España no tiene futuro alguno
mientras siga con la política de recortes a la clase
trabajadora más débil y la casta de políticos mediocres, que
abundan como las cucarachas, sigan instalados en los
pedestales de dirección, incapaces de generar confianza y
entusiasmo. Las calles y plazas del país son un fiel reflejo
del clima de desasosiego y desconfianza que se vive. Hemos
cambiado la alegría, las canciones del verano, los festines,
por las marchas fúnebres de riadas ciudadanas, con la
indignación a flor de piel, unos haciendo las maletas para
irse de la madre patria, sobre todo juventud, y otros
desesperados por falta de salidas.
Toca serenar los ánimos, hacer un frente de consenso
ciudadano, estableciendo una hoja de ruta que active el bien
común y se ponga sobre la mesa de trabajo, aquellas fuerzas
subterráneas que precipitan esta situación bochornosa, de
pánico, de zarandeos y prepotencias. ¿Para qué tantos
gobiernos y tantos asesores de gobiernos? ¿Para qué tantas
fuerzas sociales si no emergemos de la bancarrota? Para
vivir en el permanente fracaso, tampoco hacen falta tantos
gestores, ni tantas instituciones alrededor del euro. Una
moneda que no despunta, ni va a despuntar, mientras no se
actúe con transparencia y con objetivos marcados por la
solidaridad europeísta.
No más recortes a los trabajadores. ¡Ya está bien!. Son los
que están pagando los aprietos financieros de España, las
contrariedades de sus políticos en buena parte, los
derroches institucionales, que lejos de ampliar el acceso a
la protección social básica o de abordar con tesón el empleo
juvenil, lo que vienen haciendo son reformas laborales que
avivan el trabajo en precario y el abuso permanente. Al
final, los rescates tampoco son la solución, puesto que el
drama de la deuda autonómica asfixia al país. Hay que tomar
la realidad con la hondura necesaria y la urgencia precisa.
La cuestión es que no hay dinero en las arcas públicas,
porque se ha dilapidado y habría que pedir responsabilidad
por todo ello. Caiga quien caiga. Para los servicios
públicos básicos si tiene que haber dinero, lo que sucede es
que hay muchos agujeros por los que se siguen derrochando
caudales públicos. Una de esas brechas insostenibles viene
propiciada por el reparto territorial del Estado, con
multitud de cargos repetitivos hasta la saciedad.
Sin duda, el problema más grave de España es la cuestión
política y sus estructuras autonómicas. Lo vengo diciendo
desde hace tiempo. Por desgracia, los políticos no aspiran
nada más que a mantener las cuotas de poder, y lo que menos
les importa son los sufrimientos ciudadanos, de los que se
sirven para no abandonar el dominio partidista. Por
consiguiente, ante estos hechos irresponsables, el ciudadano
tiene que pedir a sus dirigentes, que se recupere la cultura
del diálogo y el consenso. De lo contrario, nos estamos
cargando los valores de la democracia, su espíritu
dialogante y solidario. Hace tiempo que los políticos
españoles han perdido el respeto por la ciudadanía y esto es
lo más grave que le puede pasar a una nación. Son una
mayoría incompetente, - líbrese el que pueda-, que engañan
permanentemente, que esconden sus miserias y se tapan unos a
otros. En taparse la corrupción sí parece haber consenso.
Hoy por mi, mañana por ti. Y como decía aquel sindicalista
de otro tiempo, tan cercano y tan vivo, Marcelino Camacho:
“los trabajadores seguimos siendo el pariente pobre de la
democracia”. Ciertamente, en esto no hemos avanzada nada. A
los políticos les importa un rábano que el pueblo les grite,
porque ellos mismos se aplauden.
Se tienen que acabar los privilegios políticos. En este país
parece que el que no se atreve a ser trabajador, tiene que
hacerse mercader de la política. Es una manera de vivir
bien. Multitud de personas en España han hecho de la
política, no el mayor servicio, sino el mayor negocio para
sus vidas, la de los suyos y la de sus descendientes. ¿Cómo
reducir, pues, las instituciones cuando abundan tantos
intereses por este poder? Así tenemos lo que nos merecemos,
la credibilidad convertida en cero y los pobres obreros cada
vez más pobres y muchos sin tajo donde ir a trabajar. Hace
tiempo que la situación es límite en España, pero ha ido
creciendo la recesión y seguiremos con ese batacazo hasta
que no pongamos en orden las cúpulas de los poderes. Un
pueblo sin ética, que confunde el bien del pueblo con el
bien de sus opciones partidistas, es un pueblo sin porvenir.
Desde luego, para empezar en este país sobran políticos y
faltan servidores. Sobran, igualmente, empresas públicas y
faltan colectivos privados que pongan coraje a la
innovación. El desconcierto es tal que empieza a notarse en
el ambiente un aluvión de preocupaciones que no se van a
calmar ni con una cascada de rescates. Cuidado, que un
pueblo descontento y desesperado, es una fiera de múltiples
cabezas. Puede comenzar a pedir cuentas a los líderes de los
gobiernos que les han llevado a la ruina. Cuando menos,
estas multitudes inquietas deben ser escuchadas.
Cualquier revés en los avances para el desarrollo, los
pueblos deben tener conciencia de ello. Téngase en cuenta
que la democratización de un país no es cuestión de una
ciudadanía pasiva. Los datos ahí están. Por primera vez, los
niños, son el colectivo más pobre en España. Según datos
recientes de Unicef, la pobreza crónica de la infancia ha
crecido en un 53% en tres años. También, mujeres que se
habían reinsertado en el mercado laboral, se ven forzadas a
volver al mundo de la prostitución. Asimismo, España
registra la tasa de desempleo más elevada de la Unión, con
las consabidas desigualdades que esto genera. Es hora de
repensar, pues, nuevos caminos, sabedores de que un país
donde queden impunes los corruptos, todo termina por
hundirse en el abismo.
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