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OPINIÓN - VIERNES, 3 DE AGOSTO DE 2012

 
OPINIÓN / LA DIANA

Miedo al miedo

Por JAUMA


Si repasamos la historia observando con detenimiento los diferentes episodios que han sacudido nuestra memoria, podemos comprobar que siempre hemos vivido bajo el signo de algún temor. Tomemos por ejemplo, como punto de partida, el año mil. Su advenimiento estuvo sacudido por todo tipo de temores, el fin del mundo se acercaba, el cristianismo, perfectamente instalado en la sociedad altomedieval, actúa como correa de transmisión de las ideas que llevan directamente al juicio final, su desactivación por la vía de los hechos, no desanimó a sus promotores, errores en las cuentas, ajustes planetarios, no importa, lo verdaderamente importante es su calado social, permitiendo mantener a grandes grupos sociales bajo la espada de Damocles de cualquier miedo, hace pocos años que, a pesar de nuestros avances, hemos podido vivir algo parecido, salvando las distancias, con la llegada del segundo milenio, pero como pudimos observar, su paso no arredra a sus defensores.

Recientemente podemos recordar la guerra fría, autentico mecanismo polarizador de las sociedades modernas, o se era comunista o se era capitalista y el miedo a una confrontación nuclear atenazó los corazones de los que vivieron esa época.

Tras la caída del muro de Berlín respiramos más tranquilos, pero por poco tiempo, el terrorismo de corte islámico radical volvía a revivir esos temores, esta vez más indeterminados y difíciles de situar.

En tiempos de bonanza económica ha sido el cambio climático, y ahora que la economía está en declive el miedo a un crack como el del 29 nos vuelve a dejar sin aliento.

Vivimos bajo el signo del miedo, nuestras sociedades occidentales se mantienen bajo una atmósfera de pesimismo y cautela, de vivir pensando en cuando las cosas empeoren.

No importa que superemos un obstáculo, siempre hay otro detrás, es como si fuera siempre necesario ese estrés adicional para mantenernos bajo control, dentro de la orbita de lo políticamente correcto.

Cabría preguntarse porqué, como mínimo. Pero no lo hacemos.

Nuestro deseo es vivir por encima de cualquier otra consideración y sentirnos protegidos y seguros. Cada vez más.

Y cuanto más envejecemos más cautos nos volvemos, más desconfiados, más avaros.

Tampoco significa que hagamos nada para conjurar nuestros temores, simplemente convivimos con ellos, si superamos uno, pasamos al siguiente, no hay problema.

¿Ello es a causa de los llamados poderes fácticos? ¿se apoya en las ideas judeo-cristianas de pecado y castigo? ¿o simplemente somos así de natural? ¿o a una mezcla de todo lo anterior?

Si nos situamos en el pasado, podemos ver con cierta perspectiva, que el origen de esos miedos radica en los poderes establecidos, nobleza y clero debían mantener controlado al pueblo llano, de lo contrario el estallido social era inevitable y sus consecuencias impredecibles, pongamos por ejemplo la Revolución Francesa.

Pero aunque las sociedades modernas nada tienen que ver con esa sociedad tripartita, seguimos sufriendo desde el poder establecido las consecuencias de esa necesidad de control efectivo, aunque no hablemos de revoluciones, podemos hablar de movimientos que contrarresten la capacidad de modificación, por la vía de los hechos, de las prerrogativas de determinados grupos de poder.

El mejor ejemplo lo constituyen la creación de amplias capas de la sociedad, que conforman el soporte vital del sistema, nos referimos a las clases medias, dotándolas de unos medios de vida suficientes como para que el miedo a perder ese estatus sea suficiente como para dar por bueno el sistema.

Cuando este se tambalea, es cuando surgen los problemas, aunque no olvidemos que es necesario mantener un mínimo nivel de tensión que permita ejercer un control efectivo, las crisis sociales, políticas y económicas actúan como regulador automático de ese sistema.

No debemos olvidar que ya no somos ciudadanos únicamente, somos consumidores, y es desde este punto de vista desde el que debemos analizar nuestro comportamiento grupal.

La solución, verdaderamente difícil, es la asunción activa de nuestra responsabilidad, evitando comportamientos de vaivén violento jaleados por las supuestas fuerzas de izquierda, y digo supuestas porque en realidad, si se observa con cuidado sirven al sistema, apoyando determinados postulados que lo que hacen es fortalecer aun más nuestra sensación de inseguridad.

Tomemos como ejemplo la idea del estado como elemento homogeneizador de las peculiaridades individuales, si analizamos esta idea, no ya desde la perspectiva del trasnochado socialismo sino desde los postulados actuales, vemos como se clama por un lado contra la globalización y por otro se postula el control estatal como solución a los problemas que nos aquejan.

No es fácil sustraerse a ese discurso populista, pero ese el reto, superar nuestros miedos, aceptar los cambios y no dejarse arrastrar por los voceros fatalistas y demagógicos, que cuando alguna vez asumen el mando, no son capaces de resolver siquiera sus propias contradicciones.
 

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