Yo me imagino a Pedro Arriola
Ríos, presidente del Instituto de Estudios Sociales,
amén de ser persona con muchos títulos universitarios,
diciéndole a Mariano Rajoy, tras tomar éste posesión
de su cargo, como asesor suyo que es: “Tú tranquilo,
Mariano, que la victoria absoluta de Javier Arenas en
las elecciones andaluzas de marzo está en el bote. Por lo
cual, jefe, hazme caso: no se te vaya ocurrir decir nada
sobre las reformas que deberás anunciar contra los más
necesitados. Porque tengo la certeza de que serían nefastas
para nuestro querido Javi. A quien, como tú bien sabes, los
éxitos en las urnas les son esquivos”.
Tampoco he dejado de imaginarme, tras aceptar Rajoy el
consejo de su asesor, las muchas mentiras que debió
inventarse nuestro presidente del Gobierno para convencer a
todas las autoridades europeas de que había tomado la
decisión de hacer el don Tancredo hasta después de marzo. Lo
que no dejaba de ser una inacción intolerable y muy
peligrosa para los intereses de España en Bruselas.
El consejo de Arriola a Rajoy, con el fin de ayudar a su
amigo Arenas, estaba ideado por el diablo. Ese diablo que
lleva muchos años haciendo todo lo posible para que el niño
Arenas no gane nunca nada. Caso de no ser una votación para
la presidencia de la comunidad de su piso. El diablo, con
todo su poder, se ha encargado de que nuestro hombre esté
gafado para logros electorales. Y punto. Y esa mala suerte
debería haber sido aceptada por Arenas para no perjudicar a
nadie. Pero no lo hizo. Es más, se dejó mecer por los
arrullos de Arriola y, tal vez sin querer o quizá por
egoísmo, metió a España en un lío que nos costará sangre,
sudor y lágrimas.
Me imagino, porque creo que Rajoy no puede ser tan duro de
mollera, como para no reconocer su tremendo error, que éste
se habrá acordado ya innumerables veces de todos los
antepasados de su oráculo y, de paso, habrá estado haciendo
de tripas corazón para no decirle a Arenas cuatro cosas bien
dichas. Cuatro cosas bien dichas por haberle camelado,
induciéndole por el camino de la vagancia. De modo que
durante varios meses dedicó su tiempo a sentarse ante el
televisor, en la sala de estar de la Moncloa, para ver los
partidos del Madrid. Entretanto, Ángela Merkel recibía ya
opiniones variadas acerca de la molicie del nuevo presidente
del Gobierno de España. Y, como calvinista acérrima, le tomó
ojeriza en un abrir y cerrar de ojos.
Me imagino, porque en esta vida, hasta los más poderosos,
que hablan en varias lenguas y son licenciados en tres o
cuatro ramas del saber, se suelen comportar a veces como
vecindonas del quinto, con todos mis respetos para ellas,
que pronto se corrieron las voces en toda Europa de que al
frente del Gobierno de España estaba un señor de muy buen
comer, muy dado a fumar habanos, y también a dormir la
siesta, como recomendaba Cela: con pijama y orinal.
Un señor, además, que era capaz de retrasar la toma de
decisiones más importantes para sacar a España de la miseria
que se avecinaba para que Arenas asegurara su mayoría
absoluta en la región más extensa de España. Que, por
cierto, acabó en fiasco.
Me imagino, pues la imaginación es así de echada para
adelante, que algún día habrá que pedirles responsabilidades
a quienes actuaron desatinadamente. Conclusión: Rajoy está
haciendo ahora lo que debió hacer varios meses atrás.
Arriola sigue a lo suyo…
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