Empezaré hablando de mí, así que
procuren perdonarme el hecho. Cuando yo decidí ser
entrenador de fútbol, las primeras llamadas recibidas fueron
para salvar a equipos que estaban al borde del descenso.
Abocados a perder la categoría. En algunos casos, ya se daba
por cierto que, de conseguirse la permanencia, habría que
catalogarla de milagro.
Les voy a contar uno de esos milagros que me dio el justo
prestigio para que no me faltara trabajo, durante años, y
que hizo posible que estuviera siempre mencionado para
escalar peldaños como técnico. Un día, cuando los años
setenta estaban alboreando, recibí la llamada de Abel
Matute: entonces alcalde de Ibiza y presidente de honor
del equipo de la isla. Que era colista de su grupo y él no
quería que se produjera el descenso por razones obvias.
Tras llegar a un acuerdo, AM me dijo que tanto él como los
directivos habían jugado mi baza por demostrar a los
aficionados que no estaban dispuestos a quedarse
petrificados ante lo que para ellos era ya irremediable: el
descenso de la SD Ibiza. Eran, sin duda alguna, personas de
poca fe.
Dos horas después de ser presentado en el club, sito
entonces en la calle Juan de Austria, el jefe de material me
invitó a acompañarle a un restaurante cuyo propietario, gran
aficionado al fútbol, deseaba conocerme. Se trataba de Casa
Juan; establecimiento afincado en el Paseo de Vara del Rey.
Juan, tras los saludos de rigor, fue al grano: “Señor De
la Torre: a este equipo no lo salva ni Helenio
Herrera”. Mi respuesta no se hizo esperar: cogí una
servilleta de papel, pedí un bolígrafo, y escribí lo
siguiente: quedan 13 partidos y ganaremos doce. Si acaso
perdemos el último, nos quedaremos sin ascenso. De obtener
esa victoria, ascenderemos. Entonces, ascendían a la
categoría de plata los dos primeros del grupo.
La servilleta con mis vaticinios quedó expuesta en sitio
preferente del local. Y, cuando se supo lo dicho por mí, se
me tachó de todo… Eso sí, a medida que el milagro se iba
produciendo hasta la banda de música nos recibía en el
aeropuerto de Es Codolar. Al final, los puntos que nos
faltaban para ascender los perdimos en Valencia frente al
Mestalla: gran equipo filial que, en aquel tiempo, tenía
entre otros futbolistas a los hermanos Terol.
Mi forma de actuar, que ya venía de atrás, era arriesgada.
Pero era ilógico que si se me reclamaba para evitar un
fracaso deportivo, aunque fuera de tamaño calibre, comenzara
subordinando a largo plazo una tarea que requería de
tratamiento corto y exitoso. Cierto es que se me encajonó en
esos trabajos, tan duros como complicados, y que, salvo mi
satisfacción personal, no se traducía en mejoras para mí.
Cambiando lo que haya que cambiar, válgame la historia,
verídica y contrastable, para referirme a la prima de
riesgo. La que nos acecha cada día y nos tiene el corazón
metido en un puño. Porque somos conscientes de que los
prestamistas están dispuestos a descender de categoría a
España. Y muchos españoles pensamos: ¿puede sacarnos de tan
grande desastre un Rajoy dubitativo, que se
contradice a cada paso, evidenciando incapacitación para
salvarnos y que además cuenta con la inquina de los
dirigentes de Berlín y de Bruselas por mentiroso y soberbio.
No. El remedio debe ser a corto plazo. La mejora no puede
ser a costa de dejar millones de heridos y muertos en el
camino. Los más débiles. Mediante la excusa de lograr un
futuro mejor. Comportarse como hidalgos ha sido nefasto.
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