Eduardo Ballestero, perteneciente
al Regimiento de Ingenieros, como teniente, se ganaba la
vida en la España del pluriempleo, dando clases de
matemáticas. Cada vez que me tocaba salir a la pizarra para
efectuar una operación, antes explicada por él, me podían
los nervios por haberme hecho a la idea de que aquella
asignatura no estaba hecha para mí. La odiaba. La aborrecía.
Mientras que en otras disciplinas iba sacando adelante mi
bachiller con muy buenas notas.
EB se enojaba conmigo a cada paso. Puesto que no entendía
cómo un alumno celebrado por todos los profesores del
colegio nunca daba pie con bola en el encerado donde se
resolvían las ecuaciones. Un día, al profesor de matemáticas
le pudo la ira y me lanzó un paquete de tiza que pude
esquivar a tiempo. Lo que no esperaba él, ni por asomo, es
que yo le devolviera el disparo con un tintero de hojalata
de los que se incrustaban en un orificio de cada pupitre.
A partir de ese momento, y tras recibir el correspondiente
castigo, siempre que pude eché mano del escapismo para no
tener que vérmelas con aquel profesor de matemáticas. Una
situación inesperada, hizo posible que ambos nos dejáramos
de ver durante bastante tiempo. Aunque, años más tarde,
tuvimos la oportunidad de hablar de nuestro problema y hasta
sellamos la paz con un abrazo fraternal.
Yo no sé si el profesor Ballestero vive. Ojalá que así
fuera. Porque no tengo la menor duda de que se llevaría las
manos a la cabeza si le dijeran que yo estoy haciendo un
curso acelerado de economía por mor de la prima de riesgo y
sus nefastas consecuencias para los más débiles. Un curso
acelerado que hasta me está haciendo aprenderme de memoria
todo lo concerniente al Banco Central Europeo leyendo cuanto
al respecto viene en el Tratado por el que se establece una
Constitución para Europa. Imagínense ustedes si hay que
echarle bemoles para emprender esa tarea por parte de
alguien que nunca fue capaz de sacar más de un cinco en
asuntos de números.
Por lo cual quedo enterado de que el dichoso banco puede
emitir billetes, y que su objetivo principal es mantener la
estabilidad de precios y vigilar los desequilibrios
económicos de los países miembros y avisarles del déficit
entre bastidores; así como darles un tiempo prudencial para
que rectifiquen y, si se muestran renuentes, comunicarlo a
los bancos inversores. También pueden comprar deuda a los
países necesitados de fluidez mediante una trampa de una
vulgaridad aplastante pero a veces necesaria. Con el fin de
evitarles que sean víctimas de los Mercados. Semejante
operación, que es llamada secundaria, me recuerda, salvando
las distancias, a los dineros que muchos alcaldes y
presidentes autonómicos conceden a cualquier amigo, a modo
de subvención, para que éste a su vez pague a otro amigo
cualquier servicio prestado (de la Federación de Fútbol de
Ceuta no sé nada).
El director del BCE, Mario Draghi, se niega a
favorecer de ese modo a España. Y airea que el BCE cumple
con su política monetaria. Pero resulta que Draghi le contó
a Eugenio Scalfari, fundador del diario italiano La
Republica, tras la derrota de la selección española frente a
la italiana, la mucha aversión que siente hacia los
gobernantes españoles. A los que puso a parir. Y hasta
auguró que llorarían como Balotelli. Este tío merece
un tinterazo.
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