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OPINIÓN - LUNES, 30 DE JULIO DE 2012

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

Para calmar los dolores del mundo actual
 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

A veces, y como seguimiento de la estela dejada por el inconfundible Walt Whitman, conviene sentarse a contemplar las angustias del mundo, la de sus moradores, y analizar todas las vilezas y agonías que sembramos a diario sobre el orbe. ¡Qué bueno sería que primase el bienestar ético por toda la tierra! Para ello, debemos tener la sana convicción del cambio, cada uno consigo mismo, tomar como aliento la conciencia crítica que asumimos y asimilar el sentido moral como expresión de nuestra distintiva existencia. Ciertamente, en la lucha contra el dolor físico se han hecho grandes progresos, aunque en los últimos tiempos han aumentado las humillaciones y degradaciones impuestas por los poderosos a los más débiles. Es otro tipo de sufrimiento, más cruel que el causado por la propia vida, puesto que es originado por la humanidad contra sí misma. Ahí están los efectos temibles y terribles de las guerras, de la tiranía, de tantos retrocesos en acciones relacionadas con el agua, la energía, la agricultura, la biodiversidad o el encono del desamor entre las personas, impidiendo avanzar en mejorar los niveles de vida.

Multitud de rostros desesperados claman por los caminos de la vida. Es un reflejo de la realidad. Las economías de los países tienen problemas. En todas partes del mundo hay seres humanos preocupados por su empleo, y muchos de ellos, luchan por salir de una esclavitud de compraventa. Nos encontramos en un laberinto y es importante que seamos conscientes de nuestra posibilidad de marchar de estos movimientos enfermizos que los humanos nos hemos inventado unos contra otros. Tenemos que buscar la manera de salir de esta gran crisis global, que no es otra que la falta de honestidad en todos los caminos de la vida. Hay que encontrar la mano tendida del hombre hacia el hombre, la cara humana y solidaria de las instituciones y mercados, y convencerse que el auténtico instrumento del progreso radica en el factor moral. También los líderes del mundo tienen que activar sus compromisos y saber que las personas que viven en la pobreza tienen igual dignidad que las demás. Son muchos los ciudadanos que ven como los políticos no toman en cuenta su situación. Este descontento, acelerado por la ruptura entre la ciudadanía y la política, está alimentando una reacción mundial de gran calado a la que habría, no sólo que escucharles, sino asimismo, pedirles ayuda y avanzar partiendo de sus peticiones.

Está visto que lo que nos ha tocado vivir es una nueva época. Con sus enigmas y remedios. En cualquier caso, todo lo hemos de resolver mediante la colaboración y cooperación. Vivimos un naciente tiempo, que exige una moderna definición de liderazgo, que sea capaz de calmar los dolores actuales en beneficio de un bien colectivo mundial. No estoy hablando de sueños. Pensemos en tantas revoluciones que han salvado a multitud de personas con enfermedades incurables en otro tiempo. Los padecimientos de este planeta tienen solución. Tenemos la oportunidad, y también la obligación, de llevar a buen puerto objetivos de bienestar comunes para toda la ciudadanía. Para ello, tendremos que quitarnos la vestimenta de egoísmos creados, y que nos generan tanta desconfianza de unos para con otros, tomando como medida preferente al ser humano, del que habría que despojar sus ambiciones innecesarias, sus absurdas apetencias, como puede ser el comercio de armas.

Desde luego, para lograr sanar el mundo presente, con tantos múltiples dramas, será necesario ir más allá de las recuperaciones económicas. Para empezar hemos de retomar una prosperidad más compartida, sin ninguna excepción, con un desarrollo menos excluyente, introduciendo sobre todo comportamientos más humanos, donde el actuar ético se convierta en un lenguaje permanente y universal. Acto seguido, habrá de considerarse, en el despertar a esta realidad, la solidaridad entre naciones para proteger los derechos humanos, crear condiciones saludables para que prevalezca la justicia, y así pueda promoverse un progreso humano socializador. Sin duda, la humanidad no puede soportar por más tiempo estos contrastes entre pobres y ricos en un mundo global. Las malas perspectivas de estabilidad social en el planeta tampoco pueden ser resueltas por un país por sí solo. Téngase siempre presente, que se precisa la unión y la unidad en cualquier tipo de desarrollo y para cualquier asunto humanitario.

Estamos, pues, ante una oportunidad de reestructurar el mundo de manera que se mundialicen los objetivos humanos compartidos. Los Estados han de dar el primer paso, el del ejemplo, fortaleciéndose unos países con otros. Si queremos fomentar un mundo de bienestar ha de ser para todos, y ha de ser un mundo libre de temores, donde se cultive una renacida ética global de conservación y gestión. Los Estados tienen que consensuar las prioridades del mundo. Los ciudadanos han de, también, reorientar sus expectativas, solidarizándose con los más pobres, sabiendo que no hay recetas fáciles para lograr calmar los dolores del mundo actual. Por otra parte, las actuales instituciones y normas que rigen la economía mundial son arcaicas, el mundo ha cambiado y es evidente que se deben activar otros principios de derechos y obligaciones comunes entre países, estableciendo entidades de coordinación internacional, con un lenguaje basado en principios compartidos y en mecanismos éticos. En cualquier caso, la prelación pasa porque los gobiernos hablen mucho y entiendan el significado de una ética de la responsabilidad. Bien es verdad que, sin este compromiso, tal vez no merezcamos vivir como especie con el apellido de civilizada.
 

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