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OPINIÓN - JUEVES, 26 DE JULIO DE 2012

 
OPINIÓN / LA DIANA

Desde la tempestad

Por JAUMA


Ahora que el cielo se oscurece y la tormenta arrecia, ahora que navegamos sin rumbo, buscando a tientas la salida, ahora es cuando quisiera romper una lanza por aquellos que han dirigido, dirigen y dirigirán nuestra nave.

Vemos con dolor cómo nos dicen que nuestros enseres más queridos tienen que ser arrojados por la borda sin contemplaciones. Observamos atónitos cómo nuestra nave es zarandeada por la tempestad, en tanto que otras naves la atraviesan orgullosas, incluso algunas, a su paso, nos sacuden sembrando el pavor, alcanzando a ver apenas sus nombres en la popa, Prima de Riesgo, murmuran unos, Los Mercados, susurran otros, Alemania, gritan algunos, a la vez que piden ayuda desesperada “embarcad al menos a nuestros hijos, no nos dejéis aquí, nuestro barco se hunde”.

Son los mismos que, en la aparente tranquilidad de un mar en calma, arrojaban las botellas de champán por la borda a medio vaciar y gritaban, en medio de la borrachera, “viva el capitán, quien quiera que sea”.

Son los mismos que no reparaban en gastos a la hora de decorar la nave con farolillos y guirnaldas en lugar de dotarla de mejores motores, darle mayor calado, hacerla más alta de borda. No, en un mar en calma, son gastos inútiles, es mejor, decían, hacerla más confortable, eliminar la tercera clase, todos debían viajar en primera, independientemente de su esfuerzo personal, de su contribución al viaje.

A la vez,en esa extraña carrera, nos veíamos adelantando a otras naves que siempre nos habían llevado la delantera, veíamos a la orgullosa nave Italia ya a nuestro alcance y muy cerca, pronto caería, la enorme y pesada barcaza Francia.

El que conoce el mar sabe que no es predecible, sabe que hay que estar preparado para lo imprevisto, pertrecharse bien, oler el viento, prever las tormentas, otear el horizonte sin descanso.

Nuestros sentidos estaban embotados, nuestra alma estaba impregnada de presente, el futuro brillaba a lo lejos, no era necesario preocuparse, los que lo hacían eran unos timoratos.

Y ahora, ¿de quien es la culpa? ¿quién estaba al mando? ¿quién dominaba en el alcázar?

Los pilotos y sus oficiales, esa es la respuesta, ellos son los culpables, ellos son los que tenían que llevarnos sin riesgo, ellos son los que han fallado.

Pero mi pregunta es, ¿de verdad es eso cierto? ¿quién los puso ahí? ¿quién los eligió?

Vemos con rabia e impotencia cómo nuestra desvencijada embarcación no admite más agua y decidimos inmediatamente, como siempre sin reflexionar, que un motín es la solución.

Siempre igual, siempre lo mismo. Si repasamos nuestra historia no hacemos más repetirnos dando vueltas sin apenas avanzar.

Lo hemos hecho mal, nos hemos creído los dueños de los siete mares, de acuerdo, ha estado mal, pero en lugar de solucionarlo, buscamos cabezas que cortar para satisfacer nuestra sed de venganza, nuestra ira.

¿No sería mejor, si nuestras velas están roídas, si nuestros motores, tosen asmáticos, ponernos todos a remar?

¿O es que acaso todavía seguimos con aquella mentalidad de fijosdalgo que hace incompatible el trabajo con nuestra condición y nuestra cuna?

No, los culpables no son los pilotos de nuestra nave, los culpables somos nosotros, ahora no vale decir que son muchos, que ganan demasiado, que no se ocupan mas que de salvarse a sí mismos. Eso no es cierto.

Si nos paramos a observar lo que tenemos más cerca, lo que todos vemos a diario, observamos que las tornas se han cambiado, aquel al que todos bendecían con la mayoría absoluta, aquel que atendía nuestras cuitas, aquel de cuyo camarote era difícil ver la luz apagada, el mejor, el único, el irremplazable, al que todos suplicaban con devoción “no te vayas”. Aquel ya no es aquel, ahora es ese, ese que nos ha llevado a la ruina, ese que debería marcharse, ese que siembra el desconcierto, ese que no sabe gobernar la nave.

¡Pero qué volubles somos!

¡Pero qué cortos de memoria!

¡Pero que ingratos!

Somos expertos en las maniobras de acoso y derribo, en las intrigas, en las conspiraciones de salón.

Somos inútiles a la hora de arrimar el hombro, a la hora de empujar sin mirar más que al frente, a la hora de dejar a un lado nuestras diferencias.

¡Qué triste resulta!

Como decía al principio, quiero romper una lanza a favor de esos hombres y mujeres que dan un paso al frente, que se presentan voluntarios para dirigir una nave de hombres ingratos a sabiendas de que lo son, hombres que en lugar de dar ellos mismos ese paso, prefieren vivir a la sombra, sembrando vientos, creando dudas, poniendo palos en las ruedas.
 

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