Ahora que el cielo se oscurece y la tormenta arrecia, ahora
que navegamos sin rumbo, buscando a tientas la salida, ahora
es cuando quisiera romper una lanza por aquellos que han
dirigido, dirigen y dirigirán nuestra nave.
Vemos con dolor cómo nos dicen que nuestros enseres más
queridos tienen que ser arrojados por la borda sin
contemplaciones. Observamos atónitos cómo nuestra nave es
zarandeada por la tempestad, en tanto que otras naves la
atraviesan orgullosas, incluso algunas, a su paso, nos
sacuden sembrando el pavor, alcanzando a ver apenas sus
nombres en la popa, Prima de Riesgo, murmuran unos, Los
Mercados, susurran otros, Alemania, gritan algunos, a la vez
que piden ayuda desesperada “embarcad al menos a nuestros
hijos, no nos dejéis aquí, nuestro barco se hunde”.
Son los mismos que, en la aparente tranquilidad de un mar en
calma, arrojaban las botellas de champán por la borda a
medio vaciar y gritaban, en medio de la borrachera, “viva el
capitán, quien quiera que sea”.
Son los mismos que no reparaban en gastos a la hora de
decorar la nave con farolillos y guirnaldas en lugar de
dotarla de mejores motores, darle mayor calado, hacerla más
alta de borda. No, en un mar en calma, son gastos inútiles,
es mejor, decían, hacerla más confortable, eliminar la
tercera clase, todos debían viajar en primera,
independientemente de su esfuerzo personal, de su
contribución al viaje.
A la vez,en esa extraña carrera, nos veíamos adelantando a
otras naves que siempre nos habían llevado la delantera,
veíamos a la orgullosa nave Italia ya a nuestro alcance y
muy cerca, pronto caería, la enorme y pesada barcaza
Francia.
El que conoce el mar sabe que no es predecible, sabe que hay
que estar preparado para lo imprevisto, pertrecharse bien,
oler el viento, prever las tormentas, otear el horizonte sin
descanso.
Nuestros sentidos estaban embotados, nuestra alma estaba
impregnada de presente, el futuro brillaba a lo lejos, no
era necesario preocuparse, los que lo hacían eran unos
timoratos.
Y ahora, ¿de quien es la culpa? ¿quién estaba al mando?
¿quién dominaba en el alcázar?
Los pilotos y sus oficiales, esa es la respuesta, ellos son
los culpables, ellos son los que tenían que llevarnos sin
riesgo, ellos son los que han fallado.
Pero mi pregunta es, ¿de verdad es eso cierto? ¿quién los
puso ahí? ¿quién los eligió?
Vemos con rabia e impotencia cómo nuestra desvencijada
embarcación no admite más agua y decidimos inmediatamente,
como siempre sin reflexionar, que un motín es la solución.
Siempre igual, siempre lo mismo. Si repasamos nuestra
historia no hacemos más repetirnos dando vueltas sin apenas
avanzar.
Lo hemos hecho mal, nos hemos creído los dueños de los siete
mares, de acuerdo, ha estado mal, pero en lugar de
solucionarlo, buscamos cabezas que cortar para satisfacer
nuestra sed de venganza, nuestra ira.
¿No sería mejor, si nuestras velas están roídas, si nuestros
motores, tosen asmáticos, ponernos todos a remar?
¿O es que acaso todavía seguimos con aquella mentalidad de
fijosdalgo que hace incompatible el trabajo con nuestra
condición y nuestra cuna?
No, los culpables no son los pilotos de nuestra nave, los
culpables somos nosotros, ahora no vale decir que son
muchos, que ganan demasiado, que no se ocupan mas que de
salvarse a sí mismos. Eso no es cierto.
Si nos paramos a observar lo que tenemos más cerca, lo que
todos vemos a diario, observamos que las tornas se han
cambiado, aquel al que todos bendecían con la mayoría
absoluta, aquel que atendía nuestras cuitas, aquel de cuyo
camarote era difícil ver la luz apagada, el mejor, el único,
el irremplazable, al que todos suplicaban con devoción “no
te vayas”. Aquel ya no es aquel, ahora es ese, ese que nos
ha llevado a la ruina, ese que debería marcharse, ese que
siembra el desconcierto, ese que no sabe gobernar la nave.
¡Pero qué volubles somos!
¡Pero qué cortos de memoria!
¡Pero que ingratos!
Somos expertos en las maniobras de acoso y derribo, en las
intrigas, en las conspiraciones de salón.
Somos inútiles a la hora de arrimar el hombro, a la hora de
empujar sin mirar más que al frente, a la hora de dejar a un
lado nuestras diferencias.
¡Qué triste resulta!
Como decía al principio, quiero romper una lanza a favor de
esos hombres y mujeres que dan un paso al frente, que se
presentan voluntarios para dirigir una nave de hombres
ingratos a sabiendas de que lo son, hombres que en lugar de
dar ellos mismos ese paso, prefieren vivir a la sombra,
sembrando vientos, creando dudas, poniendo palos en las
ruedas.
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