A veces, y como seguimiento de la
estela dejada por el inconfundible Walt Whitman, conviene
sentarse a contemplar las angustias del mundo, la de sus
moradores, y analizar todas las vilezas y agonías que
sembramos a diario sobre el orbe. ¡Qué bueno sería que
primase el bienestar ético por toda la tierra! Para ello,
debemos tener la sana convicción del cambio, cada uno
consigo mismo, tomar como aliento la conciencia crítica que
asumimos y asimilar el sentido moral como expresión de
nuestra distintiva existencia. Ciertamente, en la lucha
contra el dolor físico se han hecho grandes progresos,
aunque en los últimos tiempos han aumentado las
humillaciones y degradaciones impuestas por los poderosos a
los más débiles. Es otro tipo de sufrimiento, más cruel que
el causado por la propia vida, puesto que es originado por
la humanidad contra sí misma. Ahí están los efectos temibles
y terribles de las guerras, de la tiranía, de tantos
retrocesos en acciones relacionadas con el agua, la energía,
la agricultura, la biodiversidad o el encono del desamor
entre las personas, impidiendo avanzar en mejorar los
niveles de vida.
Multitud de rostros desesperados claman por los caminos de
la vida. Es un reflejo de la realidad. Las economías de los
países tienen problemas. En todas partes del mundo hay seres
humanos preocupados por su empleo, y muchos de ellos, luchan
por salir de una esclavitud de compraventa. Nos encontramos
en un laberinto y es importante que seamos conscientes de
nuestra posibilidad de marchar de estos movimientos
enfermizos que los humanos nos hemos inventado unos contra
otros. Tenemos que buscar la manera de salir de esta gran
crisis global, que no es otra que la falta de honestidad en
todos los caminos de la vida. Hay que encontrar la mano
tendida del hombre hacia el hombre, la cara humana y
solidaria de las instituciones y mercados, y convencerse que
el auténtico instrumento del progreso radica en el factor
moral. También los líderes del mundo tienen que activar sus
compromisos y saber que las personas que viven en la pobreza
tienen igual dignidad que las demás. Son muchos los
ciudadanos que ven como los políticos no toman en cuenta su
situación. Este descontento, acelerado por la ruptura entre
la ciudadanía y la política, está alimentando una reacción
mundial de gran calado a la que habría, no sólo que
escucharles, sino asimismo, pedirles ayuda y avanzar
partiendo de sus peticiones.
Está visto que lo que nos ha tocado vivir es una nueva
época. Con sus enigmas y remedios. En cualquier caso, todo
lo hemos de resolver mediante la colaboración y cooperación.
Vivimos un naciente tiempo, que exige una moderna definición
de liderazgo, que sea capaz de calmar los dolores actuales
en beneficio de un bien colectivo mundial. No estoy hablando
de sueños. Pensemos en tantas revoluciones que han salvado a
multitud de personas con enfermedades incurables en otro
tiempo. Los padecimientos de este planeta tienen solución.
Tenemos la oportunidad, y también la obligación, de llevar a
buen puerto objetivos de bienestar comunes para toda la
ciudadanía. Para ello, tendremos que quitarnos la vestimenta
de egoísmos creados, y que nos generan tanta desconfianza de
unos para con otros, tomando como medida preferente al ser
humano, del que habría que despojar sus ambiciones
innecesarias, sus absurdas apetencias, como puede ser el
comercio de armas.
Desde luego, para lograr sanar el mundo presente, con tantos
múltiples dramas, será necesario ir más allá de las
recuperaciones económicas. Para empezar hemos de retomar una
prosperidad más compartida, sin ninguna excepción, con un
desarrollo menos excluyente, introduciendo sobre todo
comportamientos más humanos, donde el actuar ético se
convierta en un lenguaje permanente y universal. Acto
seguido, habrá de considerarse, en el despertar a esta
realidad, la solidaridad entre naciones para proteger los
derechos humanos, crear condiciones saludables para que
prevalezca la justicia, y así pueda promoverse un progreso
humano socializador. Sin duda, la humanidad no puede
soportar por más tiempo estos contrastes entre pobres y
ricos en un mundo global. Las malas perspectivas de
estabilidad social en el planeta tampoco pueden ser
resueltas por un país por sí solo. Téngase siempre presente,
que se precisa la unión y la unidad en cualquier tipo de
desarrollo y para cualquier asunto humanitario.
Estamos, pues, ante una oportunidad de reestructurar el
mundo de manera que se mundialicen los objetivos humanos
compartidos. Los Estados han de dar el primer paso, el del
ejemplo, fortaleciéndose unos países con otros. Si queremos
fomentar un mundo de bienestar ha de ser para todos, y ha de
ser un mundo libre de temores, donde se cultive una renacida
ética global de conservación y gestión. Los Estados tienen
que consensuar las prioridades del mundo. Los ciudadanos han
de, también, reorientar sus expectativas, solidarizándose
con los más pobres, sabiendo que no hay recetas fáciles para
lograr calmar los dolores del mundo actual. Por otra parte,
las actuales instituciones y normas que rigen la economía
mundial son arcaicas, el mundo ha cambiado y es evidente que
se deben activar otros principios de derechos y obligaciones
comunes entre países, estableciendo entidades de
coordinación internacional, con un lenguaje basado en
principios compartidos y en mecanismos éticos. En cualquier
caso, la prelación pasa porque los gobiernos hablen mucho y
entiendan el significado de una ética de la responsabilidad.
Bien es verdad que, sin este compromiso, tal vez no
merezcamos vivir como especie con el apellido de civilizada.
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