. Era un Benito Vidal, su ángel protector, el
portugués que había cumplido con su promesa. Rápidamente
Manuel abrió, y en su interior, una breve nota: “Compañero
Manuel: buscando en la guía telefónica, encontré el nombre
de una Sra llamada Anna. E. C., quien me dijo ser esposa de
su padre, el cual había fallecido hacía más de tres años… No
la pude comprender muy bien y aquí le envió la dirección
para que usted se comunique con su familia… Espero que sea
usted servido en sus deseos… Muy contento de serle útil, en
esta ocasión Salud, Benito”.
Manuel vivió unas horas de entera felicidad y, al mismo
tiempo, de incertidumbre. Por su mente aparecieron los
recuerdos de su infancia. Pero todo se centraba en forma de
establecer contacto con la persona que, según la nota de Don
Benito, era su madrastra. Ella podía ayudarla a encontrar a
sus hermanos, pues ya sabía que sus padres habían muerto.
La Sra. Anna E. C., no tardó en ponerse en contacto con
Manuel, informándole de la situación de su familia: en
aquellos momentos, formada por su hermana María y su marido
Jonhy, los cuales no tardaron en contactar con él. Recobra
ellos a un hermano del que no sabía nada, ya que su padre,
Miguel, nunca les habló de la existencia de este hermano,
Manuel. También otro llamado Miguel, abandonados por su
padres cuando emprendieron sus padres, Miguel y Francisca,
la aventura americana. No tardaron María y Johny en ponerse
en contacto con Manuel. En principio, mediante cartas con
intercambios de fotografías. Y muchas gestiones infructuosas
para que toda la familia se reunieran con ellos en esa
tierra de promisión. Pero no tuvieron suerte, porque el
problema de la inmigración, en aquellos momentos atravesaban
un serio problema, donde era casi imposible, pese a las
múltiples gestiones que realizaron para verse reunidos (Las
leyes norteamericanas hacía imposible que María y Manuel
vivieran y disfrutaran de la magnífica ocasión que el Sr.
Benito, portugués preclaro, y la Sra. Anna C. –tercera
esposa de Miguel- les habían brindado. En tanto se resuelve
el problema de la inmigración, surge el proyecto de
desplazarse la pareja, María y Johny, a Ceuta. Se programa
el encuentro en Tánger. En esta ciudad marroquí se llevará a
cabo el mismo. Y hacía allí, habiéndose señalado el día y la
hora, se desplazó la pareja, Manuel y Josefa, ésta, esposa
de Manuel. Previamente, en su casa, empiezan los
preparativos para recibir a los tíos de América. Hay que
prepararlo todo para dar una buena imagen a los “tíos de
América”. Al menos había que agradecer a María y Jonhy el
esfuerzo realizado para venir a conocer a la familia.
Para finalizar esta dramática historia, habría que añadir
que Manuel y familia no consiguieron pasaportes para
América. Ocurrieron muchas circunstancias que hicieron
imposible el traslado. Pero Manuel sí que, junto a su
familia, pudieron disfrutar varios días del calor familiar.
Y todo, gracias a dos personas maravillosas, Benito y Anna
que se hicieron solidarios con Manuel el cual pudo despejar
el gran enigma de su vida: ¿qué fueron de sus padres? ¿Por
qué lo dejaron abandonados con su abuela?
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