Años atrás, como quien dice ayer,
observar a los políticos fue un entretenimiento que yo me
propuse con el fin de aprender algo más acerca de quienes
han convertido la política en una profesión muy codiciada,
de fácil acceso, muy bien pagada y en la que los hay que
están en ella hasta que no pueden más o bien llega un
baranda propio y le enseña la salida de emergencia. En
Ceuta, la salida de emergencia la tuvo que tomar Pedro
Gordillo.
Años atrás, como quien dice ayer, desde mi atalaya, por qué
no escribir observatorio, como homenaje a uno de los hombres
que más dinero percibe todos los meses en esta ciudad –sí,
lleva usted razón, me estoy refiriendo a Juan Luis
Aróstegui-, veía a nuestro alcalde pisar la calle como
si fuera suya. Raro era el día en el cual no dejaba el
despacho para darse un garbeo por la ciudad.
Daba gusto verle hacer el paseíllo desde la Casa Grande, que
es como Juan Vivas suele mencionar el edificio
municipal, hasta la plaza de los Reyes. Con el pretexto de
visitar al delegado del Gobierno, José Fernández Chacón:
su amigo del alma. Durante ese paseíllo, de ida y vuelta,
hecho con torería, entre aplausos de la concurrencia,
abrazos chillados, apretones de mano, y brindis al sol, los
transeúntes asistían embobados a esa conexión entre
viandantes y el alcalde elevado al sillón de una autonomía
de las de andar por casa.
Tampoco resultaba menos atractivo escudriñarle cuando, como
andariego, iba desde la Casa Grande a cualquier otro lugar
en el cual su presencia era esperada para que abriera el
portón de cuadrillas de los discursos y comenzara el baile
de los corrillos donde, como primera autoridad, conquistador
de mayorías absolutas, se le recibía con honores de
gobernante con un futuro esplendoroso.
Imposible no recordar cuando el alcalde se bajaba del coche
oficial y recorría los metros precisos para entrar en el
Murube y ocupar su sitio en el palco desde el cual sufrir y
gozar de su equipo de toda la vida: el primer equipo de la
ciudad. El trayecto recorrido era corto, pero las muestras
afectuosas que Vivas iba recibiendo retrasaban su ya ansiada
llegada en el recinto deportivo. Si bien, todo hay que
decirlo, su alegría, ante tantas demostraciones de cariño,
le hacía sentirse el más feliz de los mortales.
Años atrás, ayer como quien dice, nuestro alcalde era la
figura por antonomasia en todo acto o acontecimiento al que
él hubiera decidido asistir. Nuestro alcalde, además, se dio
cuenta de que tantas horas trabajando en el despacho lo
abocaba a padecer de las consecuencias del sedentarismo y
optó, con muy buen criterio, por caminar durante horas a
prima mañana. Y el resultado fue que, amén de mejorar su
riesgo sanguíneo y fortalecer su tono muscular, se vio
arropado por muchos andariegos dispuestos a que no le
faltara ni conversación ni ánimos durante tan pesado
ejercicio.
En fin, dejemos de mirar hacia atrás, hacia esos años de
esplendor en todos los sentidos, y pasemos a la triste
historia de la actualidad, de julio de 2012, a 11 años de
2001. Que es la fecha en la cual nuestro alcalde, mediante
un voto de censura, lo fue por primera vez. Y en la
actualidad, lo reseñado ya no existe. Lo que existe es un
alcalde agobiado por los problemas, aferrado a su despacho,
y a quien hasta policías y bomberos le arman la de Dios es
Cristo.
Nuestro alcalde es quien es: ni antes era lo que pensábamos
de él, ni ahora es lo que pensamos. Es humano.
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